La danza nos puede devolver el cuerpo
Estas semanas estuvimos trabajando editando parte de las 120 entrevistas de creadores de la danza de toda Latinoamérica, de un hermoso proyecto viaje documental llamado Danza Sur, creado por Tamara y David González, que saldrá a la luz a inicios del próximo año.
No me deja de impresionar que tengamos tanto en común y que a la vez, estemos tan desconectados con los países de nuestra región, «como si estuviéramos de espaldas entre nosotros» como dijo una vez la creadora del Festival Panorama de Brasil, Lia Rodríguez. Las sincronías, no sólo son estéticas y creativas, si no principalmente sociales, sobre el rol que la danza podría jugar en la sociedad actual.
La danza en nuestro continente latinoamericano y en nuestro país, parece atravesar un estado de transición; eso es lo que en su mayoría sienten: «estamos viviendo un buen momento de cambio». Y esa sensación es la que conduce todas las esperanzas para devolverle el valor de la danza para los artistas y sobretodo, a las personas. Digamos que el mundo entero está en un estado de transición con la crisis energética y el cambio climático, pero nos referimos a un estado específico del medio y su desarrollo, que bien podría contribuir al estado crítico mundial.
Hay señales de cambio en la esfera política que pueden posibilitar un contexto más propicio para el desarrollo de la danza. Están apareciendo los ministerios de cultura en varios países, proyectos de ley de danza, la reincorporación de la danza en la educación y otros gestos, movilizaciones o iniciativas políticas que podrían dar luces de un espacio de reconocimiento. Un espacio que de a poco pretende devolver la mano a una labor «under», silenciosa y efímera como la danza. Como también la han tenido otros artistas, otras artes y otras minorías de oficios y saberes «inmateriales» que si no se valoran mueren con quienes las transmiten. Como dice el slogan del Museo Bellas Artes, «los artistas son nuestro patrimonio». Y aún a nuestro país le queda mucho trabajo en ese terreno, porque sus programas y fomentos promueven las ideas y proyectos, no a los artistas. Es interesante el fenómeno porque es una visión monolítica y utilitaria pensar que las «obras» son independientes de sus creadores. Hay modelos como el mexicano que son dignos de revisar, donde algunos incentivos se les dan a los artistas por un período de 3 años para que se dediquen a crear y ellos deben retribuir al estado trabajando en la Institución política de la Cultura. Un ejemplo totalmente contrario al nuestro, donde los artistas y expertos evaluadores de Fondart de la materia quedan vetados de su labor creativa financiada por el Estado.
FICCIÓN Y REALIDAD
Si dibujamos el paisaje de nuestra realidad artística, podemos decir que la experiencia de dedicarse al arte y la danza es de una inestabilidad feroz. Es precaria, incierta y muchas veces ingrata. Es real que los artistas viven como malabaristas siendo profesores, intérpretes, creadores, gestores, terapeutas, masajistas y por qué no también meseros, jardineros, carpinteros y lo que les dé para vivir. Es real también que los fondos son para las ideas y no para los artistas; entonces todas las obras y proyectos son islas que no se conectan entre sí, no tienen continuidad y no son sustentables. Es real que los medios tradicionales no publican casi nada de danza, porque según ellos no vende. Y que salvo el Gam —que todos desean y prenden sus velas como favor concedido— no existe otro teatro o espacio para la danza. Es muy real que los artistas en su mayoría no tienen seguridad social, ni leyes que los protejan y que de alguna manera entran en un «estrato de pobreza» culta. Todo eso y mucho más son hechos reales. Es real que las políticas y programas cambian con cada presidente y cada ministro y que se avanzan dos pasos para adelante y tres para atrás con cada nuevo gobierno.
Todo eso es real, hechos reales que experimentamos. Pero también son parte de nuestra ficción. Porque nuestra realidad varía según quién y cómo cuenta el relato. Y si observamos con detención, podemos entender por qué estamos sintiendo esta transición y por qué la riqueza de la danza nos pueden dar claves para entender el fenómeno desde otros ojos.
VALOR INVISIBLE
Los que hemos experimentado la danza, sabemos la riqueza que contiene. Pero quien no, es válido que se pregunte: ¿Para qué sirve la danza a nuestra sociedad? ¿Cuál es la riqueza que guarda bajo las siete llaves de su abstracción?
Y la respuesta no es una sola, como siempre. La idea no es hacer una apología de la danza ni transformar a los artistas en héroes, ya que ni la danza ni los artistas salvarán al mundo, ni a la especie humana, como tampoco los científicos ni los filósofos. Pero sí en colaboración e integración del aprendizaje humano se pueden generar cambios, lentos y profundos —como aprende el cuerpo— para los tiempos que se vienen.
Partamos del punto de que somos todos responsables y que las condiciones que nos tocan no son el destino, sino las que hemos heredado como estructura y la reconstruimos cotidianamente. El estado del cuerpo, no sólo es producto de un contexto, ni de su genética, sino de la metamorfosis que ha vivido socialmente. Es verdad que hay marcas genéticas que se heredan por generaciones, pero así mismo tenemos la posibilidad de cambiar la expresión de esos genes. Hoy la ciencia de la epigenética puede corroborar a los escépticos, que nuestro cuerpo cambia, sin cambiar la secuencia del ADN y que esa plasticidad nos permitiría también cambiar nuestra realidad corporal.
Somos un país que se ha construido bajo un relato genético-imaginario como un cuerpo imbunche. Un cuerpo que históricamente desde sus inicios como república —relatados en la ensayística y literatura— como un país de un pasado guerrero, vencido, empalado, cruzado y mestizado. Devino un cuerpo sin cuerpo, un cuerpo velado, escondido en muchos cuerpos extraños. Un cuerpo que se embriaga, pero que no carnavaliza, ni festeja. Un cuerpo que se entrega, que no se exhibe, que se inhibe. Un cuerpo heroico que obedece. Hemos tenido un cuerpo que habita aislado, «atrapado» entre 4 fronteras naturales y un cuerpo que ha sido coartado, normado, reprimido y silenciado. Un cuerpo social escindido, que marca la diferencia la desigualdad de sus genes y sus condiciones de vida correspondiente. Un cuerpo herido y reconstruido por los desastres naturales. Un cuerpo reprimido. Un cuerpo que baila poco.
Ese podría ser uno de los relatos que nos contamos a nosotros mismos. Nuestra ficción genética, una lectura simbólica de un cuerpo social, que aún se asombra de la violencia en las calles y la pedofilia, otras represiones de la ira y de la sexualidad que terminan explotando por los canales equivocados. Una lectura simbólica de una suerte de impotencia, de un deseo reprimido, de una emocionalidad truncada.
Pero hoy sentimos que las cosas están cambiando. Este cuerpo social comienza a sacar la voz, habla, se moviliza, sale a las calles y hasta se ven atisbos de una real desobediencia civil. Runners, yoguis, ciclistas furiosos y entusiastas están volviendo al cuerpo y existe una necesidad social por encontrar caminos para calmar la mente conectada a un cuerpo sensible, para pensar en una salud integral, para hacerle el quite a la estrechez racionalista y por integrarnos en nosotros mismos como un todo no parcializado.
Y justamente es ahí donde entra la danza, para jugar un rol en ese despertar de la conciencia de los cuerpos. Y sobretodo la danza contemporánea, porque esta danza es una apertura, es un espacio de experimentación e investigación, es una manera de integrar, de expresar y movilizar fuerzas internas y colectivas que no se pueden liberar a través de las palabras.
Todos necesitamos ser, estar, movernos, desplegarnos, comunicar con el cuerpo, y en realidad son tantas las personas que tienen aún un espacio tan reducido, tan normado y tan poco consciente de su cuerpo en el día a día.
A través del movimiento podemos canalizar todo lo que hemos reprimido corporal y emocionalmente con el intelecto. Y con esto no quiero decir que la danza no ocupe el intelecto, sino que lo ocupa de otra manera. Porque une la percepción, la cognición y otras facultades indescriptibles como el instinto, la emocionalidad, la animalidad, lo —mal llamado— extrasensorial.
Ahí radica su riqueza, pero también su marginalidad.
La danza es efímera. La experiencia vivida es insuperable, pero desaparece. Es abstracta, tiene una multiplicidad de interpretaciones, pero no se «entiende» en el sentido racionalista o en un sentido narrativo. Es un canal de animalidad, instinto y emocionalidad que tenemos socialmente reprimidas y habla en un lenguaje que no es decodificable con las palabras. Puede manifestar como un espejo el estado de nuestro cuerpo personal y social, sin ser ni literal, ni evidente. Es una fuente de aprendizaje vivo y en movimiento, por eso mismo es inaprensible fuera de las personas que la llevan internamente.
Como sociedad heredera del racionalismo occidental, hemos dejado al margen todo lo que no entendemos. Todo lo que ahora se les llama «necesidades especiales», trastornos motores, deficiencias, síndromes… todo lo que nuestro tiempo y las nuevas generaciones están tratando de entender e integrar… esa es la necesidad que tenemos hoy de entender el cuerpo en movimiento, de conocer y comprender un lenguaje que desaprendimos. La animalidad, el instinto, la emocionalidad, la percepción, compartir un lenguaje abierto que permite tantas lecturas e interpretaciones. Entonces todo el valor de la danza ha sido causa de su propio desplazamiento. Es una acción humana que esta desfasada —un poco hacia adelante y un poco para atrás— de una construcción social racionalista y materialista que hemos sido parte.
Pero en la danza contemporánea se abre la posibilidad a muchos otros cuerpos, cuerpos extraños, anómalos que se convulsionan, que se encojen, que se retuercen, golpean, y que también fluyen, disfrutan y se entregan al movimiento. Es un cuerpo que puede transformarse, ser diverso, plural, consciente, tolerante… cuando la danza misma y el creador se convierte en un explorador o investigador. Los cuerpos que experimentan y se escapan de la técnica llegan a vibrar con una animalidad que escapa del virtuosismo, una suerte de monstruosidad en escena que es espeluznante y maravillosa, una especie de encantamiento mágico.
Estamos en transición todavía. Si los creadores y bailarines dejáramos que nuestra obstinación por bailar, por crear, por movilizar comience a horadar los cimientos de estos paradigmas añejos y logramos hacer visible y poner a nuestro favor las condiciones externas, la danza podría revelar su verdadero valor y sus posibilidades de transformación personal y social.El Guillatún
Esperanza Plazola
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Exelente artículo mu actual y valioso para reflexionar Hoy y a Futuro… Gracias.
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