La conquista de la Grandeza
A principios de este año, la OSCh montó uno de los hitos más importantes de la música sinfónica del siglo XX. Sinfonía de Luciano Berio fue interpretada en dos ocasiones, una como cierre del Festival Internacional de Música Contemporánea de la Universidad de Chile y otra en el Teatro del Lago para las Semanas Musicales de Frutillar. Fue una de las obras centrales de esa temporada y las circunstancias de su estreno en Chile sugerían un coqueteo con la posibilidad de refrescar el repertorio programado para el conjunto.
El tercer concierto de la temporada oficial, celebrado este viernes 28 de marzo, confirma definitivamente la decisión de probar esa opción. La ocasión juntó al Concierto para viola y orquesta de Alfred Schnittke con la Sinfonía N°9 en Do mayor D.944 «La grande» de Franz Schubert en un programa llamado «Viaje a la Grandeza». Esta combinación entre Schnittke y Schubert tiene otro antecedente en el concierto anterior, donde se interpretó en un mismo bloque a Panufnik acompañado del famoso Dvořák, aun cuando la excusa musical fuera diferente. Ahora se balancearon los estilos a lo largo del concierto, valorando en un sentido más absoluto las aportaciones de ambos.
El Concierto para viola y orquesta fue precedido por una introducción del concertino Alberto Dourthé, que lo destacó como uno de los cuatro conciertos más importantes escritos en el siglo XX (compuesto en el año 1985). Anticipó además la escucha del concierto, caracterizando algunos de los elementos temáticos: un tamborileo militar, melodías circenses, un vals grotesco. Dourthé distanció a la pieza de los otros conciertos clásicos para preparar una visión de ésta como una lucha entre solista y orquesta, entre el ser humano y el sistema.
La música es aplastante. Incluso antes de empezar, el aspecto visual de la orquesta es desconcertante por la ausencia de violines en la sección de cuerdas y la inclusión de un piano, un clavecín y una celesta al centro del escenario. El solista invitado fue el chileno Roberto Díaz, radicado en EEUU hace muchos años y presidente y director general del Instituto de Música Curtis en Filadelfia. Juntos, el solista y la orquesta, demostraron su capacidad de sostener una pieza de notoria complejidad técnica. La cantidad de sonidos que exige del violista pone a prueba los límites del virtuosismo en el instrumento. Los efectos no son decorativos sino parte del discurso principal de la viola. La orquesta juega con las distintas posibilidades de generar grupos camarísticos novedosos. La composición tiene una fluidez magistral, la facilidad con la que pasa de un sistema sin referencias a un momento tonal u otros mundos musicales que se instalan en medio, logrando que los cambios bruscos que posee se den de forma natural al discurrir la música, aunque es una libertad llena de angustias. El logro está en la claridad de esa fluidez que alcanza la música en esta interpretación. El sonido macizo del violista consigue contener la presión que ejercen los cellos y contrabajos al deslizarse hasta las notas más agudas, abajo los trombones roncando mientras la participación del piano y los otros teclados acercan la música al absurdo. En los últimos momentos el papel se invierte para desarrollar el final sobre un gesto obstinado de la viola sobre el mundo intermedio entre el lenguaje clásico y moderno que la pisa en el silencio.
El estilo y sensibilidad de Leonid Grin son muy solemnes. En Schubert es más evidente a través del carácter ceremonial de esta sinfonía. El primer movimiento es medido y elegante, como un pavoneo real. Aun así, la dirección demuestra interés en la riqueza de los matices que le den profundidad a la música. Las cadencias desaceleran el discurso y en su resolución retoman la velocidad con que venían, entendiendo la esencia rítmica del final con el resto de las frases: las deposita, no las avienta. Entonces logra que el cierre del primer movimiento en el unísono del tema principal entre a paso glorioso. La contraparte del segundo movimiento no exagera los momentos más emocionales, se mantiene sereno, desolado. Ya en el tercer movimiento (scherzo) impone un espíritu festivo con mucha gracia, no hay agresividad en el primer motivo de las cuerdas, sólo todo bien delineado. Y el último movimiento remata arriba el concierto victorioso aludiendo también a elementos pulsativos como pisadas. Concluye el conflicto del primer bloque, generando un contraste notable con el final de la primera pieza que se somete apagándose, dos formas de resolver el comienzo calmado de ambas piezas (lento y andante, respectivamente). El término de la primera con el principio de la segunda ayuda a que la continuidad del concierto no sea muy grotesca y les permita convivir en el programa. El programa del concierto es verdaderamente un arco de pregunta-respuesta que supera el cisma que aleja a estas músicas en 160 años.El Guillatún