La naturalidad familiar
Bruno (Andrés Gertrúdix) está de regreso en Chile y sus familiares organizan una bienvenida en la casa familiar que pronto deben abandonar. En los dos días de fiesta el recién llegado de España es el foco de atención y debe compartir su atención con el extenso grupo familiar presente. Entre ellos está su tío Diego (Gonzalo Robles), que intenta que lo ayude en el negocio de la exportación de lúcuma; la servicial tía Carla (Catalina Saavedra); y su prima Marianela (Manuela Martelli), con la que existe un juego de seducción.
La historia se desarrolla en base a las conversaciones que ocurren al lado de la parrilla, en la sobremesa, la cocina y las piezas de la casa. En su mayoría son alusiones al pasado, recuerdos de momentos familiares que conforman la identidad del grupo. Pero también hay diálogos sobre el futuro, especialmente de los jóvenes. Ahí se plantea la necesidad de dejar el pasado y salir en busca de las nuevas historias, aunque no haya mucha certeza sobre lo que se viene.
El árbol magnético es un desfile de personas y de diálogos. Los personajes circulan por la casa, entran en el plano y se integran a la conversación que se esté llevando a cabo. Hay un proceso de naturalidad de movimiento y del habla que no es menor, no da la impresión de que son situaciones armadas para grabarlas, sino que es la cámara la que busca esos instantes, con el costo de oportunidad que al optar por un momento se pierde otro que está ocurriendo en otro sector.
Otro punto a favor es la naturalidad del lenguaje. No existe un proceso de limpieza del habla que vuelva los diálogos irreales, como sucede muchas veces en las obras audiovisuales de la televisión chilena por ejemplo, sino que hay una especie de reflejo en cuanto a las palabras, la entonación y el tiempo de lo que se escucha realmente en la cotidianidad.
También es importante señalar la cantidad de momentos típicos o clásicos que ocurren en las juntas familiares y que están presentes en la película. Pero lo que podría ser un desacierto al recurrir a momentos prototípicos, no lo es ya que son tomados desde la naturalidad misma de los actos, sin elevarlos a ningún tipo de condición espectacular. Así, escenas como la de hacer el asado, la familia tomando y cantando canciones de El Temucano y la reunión de los más jóvenes alrededor de una fogata, no agotan en su presencia, ya que lo hacen sin ninguna pretensión de exhaustividad ni de innovación. Esas secuencias se asumen como conocidas, rodadas varias veces antes, pero que deben estar presentes y lo hacen de una manera sutil, quizás lejana, apostando más por la naturalidad de la acción que por la originalidad.
Sobre los dos puntos anteriores —de la naturalidad del lenguaje y de las escenas clásicas— hay que reconocer la capacidad de la directora española Isabel Ayguavives de captar esos detalles y saber llevarlos con inteligencia. Además, el elenco que cuenta con los mencionados Robles y Saavedra, más Daniel Alcaíno y Blanca Lewin, por nombrar algunos, experimentados actores que con un par de apariciones o unas pocas frases al pasar, hechas con naturalidad, son capaces de mostrar que menos es más.
Pero a pesar de lo real que se ve todo —los personajes, los diálogos, las situaciones—, El árbol magnético queda estancado en eso. Después de admirar todos esos puntos se hace necesario un guión más sólido que sea capaz de ahondar más en los temas que plantea la película, como las relaciones familiares, el cariño al pasado y la necesidad de los jóvenes de buscarse sus propias historias futuras. Todo eso queda trazado, está ahí como esperando a ser abordado e ingresar en un terreno más difícil y oscuro, pero eso no sucede y la sensación es parecida a probar algo que se ve bien y tiene buen olor, pero que al probarlo no sabe mal, pero uno esperaba que podría ser mejor, mucho mejor.El Guillatún