Opus 12 / Almas vacías
A los Tamagotchis, que en paz descansen
En 1996, un viento de locura se apoderó de Japón antes de propagarse más allá del Pacífico. Todo empezó con una idea retorcida lanzada por la empresa Bandaï: «¿Qué tal si comercializamos mascotas que, a pesar de no existir, pueden morir?» Se acordarán probablemente del Tamagotchi, un puñado de pixeles al que había que cuidar como a un verdadero animal y que, a falta de atención, empezaba a agonizar. La ola de asesinatos de animales virtuales que marcó el periodo de comercialización del Tamagotchi provocó mucha inquietud entre los psicólogos infantiles: ¿Si esos niños no son capaces de mantener viva una máquina, podemos confiarles un ser real? ¿Estaremos frente a una generación de psicópatas insensibles? Finalmente, fue bastante tranquilizador ver que aquellos consumidores de gadgets no habían tomado su papel muy a pecho. Fue bastante tranquilizador ver que no habían desarrollado sentimientos por tres pixeles.
Solemos preguntarnos en qué se fundamenta la evolución de las sociedades: ¿en la abolición de la esclavitud? ¿En el descubrimiento del inconsciente, la invención de la bomba atómica o del microprocesador? ¿O en la banalización de ideas a priori chifladas? En efecto, ¿si la humanidad se dirige en una dirección u otra, no será porque, a veces, alguien decide ir más allá de los límites del sentido común? ¿Los motores de la humanidad no serán aquellas mentes seriamente aburridas que un día se dijeron: «Oh, y después de todo, por qué no»?
Por ejemplo, hace algunas semanas, un tal Matt Homann creó los sitios internet invisiblegirlfriend.com e invisibleboyfriend.com, que permiten configurar los parámetros de la pareja de sus sueños. Por la bonita suma de US$25 mensual, el consumidor recibe mensajes de texto, mensajes vocales e incluso una carta manuscrita. Para el doctor Frankenstein 1.0, la razón de ser de su criatura es ofrecer a las almas solitarias una relación desprovista de los inconvenientes de las relaciones tradicionales. Son los mismos argumentos que suelen ocupar los fabricantes de love dolls: según ellos, la love doll es el porvenir del hombre y puede sustituir ventajosamente a una mujer. En efecto, la muñeca no agobia, no se queja, no se cansa y por un precio interesante, se puede elegir el color de sus ojos, de su pelo, los valores de sus medidas y más… Los mejores ingenieros trabajan arduamente para que pronto, las love dolls puedan murmurar palabras tiernas, moverse y memorizar las preferencias de sus amantes.
Ahora bien, tal objetivo no es para nada inalcanzable. De hecho, hace ya un tiempo que el arte de la robótica obra a crear droides astutos como R2-D2, y que, como Rachel de Blade Runner, se parecen inquietantemente a los humanos, capaces no solo de obedecer a órdenes, sino también de anticipar las necesidades de sus dueños. Por lo tanto, y con el fin de dar la ilusión de una posible relación con la máquina, la universidad japonesa de Waseda concibió a Kobian, un robot programado para expresar emociones. Destinado a acompañar a las personas aisladas, podrá fingir entenderlas y amarlas.
Después de todo, aquellas ideas retorcidas no incitan ni al odio, ni a la violencia. Nadie se volverá loco por tener sus pequeños delirios…
Entonces sigamos con los delirios: imaginemos que todas esas ideas retorcidas, que relacionan el humano a la máquina, susciten en un futuro lejano, la adhesión de la mayoría de la gente. Imaginemos que esas ideas forjen a un hombre nuevo: un hombre capaz de satisfacerse de las ilusiones y simulaciones. Un hombre capaz de vivir en solo dos dimensiones y de despojarse del otro. De aquel otro que no puede definir, de aquel otro que se le escapa, que lo pone en peligro, que le da a conocer el Infierno y también el Cielo. Un hombre que ha renunciado, por razones misteriosas, a confrontarse con lo inexplicable y lo intenso de la vida. Un ente que ha renunciado a buscar lo sublime en la realidad…
¿Nadie se volverá loco?El Guillatún