Dos vecinas escribiendo contra el mundo
Sobre «Pajarito» de Claudia Ulloa Donoso y «Pequeño recuento sobre mis faltas» de Cecilia Pavón
La peruana Claudia Ulloa Donoso reside en Noruega, y estuvo de paso en la última FILSA para presentar su libro Pajarito. Claro, los países nórdicos estaban de invitados, y fue la ocasión que aprovechó la editorial chilena Libros del Laurel para que el público local la conociera. La mendocina Cecilia Pavón en cambio es ya una asidua visitante de estas latitudes. Al menos yo recuerdo haberla conocido hace al menos 15 años, cuando la revista literaria La Calabaza del Diablo organizaba un ciclo de lecturas estivales llamado Nunca salí del horroroso Chile. Desde entonces que nos frecuenta la poeta Pavón. Hechas las presentaciones, vamos a los libros.
Pajarito es un conjunto de 30 cuentos breves, casi microcuentos algunos, organizados bajo 6 subtítulos, 3 de los cuales aluden nítidamente a sus ejes temáticos: «Labores» (el trabajo, la escritura), «Cosas de dos» (amor de pareja), «Aquí y allá» (de Lima a Noruega). Los siguientes 3 son quizás más difusos: «Placebo» agrupa 5 textos existenciales, de una fuerza poética que me hizo pensar en Vallejo; «Sangre y agua» son igualmente textos en torno a la muervida (dijera Huidobro); y «A hápe» (la espera) sigue ese derrotero poético mutando en franco delirio. A la entrada de cada sección o capítulo, se presentan además unos textos sin identificación, que operan como suertes de epígrafes o advertencias, escenas silvestres, gags, y ha sido inevitable pensar dada su inexistencia en el índice y su no-clasificación, en diversos pájaros: queltehues vaticinando lluvia, jotes anunciando muerte. Efímeras sombras en la página. Pestañeos alados.
Al margen de la carga poética de muchos textos, la escritura de Claudia Ulloa me hizo pensar, por el artilugio de las asociaciones libres, en Julio Ramón Ribeyro y en Cristina Peri Rossi. Cierto tedio o hastío ante la realidad cotidiana y las relaciones personales. Lo mágico y lo inverosímil cobrando ribetes líricos. Un ¡bah! contenido, de niño sabio, respirando en cada frase. Y al mismo tiempo una cadencia de work-in-progress, una escritura concisa, magra y fragmentaria. Pero todo esto es formal. Yendo al fondo, Pajarito es un libro que nos mueve con emoción por situaciones que conocemos y que pueden darse en todo rincón del planeta. Escoger el trabajo equivocado pero asistir igualmente a la entrevista y tratar de obtener el trabajo. Tener por única compañía a tu gato o a una planta. Cuánto se cambia y se desconoce a veces uno al sumergirse en una relación. Al punto de dudar de quién es la casa en la que se vive. Al punto de naturalizar los rituales más absurdos y hasta masoquistas. Particularmente emotivas son las imágenes que muestran quizás con más franqueza la biografía de la autora. Lo difícil de adaptarse a realidades tan distintas como la Lima del terrorismo ochentero, la España liberada y promisoria de los 90s, y la Noruega del círculo polar ártico, con sus largas noches y largos días de seis meses cada uno. Luego la depresión, la dificultad de autoafirmar una identidad, encontrar tu lugar, encontrar-te. Sentir que eres como esos muñecos con que se testea el efecto de un choque en automóvil, un cuerpo hecho de pedazos, desarmable. De ahí a lo fantástico, a lo lisérgico, hay un solo paso. Drogas para el dolor del cuerpo o del alma. Repetirse: alguien se tiene que hacer cargo del alma. Como un mantra. Un mantra sin lenguaje, inglés, noruego, español, qué más da. La prostituta es un ángel que convierte en hombres a las luciérnagas, la nadadora obsesiva y el enfermero sicótico, alguien que con algo de pervertido alimenta a las ratas de los experimentos, alguien que pasa sus vacaciones en el estómago de una mascota. Claudia Ulloa presenta una serie de personajes que conmueven, que estremecen. Pajaritos indefensos, librados a esa lluvia ácida que es la realidad, que por mínima y mentirosa en otros lados no considerarían siquiera lluvia, me refiero a la lluvia que acá conocemos como «mata pajaritos».
Por su parte, el libro de Cecilia Pavón, Pequeño recuento sobre mis faltas, publicado por el recién creado sello editorial Overol, reúne 6 relatos breves que trazan un arco que diríamos va del testimonio a la ironía. Quiero decir que uno desde el principio sospecha que estamos ante una escritora, una poeta, que de una u otra manera entronca con o pertenece a la tradición de autores que más que contar historias quiere compartir con nosotros su experiencia de ser autor. Digo, son cuentos introspectivos, reflexiones a medio camino del diario de vida y el sillón del sicoanalista. Y claro, uno vuelve a la portada y recuerda que el título del libro nos advierte muy bien que no es sino un confesionario. Entonces la sospecha se torna certeza. Los 3 primeros cuentos pasan veloces: soy escritora y dicto talleres literarios, algún día deberé escribir una novela, y como soy además traductora me relaciono con escritores y artistas y no vengo a contar cuentos sino a hablar de todo eso. Y las páginas se llenan de fórmulas más o menos inteligentes, con humor y con algo de perversión o de cinismo, sin que podamos llegar mucho más allá. Entonces, cuando esta estrategia parece querer llevarnos al paroxismo, caemos en cuenta de que hay algo más. Ironía se llama. Porque no hay otra manera de leer los siguientes 3 relatos, cuyos títulos mismos ya dicen bastante. Por ejemplo «Todas las carteras que he tenido», es efectivamente una tediosa enumeración que sólo puede lograr nuestra complicidad al comprender que con cierta sorna se nos expone la profundidad sicológica del personaje hablante, que ha resultado ser sí una escritora, pero además una fetichista superficial, un arquetipo de la artista egótica, sin amistades, arrogante y ombliguista, alguien que sin empacho dice «es un misterio cómo desaparecen las amigas. Estuve varios meses recordándolas hasta que me cansé de pensar en ellas y decidí poner mi mente en otra cosa. Por ejemplo, en todas las carteras que he tenido».
La fórmula explotada por Cecilia Pavón tiene su episodio más arriesgado cuando ensaya su propia voz a los 73 años, en el cuento «Free style rap», pues uno no logra escuchar a una persona de esa edad hablando de un modo tan irresoluto. Con todo, y siendo que yo ya he dejado en claro que este tipo de literatura no es mi favorita pues elude el básico contar historias y lo reemplaza con cierta soberbia por la reflexión metaescritural, el giro sarcástico está lo suficientemente bien ejecutado como para que uno se deje llevar y cierre el telón con un aplauso. Habiendo tanta escritura que explora este derrotero sin una mínima agudeza autocrítica, uno celebra la inteligencia de esta poeta trasandina.
Ahora y para no dar más la lata, he titulado este comentario proponiendo 2 ideas que en realidad son una, y que voy a explicar. La primera idea es la de vecindad. Hay, claro, un primer asunto obvio que como estamos y leemos desde este horroroso Chile, nos hace llamar vecinas a Claudia Ulloa por ser peruana y a Cecilia Pavón por ser argentina. Pero creo que hay otra vecindad en ellas. Es el lugar desde el que escriben, y no hablo ya del lugar geográfico sino del lugar mujer. Ambas construyen su cuarto propio (Virginia Woolf). Ahí son vecinas entre sí, y ya no con respecto a uno. No me gusta hablar de lo que otros periodistas sin asomo de vergüenza llaman «literatura femenina», como si la literatura tuviera género. Otra cosa es que cualquier obra buena o mala puede ser escrita por un hombre, una mujer, un homosexual, una lesbiana o cualquier otra variante de opción que hoy exista. Pero sí es cierto que en estos 2 libros, hay una nítida apuesta por subvertir los códigos del lenguaje patriarcal. Lo que lleva de inmediato a la segunda idea que deslicé, la idea de estar «escribiendo contra el mundo». Como se ve, son cosas que van de la mano. Claudia Ulloa desde la fragmentariedad, desde esos pestañeos inclasificables, desde el aire a work in progress, desde el intersticio poema-prosa, Pavón desde la ironía y la meta-referencia. Ambas escriben con rabia, rabia contra este mundo de machos alfa, rabia de estrógeno y progesterona. Y eso se nota. Se nota y se agradece. Que se entienda: no se trata de que sean libros «violentos». La sutileza también hiere. Un libro inteligente nos puede desangrar. Me gusta pensar que la literatura buena es la que sangra. Y estos dos libros, como diría Arlt, tiene la potencia de un cross a la mandíbula.
Cerremos este 2015 entonces. Gracias por la paciencia lector o lectora imaginaria. Busque Pajarito de Claudia Ulloa (Libros del Laurel) y Pequeño recuento sobre mis faltas de Cecilia Pavón (Ediciones Overol). Y lléveselos a la playa. Le aseguro que empieza mejor el próximo año.El Guillatún