El presente como problema musical
XIV Festival Internacional de Música Contemporánea
Qué fascinante es la facilidad con que asociamos la práctica de la música docta a una sonoridad del pasado. Gran parte de este oficio se ha convertido en una especie de arqueología, pero eso es un hecho que tan pronto es evidente como olvidado. Porque desempolvar la música es evitar que envejezca. La hemos vuelto contemporánea o queremos que lo siga siendo. Schubert todavía tiene 27 años…
Este festival es portavoz de una música que aspira a ganarse un puesto importante entre tanta música perenne. Quiere enfrentar el presente, que crece como una bola de nieve y hace de cada pieza nueva un objeto más insignificante. Pero una lucha en esas condiciones implica resistir lo inmenso con elementos fugaces, y reclamar un lugar como verdadera música contemporánea en tanto contemporánea es un discurso débil frente a la costumbre de actualizarlo todo. «Un programa que tratamos sea fiel a las diferentes tendencias de la música actual», dijo el director artístico Eduardo Cáceres antes de empezar el último concierto. Sí, hay que escuchar la música que nace ahora, pero con una advertencia. Hoy lo actual es algo escurridizo y a veces es un objetivo que esconde la necesidad de creer que hay valor musical porque sepultamos al pasado, pero el peligro es que lo novedoso no es inmune a la superficialidad. Eso es lo que los compositores debieran exigirse. Finalmente, habremos de juzgar a la música por su sinceridad, no por falsas pretensiones que corrompan las creatividades.
La jornada de clausura ha dejado esta enseñanza luego de un concierto inusual que nos recuerda que hoy se sigue componiendo música (¡vaya reto para la crítica!). Como ya se ha hecho en versiones anteriores, el festival recluta para su cierre a la Orquesta Sinfónica de Chile y a su público, atraídos esta vez por un programa que incluyó tres estrenos, dos de ellos chilenos: Volveremos a las montañas de Gabriel Brnčić (71) y Supernova de Andrés Maupoint (45). El tercero fue el esperado debut en Chile de Sinfonía del famoso compositor italiano Luciano Berio (1929 – 2003). Además, un bonus track para dar inicio a la sesión, la pieza La fundición de acero del ruso Aleksandr Mosólov (1900 – 1973), a petición del destacado director invitado, Josep Vicent.
La pieza de Mosólov fue inyección de adrenalina pura. En poco más de tres minutos, la orquesta bosqueja un relato monstruoso que evoca el peso de la industria, los sonidos de las máquinas, la mecanización del trabajo y una sobrecargada atmósfera de ruidos titánicos. Compleja y contundente masa sonora, pero nítida música programática. La dirección es muy cuidadosa de enfatizar los elementos nuevos que se van incorporando a la audición de este conjunto de bloques repetitivos. Su adición es la que sutilmente va incrementando el volumen para sostener la aparición de la melodía que cargan los bronces. Un golpe sorpresivo de la orquesta da la entrada a un pasaje que se acelera rápidamente hacia un drama perverso. La interrupción dispersa estos bloques y los opone, permitiendo que otras unidades y otra melodía de carácter grave los envuelvan. La percusión y los instrumentos de viento combaten hasta que una base de cuerdas delirante y un freno en la mano del director preparan la vuelta al orden previo. A la cadencia final le sucedió el aplauso rotundo del público, listo para el resto del concierto.
Volveremos a las montañas es el título de un panfleto tras la muerte del Che Guevara en Bolivia, motivo que inspiró la pieza homónima de Brnčić compuesta en 1968 mientras estudiaba en el Instituto Di Tella en Buenos Aires. Su música es inquietante. Los principales elementos son notas largas y crudas que conducen a espacios de silencio. Esta idea transita por la orquesta como el zumbido de un panal de abejas, a veces despacio, otras enérgica hasta sumar distintos timbres y tensiones. El desarrollo de las dinámicas convierte los susurros en chirridos estridentes, como si jugara en un columpio que se balancea con agresividad o que permanece casi inmóvil. La pieza parece que quisiera cortar la cordillera y tropezara con picos y remansos hasta descubrir la apacibilidad del valle. Una vez que llega, el arco dinámico por fin se completa. Ya no hay más cortes repentinos, sólo un descenso prolongado hacia el silencio como desenlace de una travesía.
La ejecución de Supernova (estreno absoluto) cerró el primer bloque del concierto. Así como en la pieza anterior, abundan las atmósferas de notas pedales, pero en función de otros objetivos que la hacen más sofisticada que la anterior. Es una obra más técnica. Desarrolla un continuo que avanza lento extendiéndose hacia ninguna parte, tal vez porque está pensando en el espacio. En ese sentido, Atmósferas de Gyorgy Ligeti (famosa por la película 2001: Odisea en el espacio de Stanley Kubrick) es una referencia tentadora. Sin embargo, no es mucho lo que comparten. Supernova es una cadena de contracciones y dilataciones informes, pulsos densos y variables separados a años luz: es el ronquido de trombones y tubas, la percusión y la scordatura de los contrabajos (cambio en la afinación, en este caso más grave). Entre pulsos se escuchan ecos más livianos de otros vientos y cuerdas haciendo un sonido más flautado, además de colores provenientes de los clarinetes y destellos del glockenspiel y el vibráfono. Los pulsos terminan como explosión y eso es lo que irá sucediendo en la pieza. La supernova consumirá estos elementos hasta ser un gran estallido sin más remanentes que el sonido del aire. Sin duda fueron los conjuntos sinfónicos los más interesantes en la muestra chilena dentro del marco del festival.
«Sinfonía de Berio es un viaje», así la presentó Vicent. Es un viaje armónico emprendido por Berio en que sin tapujos se refiere a conocidos elementos musicales «descritos de forma irónica y liviana», advierte él mismo. Es el motivo por el que esta pieza es tan famosa. El increíble tercer movimiento que tiene de base al scherzo de la Sinfonía N°2 de Mahler escurre como una «corriente» que riega las aguas de otras músicas conocidas. La articulación de estas referencias siempre pasa por el filtro de clusters (acordes hechos de notas apiladas) y otras ideas musicales propias antes de conectarse con Ravel, Strauss o Stravinsky, así como para volver a Mahler. Vicent habló también del uso de las ocho voces ya no como solistas sino como «parte del colectivo de la orquesta». «Lo que hace es reconstruir el concepto y van a ver que hay momentos en que la sonoridad es totalmente renovadora», siguió el director. Ocupa texto de una montonera de fragmentos de El innombrable de Samuel Beckett, a partir del cual juega con otras referencias y comentarios incluso del mismo momento en que se está reproduciendo la obra. De esta forma, así como Berio vuelve a Mahler y a Beckett, vuelve también a sí mismo para probar su completa autoría. Una obra complejísima, dolor de cabeza para cualquier orquesta, director o público, aunque merecedora de más profundización.
En una semana de trabajo, la Orquesta Sinfónica sacó adelante una de las piezas más experimentales en términos de recursos y lenguaje musical. Una obra con la que lució un serio trabajo y que confirma su excelente calidad de ensamble. Ver a Vicent dirigir es como contemplar a un mago. La batuta es una varita mágica con la invoca los sonidos de la orquesta. Su modo es al mismo tiempo elegante y apasionado, gestos que sugieren que va más allá de la dirección para ser uno más del público que escucha la música que brota como un conjuro ante sus ojos. Se deja llevar por la fantasía. Pero tiene una gran cabeza si ha sido capaz de guiar a un gran conjunto por una pieza que exige de él una tremenda habilidad auditiva y analítica. Cómo será para cuando esta obra se presente en el Teatro del Lago en unos días más…
Así culmina un festival que tuvo pocos bienaventurados que alcanzaron la gloria, mayoritariamente intérpretes extranjeros tocando algunos clásicos del repertorio contemporáneo. Entre las actuaciones chilenas, además de las obras orquestales, se destaca también el trabajo compositivo en piezas como las Variaciones sobre un tema de película (1976) del Maestro Miguel Letelier y Fei Chang (2012) de Fernando Munizaga, piezas muy distintas en cuanto a los elementos escogidos y las decisiones tomadas en la construcción de sus respectivos discursos. Especial mención a la invitación que el mexicano Javier Álvarez extiende con su obra Metal de corazones: no hay que temerle al ritmo. Sobre la organización del festival, excepto por la agotadora duración de los conciertos, sólo elogios. Por último, un significativo llamado de atención que el estudiante Joaquín Muñoz hizo en pleno concierto del día jueves. Manifestó la importancia de crear instancias prácticas para los músicos más jóvenes y qué mejor que presentarse en un concierto. Sólo que hay pocos escaños y están todos ocupados. Esa tarea sobrepasa la organización del festival, pero sigue siendo responsabilidad de toda esa comunidad trabajar en el fortalecimiento de la base que pronto renovará los programas de conciertos, espero.El Guillatún