Mirarse sin asco
Relatos Salvajes está compuesta por seis historias que hablan principalmente desde la rabia y la venganza. Los relatos están anclados en ciudadanos comunes, algunos con más dinero y un estatus social que mantener, pero en general es sobre personas que uno se podría cruzar en la calle, en el café o en alguna fila para cumplir un trámite.
La película evita cualquier tipo de introducción a los personajes, como el tiempo es escaso se opta por entrar de forma directa y sin freno a la vida de ellos y al momento en que tendrán que decidir cómo actuar. En general esa decisión pasa por seguir el camino establecido, lo correcto, quizás, como ciudadano, o ceder a las emociones, decir basta y romper con la normatividad.
Los relatos varían en extensión, siendo el primero el más corto y sin tanta sustancia, pero que funciona como un gran chiste introductorio, indicando la línea de lo que se viene. De ahí en adelante hay cinco historias, destacando la que ocurre en un perdido restaurante en la carretera, en la que una mesera reconoce al cliente que acaba de llegar como el hombre que le arruinó la vida a su familia y debe decidir si hace algo o no; también está el experto en demoliciones Simón (Ricardo Darín), que en pocos días ve como se derrumba su matrimonio y su trabajo, todo esto producto de unos problemas con la burocracia asociada a las grúas que le retiran su auto de la calle en un par de ocasiones; y finalmente el accidente de tránsito que protagoniza un joven de familia acaudalada y la red de coimas y acuerdos poco éticos que arma el padre para salir del problema.
Hay un desértico paisaje bien fotografiado, una ciudad gris que remite un tanto a la tristeza, así como el restaurante, la casa lujosa y un salón de matrimonios. No hay desaciertos visuales, los colores ocupados se asocian con las historias, la cámara en general está bien puesta, es decir que cumple, pero nada más. La búsqueda de Damián Szifrón, director y escritor del film, está en los personajes, sus decisiones y su comportamiento. La belleza de esta película no es visual, sino que está en las palabras y en los hechos. Es una película para ser leída más que para ser vista.
Relatos Salvajes está plagada de humor negro, se mete en situaciones urbanas comunes que con un giro dejan al personaje parado en una esquina con dos caminos. Uno de ellos es la vuelta tranquila a casa, pero el otro es lo desconocido, lo irracional, lo animal del humano. La situación inverosímil explotada al máximo, algo así como «El peor día de tu vida» de Videomatch pero en el cine. Y ahí, en esa zona, está también el chiste, la gracia para el espectador. Acá no hay asco en mirarse a sí mismo, en mostrarse como argentino sin ningún tipo de filtros. Y en general funciona muy bien, hay personajes que atraen, pero más que nada son las situaciones las que mandan y que provocan una risotada brutal y culpable, quizás porque mucho de lo que se ve ahí, también sucede a este lado de la cordillera. Relatos Salvajes es argentina, pero habla mucho de lo que pasa en Chile también.
Punto aparte para Ricardo Darín, ícono del argentino de a pie, del ciudadano que explota, pero que explota bien, con gracia, con ingenio, y con chuchadas también por supuesto. Darín viene repitiendo el mismo personaje hace rato, unas veces más asociado al mundo del hampa y los pillos (9 Reinas, Carancho), y en otras al sujeto que es dueño del boliche y que cumple (El hijo de la novia, Cuento chino), pero la explosión siempre aparece. Y es como si uno esperara ese momento, que a Darín le vaya mal, que se le de vuelta la vida para que tenga la posibilidad de toparse con el responsable, encararlo y tirarle una frase. Eso espera uno de Darín, un diálogo, una respuesta rápida llena de odio y de humor, y eso, afortunadamente, también ocurre en esta película.El Guillatún