Silencio nacional
Mes de la patria, y surgen montones de rankings y listas sobre música hecha en nuestra tierra. Los mismos que leemos año tras año. Pese a que la música chilena actualmente es cada vez más variada en cuanto a propuestas y reconocimientos, no lo parece a la hora de hacer historia hacia atrás.
Por mi parte, escribo esta columna recordando a uno de mis ilustres próceres de esta tierra: Cristián Fiebre. Músico que conocí en una época nefasta y oscura de la música nacional (fines de los noventas), cuando era para mí mucho más atractivo escuchar música de otros países y cuando veníamos saliendo de esa ilusión sepultada que fue el Nuevo Rock Chileno. Camada de bandas editadas por sellos multinacionales a mediados de la década cuyas trayectorias quedaron truncadas al segundo o tercer disco, en su mayoría.
En medio del panorama complaciente e inofensivo del llamado Rock Chileno en plena transición noventera aparece Fiebre con el disco Vivalavirxen (1996) y versos como «y lo mejor es que no hay que soñar / para tener la misma libertad de corazón / de cuando el general mandó a callar a los demás / y se hizo un gran silencio…» (A Nadie). Un disco oscuro y violento, que se vale de la influencia de sonidos industriales y vanguardia para dar los primeros indicios de lo que vendría después. Este disco recién lo vine a escuchar hace un par de años a través de su sitio web, ya que en su época me fue imposible acceder a él y actualmente sigue siendo ignorado en las listas. En una época en que era muy poco usual encontrar figuras con nombre y apellido en este estilo, la tiranía de las bandas mantuvo por años al solista relegado al plano de la trova y la balada romántica.
Ya para su segundo disco, Mujer Elefante (1999), Fiebre contó con más difusión y fue así que llegué a comprar el CD en alguna disquería importante de aquella época, leer reseñas en periódicos y asistir a un show que dio con su banda en el Tomm Pub, emblemático lugar de aquella época. Un disco en el que el compositor, con las palabras justas y siempre al servicio de la música, ahonda y confirma su vocación por la oscura teatralidad de las canciones. De este modo se puede poner en la piel de un pedófilo (Morder a la niña), un asaltante (Target Automovilista), o un proxeneta (Supermodel). Para mi gusto, la cima de este trabajo es la canción Papel absorbente («Nos internamos noche adentro sin pensar / Yo sólo sabía que quería conquistarte / Quería amanecer con todo el cuerpo descifrado»), pequeña síntesis de dos minutos y medio sobre el deseo y ocaso de éste, que da algunas luces de lo que vendría después… más de 10 años después.
Quizás lo más publicitado que podrás encontrar sobre Fiebre en la web es su incursión mexicana a comienzos de la década pasada con el sello del reconocido productor argentino Gustavo Santaolalla, y que sólo se materializó en una reedición del disco Mujer elefante, de la que nunca se supo mucho, y en una participación en el soundtrack de la película Amores perros.
Luego de años de un mal llamado «silencio» (¿es que si el músico nacional no publica eso debe ser llamado silencio?) Cristián Fiebre logró registrar el material de toda una década de exilio y publicarlo en 2011 en el estupendo disco Antialias, el cual contó con la fina producción musical de Andrés Pérez Lecaros y, lamentablemente, no tuvo más eco que un par de presentaciones y reseñas en la capital. Además, este disco me permitió mantener una pequeña conversación con el autor a través de e-mail, luego de haberlo descargado desde su página oficial.
En lo personal, las canciones de Antialias me llegaron mucho como pocas líricas chilenas lo hacen. Pude ver la trayectoria que se marcó desde ser yo un adolescente en los noventas que contemplaba este teatro montado en Mujer Elefante a encontrarme como un adulto hace un par de años viviendo casi los mismos relatos que el compositor, el cual ahora despojado del escenario y los personajes cuenta los desvaríos de amores quebradizos y tormentosos en primera persona («Y después del exceso entre los dos, que queda en el recuento / El polvo y las revistas cuando me siento un ganador / Llévame al dolor, llévame al desierto / Llévame al doctor, llevame al desierto» – Llévame al desierto).
Me quedo con las conmovedoras imágenes de la canción La Colina: «… Verás una casa en construcción / Y en lo que iba a ser el baño / al borde del desmayo / cegada por el sol / cubierta de cordeles / reza inútilmente el objeto de mi amor», como un presagio de lo que podría venir, espero que mucho silencio y un futuro disco fruto de él.El Guillatún