Entre el 13 y 15 de febrero pasado, tuvo lugar en la entrada del Cementerio General la primera versión del Festival Womad en Chile, festival itinerante de world music creado por Peter Gabriel en 1982.
En Womad Chile, los escenarios se llaman Paz y Unión, se puede practicar el Bindu Yoga y otras artes meditativas, se enseña a respetar el medio ambiente a través de puntos limpios y estacionamientos para bicicleta. De hecho, se podría decir que el lugar desprende una atmósfera new age, exótica y hasta esotérica debido a la vecindad del cementerio. Y con toda esta puesta en escena, uno se podría preguntar ¿cómo interpretar la música presentada en el festival? ¿Cómo entender la world music de Womad Chile? ¿Estamos buscando vivir un momento exótico o estamos haciendo la experiencia de la diversidad? Tales preguntas se deben a la ambigüedad del término world music que se remite a una categoría comercial cuya estrategia se construyó sobre una imagen simplificada de lo no «anglosajón» y se remite también a un género musical influenciado por la globalización y el new age.
En búsqueda de respuesta, analicemos brevemente el proyecto de Peter Gabriel. Después de crear el festival Womad y con el propósito de promover a los artistas que participan en los festivales, Peter Gabriel invirtió todos sus royalties en la creación del sello Real World y su estudio, que ofrece a artistas de todas las nacionalidades las mejores condiciones de grabación para su música. De aquel estudio salió un sonido hermoso y característico de la obra de Peter Gabriel: un arte de la mezcla y de la fusión de sonidos oriundos de tradiciones musicales de regiones remotas y de sonidos modernos permitidos por las tecnologías electrónicas y los samples. Aunque no fue el único en desarrollar este género musical —como por ejemplo Brian Eno entre otros— Peter Gabriel dio un primer marco de definición al género de la world music: una combinación de sonidos evocando con cierta mística el exotismo. La banda sonora de la película The Last Temptation of Christ es una muestra de ello: Peter Gabriel fue a grabar a artistas a Senegal, Turquía, Egipto y Marruecos para volver a trabajar los sonidos recolectados en su estudio.
De aquí en adelante se multiplicaron los sellos de world music y también las músicas que entran en esta categoría: músicas nacidas espontáneamente del mestizaje, mucho antes de que empezáramos a hablar de world music como el tango, el calypso, el reggae o la charanga, músicas europeas tradicionales (flamenco, cantos balcánicos), músicas urbanas africanas, árabes, asiáticas, sintéticas, tradiciones reinventadas y modernizadas, etc… Finalmente, la world music llegó a referirse a todas las músicas que no son de Gran Bretaña o de Estados Unidos —o sea un campo bien amplio— y es justamente este punto que lleva a preguntarse cuál es el mensaje vinculado por esta categoría comercial. ¿Significa que se puede oponer en esencia la música británica y estadounidense a las músicas producidas en el resto del mundo, ignorando los mestizajes que pueden existir entre ellas? ¿Significa que las músicas de países y culturas tan diversas pueden meterse en el mismo saco, demostrando un desconocimiento absoluto de la diversidad? ¿Significa que consumir discos de world music se resume a consumir una confusa mezcla de sonidos que evocan un exotismo soñado por el hombre occidental, hecho de charango, gritos de águilas y cantos ancestrales que no tiene nada que ver con la realidad del otro?
Entonces, cuando se invita a Womad a artistas tan diversos en su tradición musical como en su manera de vivir su profesión de artista —como lo son Sinéad O’Connor y Lorenzo Aillapán— ¿bajo qué lógica queremos que ocupen el mismo escenario?
Sería injusto reprochar a un festival de world music los mismos defectos de una categoría comercial por varias razones. Primero, el público no está desconectado del artista como lo puede ser una persona que compra en Chile el álbum de un artista pakistaní, ya que aquí existe la posibilidad de compartir realmente una experiencia. Segundo, los artistas que vinieron a esta primera versión de Womad Chile, vinieron no solo a presentar su música sino también a representar su cultura y a su pueblo. En efecto, Womad Chile recibió a artistas comprometidos cuya palabra fue tan significativa como su música, ya sea por la elección del idioma en que cantaron (criollo para el haitiano Vox Sambou, o mapudungun para Joel Maripil y Akun Awkin) o por el mensaje transmitido por los artistas: la denuncia de las injusticias en Potosí (Jorge Martínez) como en Haití, el trabajo de valorización y defensa de las identidades de los pueblos mohawk (Chab Diabo), mapuches, aymara o rapa nui. En esta ocasión, no se trató de ofrecer al público un mero sonido exótico. Al contrario, la palabra del artista permitió entrar realmente en empatía con el pueblo que vino a representar. En este aspecto, se puede decir que en el caso de Womad Chile, la world music se pudo entender como una promoción del multiculturalismo.
El único punto que se puede deplorar es el haber empezado los conciertos tan temprano en el día (desde las 2pm), en horas cuando el público se derrite bajo el sol de febrero, convirtiendo su asistencia en un esfuerzo. Tal aspecto organizacional explica la presencia débil del público en los excelentes conciertos de los artistas puestos en esos horarios y creo que, en las versiones futuras del festival, es un aspecto que habría que mejorar para que todos los invitados puedan ser escuchados como se lo merecen.
Finalmente, cuando la world music se encarna en un festival como Womad Chile, deja de ser la expresión confusa del exotismo vinculada por su categoría comercial y empiezan a aparecer personas, tradiciones y pueblos tales como son.El Guillatún