Radicales libres
Radicales libres, el sugerente título que ha elegido Elizabeth Rodríguez para su última creación, influye notoriamente en que el desarrollo de la obra sea entendido o sobrellevado por el espectador bajo una mirada definida o acomodada a un tema o punto de vista asociativo en la necesidad —comprensible por lo demás— de poder involucrarse y participar con sus propias conclusiones de lo que va sucediendo en escena.
En este sentido, no deja de tener importancia para la comprensión de esta interesante obra de danza contemporánea el tener una idea, aunque sea mínima, del significado del título para apreciar la obra desde una perspectiva que permita urdir una idea, elaborar una historia, construir un espacio sensible y viajar mediante hilos conductores que actúen como llaves o pistas que rematen en una experiencia estética emparentada a lo que tal vez a la coreógrafa y a los intérpretes a través de la pieza les ha interesado trasmitir.
El término radicales libres se refiere a moléculas inestables altamente reactivas, que por el hecho de haber perdido un electrón deben remover de otras moléculas que están a su alrededor el electrón que les hace falta para obtener su estabilidad. La molécula atacada, que ahora no tiene electrón, se convierte entonces en un radical libre.
LA OBRA DESDE DOS ARISTAS
Llama la atención la importancia que toma el título de la obra y cómo éste actúa, haciendo las veces de codificador de las situaciones corporales y subjetivas que se producen en las distintas escenas o atmósferas de la obra.
Paralelamente, resulta interesantísimo el hecho de apreciar la obra como un espectador menos informado. Esto es, sin prestarle relevancia al título o no saber lo que significa, conduce a valorarla en forma más libre, dejándose conducir por las distintas atmósferas físico-energéticas algunas, expresivo-gestuales otras, o la combinación de ambas sin ánimo de relacionarlas entre sí y permitiendo que el espectador participe sin cuestionamientos de momentos escénicos en que intérpretes, música y puesta en escena forman un todo sensible bellamente logrado.
LA OBRA
Radicales libres se construye en base a una sucesión de escenas (atmósferas) que hablan mediante el cuerpo de cinco intérpretes —tres hombres y dos mujeres— de situaciones donde aparecen sus historias y contravenciones, sus posibilidades y limitaciones, y el paso del tiempo a través de ellos. La utilización de atmósferas cargadas de emociones se bastan a sí mismas, cada una de ellas con diferentes características corporales, subjetivas, teatrales, expresivas, tecnológicas, se van desarrollando sin pretender crear una historia consecuente, sino más bien un argumento informal, sin preceptos aparentes, donde la construcción y el orden de las situaciones escénicas parecieran ser vagas a propósito, con el fin de recalcar la inexistencia de un orden establecido. Atmósferas en las que deambulan cuerpos impecables que se mueven alternadamente entre la dulzura, el hedonismo, la angustia y el placer.
Ciertamente las escenas donde la danza resplandece, ejecutadas por los jóvenes bailarines Marcos Matus y Lucas Balmaceda y un muy lucido intérprete de edad media Thomas Bentin, sobresalen kinéticamente sobre las cargadas de mensajes, más quietas y pausadas, encarnadas en las dos mujeres maduras Nuri Gutés y Elízabeth Rodríguez. Producen una doble lectura donde el género cuestiona e influye al espectador, haciéndolo valorar un contenido que va inserto en la temática de la obra, pero empañado en cuanto a premisa, ya que la construcción se afana en recalcar por separado los roles que se desarrollan en escena completamente escindidos entre sí, quedando la impronta etaria recluida en los roles masculino, masculino/femenino y femenino propiamente tal. Visto de esta forma el traspaso temporal (huella de los radicales libres), no alcanza a producirse en las aisladas relaciones de las tres diferentes caracterizaciones o grupos señalados, dejando por separado los bríos y arrojos de la danza en manos de los dos hombres jóvenes inmersos en sus historias y transgresiones, las maravillosas posibilidades y fraseos físicos del personaje de mediana edad, en contraposición a la elegante y digna cadencia corporal de las dos mujeres que subjetivamente se mueven haciéndose cargo ya de sus tránsitos, limitaciones y ausencias.
El contraste que se produce entre los intérpretes no sólo es realzado por la diferencia de edad que existe entre ellos, ni por el papel que representan, ni por cómo se desenvuelven en la escena, sino más bien por la expresividad subjetiva, refinada y sutil, de los roles femeninos y el despliegue físico masculino, muy bien manejado desde el punto de vista coreográfico y con una destreza técnica que emociona. Contribuye por un lado y otro a que la obra se tiña de intencionalidades que hablan de inestabilidad, encuentros, soledad y tormento.
La cuidada utilización de efectos técnicos en conjunto con la persistente atmósfera musical sugieren un espacio celular que refuerza un guión insólito (orden escénico, relación de los efectos lumínicos con los intérpretes, énfasis músico-corporales, tránsitos en la puesta en escena, lecturas coreográficas). Permite atar líneas de conducción claras y precisas que se van diluyendo en la medida que el trabajo se desarrolla, desaprovechando la subrayada fuerza estructural del comienzo hacia el final de la obra, provocando en el espectador desconcierto y confusión que le dificultan elaborar sus propias conclusiones, acaso necesarias, pero que sin lugar a dudas le dejan la sensación de haber deambulado por bellos ambientes en que el movimiento es el radical libre de la obra.El Guillatún
Radicales libres
Idea original: Elizabeth Rodríguez
Dirección integral y dirección de Arte: Carola Sánchez
Intérpretes: Nuri Gutés / Elizabeth Rodríguez / Thomas Bentin / Marcos Matus / Lucas Balmaceda.
Diseño de iluminación: Francisco Herrera
Diseño de vestuario: Mauro Núñez
Diseño interactivo: Oscar Llauquen
Composición musical: Miguel Miranda
Técnico de sonido: Santiago Farah
Asesoría científica: Miguel Angel Fuentes