Aportes del pasado para tiempos de soledad
El hombre, acosado por los ruidos, por la agitación mecánica grita su temor…
Encerrado en vida, amenazado por la multitud anónima, ya no encuentra refugio en el amor…
Para escapar a la aniquilación total, necesita evadirse, elevarse, alcanzar…
—Sinfonía para un hombre solo, prólogo del film.
Pareciera que vivimos tiempos cada vez más siniestros, no solo por lo dramático que resultan los atentados perpetrados a uno y otro lado del planeta, sino sobretodo por lo que se mueve tras esos hechos, cosas que intuimos, sospechamos, pero no llegamos del todo a comprender. Lamentablemente los dramas de nuestro mundo se vuelven más impactantes y cercanos en la medida que el gran monopolio de las comunicaciones define cómo y cuándo debemos ser su testigo.
Este es un momento para permanecer alertas, momento en el que sin dejar de solidarizar, debemos recordar que los tiempos del ser humano no han dejado jamás de ser siniestros pues hemos luchado a lo largo de toda nuestra historia por sobrevivir.
Racismo, xenofobia, explotación, maltrato, nacionalismo y fanatismo nos acechan a diario y si bien el descrédito y la falta de confianza son características que se han incrementado entre la población —la que ustedes y yo conformamos— no podemos permitirnos perder la lucidez. Aun cuando persista la sensación de que estamos solos.
La soledad no es rabia ni odio, no es tristeza ni rebeldía, no es estar encerrado ni aventurarse en parajes perdidos o vivir como ermitaño. La soledad es la impotencia de no saber qué hacer con la rabia, el odio, la soledad, la tristeza, la rebeldía y el aislamiento, de querer reaccionar y no poder, de procurar razonar con otros y no llegar a consenso.
Por eso tal vez sea un buen ejercicio visitar en el pasado experiencias de artistas que ya hablaron de los conflictos que hoy nos rodean. Sus discursos fueron simbólicos, pero también claros, directos y lo más importante, hicieron escuela.
Cuando en 1955, el coreógrafo francés Maurice Béjart (1927-2007), estrenó junto al Ballet de l’Étoile su Sinfonía para un hombre solo, se propuso encarnar al hombre errante que angustiado expresaba su soledad al interior de un universo colapsado y hostil. Ese hombre buscaba escapar a la creciente esquizofrenia que lo rodeaba trepando por una cuerda ínfima, intentado así alcanzar otra realidad y sobreponerse al mundo.
Esta pieza se consideró en su momento llena de innovaciones. Por un lado estaban el lenguaje corporal repleto de gestos y frases inesperadas, la mezcla del clásico y moderno, los acentos brutales, la estrecha relación entre gesto dramático, ritmo y sonido. Por otro lado estaba el encuentro con la música concreta, pues Sinfonía para un hombre solo es en su origen el nombre que Paul Schaeffer dio a un proyecto con el que deseaba volcarse a los sonidos, concretamente a los sonidos del cuerpo, con el fin de componer una sinfonía que expresara la soledad del ser humano. En 1949, Schaeffer encuentra a Pierre Henry, inagotable creador de sonidos y comienzan su colaboración, un año más tarde la obra sería creada en escena y luego se convertiría en la música para la obra de Béjart.
Sobre su búsqueda Schaeffer dijo: «El hombre debe encontrar solo y en sí mismo su propia sinfonía, no solo concibiéndola de manera abstracta sino siendo su propio instrumento […], un hombre puede gritar, silbar, caminar, golpear con los puños, reír, gemir. Su corazón late, su respiración se acelera, pronuncia palabras, llama a otros y otros le responden». En esto se inspiró Béjart para hablar de su propia soledad y darle cuerpo a una sensación que atraviesa todos nuestros tiempos.
Cerca de veinte años antes, en 1932, Kurt Jooss (1901-1979) se consagraba como coreógrafo al obtener el primer lugar en el Congreso Internacional de la Danza en París con La mesa verde. Esta obra de gran originalidad para la época, criticaba abiertamente el funcionamiento de la Liga de las Naciones o Sociedad de Naciones, primer organismo internacional creado por el Tratado de Versalles que buscaba promover la paz y reorganizar las relaciones internacionales tras el fin de la Primera Guerra Mundial.
En La mesa verde Jooss denunció a través de arquetipos, lo absurdo de la guerra y la ironía de creer que ha llegado su fin, ya que ésta en realidad siempre retorna. Tanto en el prólogo como en el epílogo nos enfrentamos a la misma escena desarrollada en torno a una mesa verde donde diez hombres discuten y se acaban declarando la guerra.
Aparecerá entonces La Muerte quien en tanto dios de la guerra se convertirá en el personaje central que va atrapando a sus víctimas una tras otra y deja a su paso trágicas consecuencias: familias separadas, el frente, el éxodo, los asesinatos y las ejecuciones. La Muerte, inagotable, continuará engullendo a los últimos sobrevivientes de entre quienes solo conseguirá escapar el traficante, aquel que ha sabido beneficiarse del dolor y se ha enriquecido a su costa. Finalmente, las negociaciones retornan alrededor de la mesa verde, emblema de debates estériles, para dar inicio a una «nueva partida».
Kurt Jooss y Maurice Béjart además de pertenecer a generaciones distanciadas, se formaron en escuelas con muy poco en común. El primero, de origen alemán, estudió canto y teatro para luego volverse alumno y colaborador de Rudolf Laban lo que le permitiría indagar en los fundamentos y el sentido del movimiento expresivo e impulsar los principios de la danza teatro. El segundo en tanto, inició una formación de danza clásica en Marsella, su ciudad natal y decidió consagrarse por completo al ballet. Luego se convertiría en uno de los primeros exponentes de esta técnica en percatarse de que algo se movía en el ambiente y acusó recibo de lo que estaba generando el movimiento de la danza moderna en el público. Esto lo impulsa a buscar otros caminos para popularizar el ballet clásico e introducir un nuevo lenguaje al anclado vocabulario académico, mezclando neoclásico con dinámicas expresionistas —inspirado por Marta Graham— jazz, twist, rock y estilos exóticos. Si bien exigió a los bailarines de su compañía una rigurosa disciplina clásica, seleccionaba intérpretes de distintas nacionalidades y morfología con el fin de complementar las personalidades además de preocuparse especialmente de rehabilitar la danza masculina. Abordó temáticas variadas y complejas, desde el erotismo hasta el VIH y la ecología pasando por la metafísica y la literatura. Se inspiró fuertemente en variados estilos musicales y en otras figuras del arte a quienes retrató coreográficamente. Lo más importante era que su mensaje fuera lisible para el público.
Jooss y el Ballet Jooss, viajaron por todo el mundo y Chile tuvo la fortuna de recibirlos en 1940, hito que cambiaría la historia de la danza en nuestro país cuando tres integrantes de la compañía, Ernst Uthoff, Lola Botka y Rudolf Pescht, se asentaron en Santiago y fundaron la Escuela de Danza de la Universidad de Chile y el Ballet Nacional Chileno, BANCH. Ocho años más tarde, Jooss regresaría a montar con el BANCH gran parte de sus trabajos, actividad que destacó a Patricio Bunster y su interpretación de La Muerte, entre otras, actuaciones que le valdrían ganar un espacio en la compañía del coreógrafo germano. Estos cruces entre un país y otro quedaron fuertemente reflejados en la forma en que se continuó enseñando la danza en Chile, tuvimos el privilegio de adquirir de primera mano los fundamentos de los estudios kinéticos desarrollados por Laban así como el sello expresionista que conquistó a la danza moderna chilena y que se desarrolló en los años posteriores.
Patricio Bunster sería a poco andar reconocido por ser un gran exponente del método Leeder y también por su preocupación por la memoria local y el contexto social de Chile y Latinoamérica, aspectos que se reflejaron en toda su obra. Fue precursor de la llamada Danza Social y colaboró estrechamente con Víctor Jara. A lo largo de seis décadas formó bailarines y coreógrafos sin descuidar su compromiso artístico y social.
Más allá de las corrientes estilísticas que podrían mantenerlos distanciados, estos artistas tienen en común un particular interés por abordar temáticas inspiradas en la contingencia. Como expresaría Béjart: «La danza que no participe, aun inconscientemente, de lo sagrado y de lo social, es vana y vacía».
En nuestro mundo hoy, pareciera que tampoco podemos encontrar refugio en el amor y que la multitud se ha vuelto cada vez más anónima cuando es sin miramientos ni distinción, agredida, violentada y masacrada. Ante tanto horror se hace muy difícil no sucumbir a la impotencia y por lo tanto a la sensación de soledad. Pero es entonces que recordando a esos maestros del pasado reciente, me impongo buscar a quienes desde su propia soledad y anonimato se encuentran hoy investigando y creando, generando nuevos discursos para hablar acerca de lo que nos rodea.
Es el caso de Yikwa ni Selk’nam, nosotros somos los Selk’nam, es el proyecto en el que se encuentra inmersa desde principios de este año la coreógrafa y bailarina Pamela Morales. Partiendo de la premisa que la historia del pueblo Selk’nam es la de todos y todas los que comparten un territorio que fue sometido y anulado por la colonización en América, la artista se introdujo en una investigación que implicó un profundo trabajo de campo en Tierra del Fuego donde consideró pasar tiempo y compartir con los descendientes del pueblo Selk’nam, visitar los asentamiento y misiones donde fueron «civilizados», caminar largas distancias por Rio Grande, Tolhuin y Ushuaia y exponerse a bajas temperaturas en un intento por impregnarse al máximo de sus costumbres y poder transmitirlas mejor a sus intérpretes. Este aspecto para la coreógrafa es trascendental, lo que se transmita en escena debe acercarse al máximo a la realidad pues hablarán en nombre de un pueblo que fue víctima de un genocidio no hace muchos años.
Esta obra multidisciplinar que combina música en vivo original y proyecciones como parte del guión, contempla ser estrenada el próximo año.
Esperemos que esta obra sea la primera de muchas otras creaciones dispuestas a devolvernos el sentimiento de no estar solos y recordarnos que somos nuestro propio instrumento. Podemos reír, gritar, gemir, marchar…El Guillatún