El cine, ese gigante omnipresente
Sobre «Playa Panteón» de Juan José Podestá y «La pesadilla del mundo» de Simón Soto
No parece posible hoy en día pensar en dedicarse a la narrativa sin pasar por el cine. Ya desde Faulkner y Hemingway todos los grandes llegaron al séptimo arte, y por estos lados hasta un tal Fuguet lo hizo. Tengo la sensación de que para un escritor actual existe casi la obligación de ver horas de tele, bajar las últimas series de Netflix, estar al tanto de los estrenos y movimientos de la cartelera de cine, y el desafío último de llegar escribir una película. Insisto: nada nuevo hay en esto. Hace ya mucho tiempo que la omnipresencia del cine es tal que no sólo es un futuro deseable profesionalmente, sino que ha alimentado toneladas de páginas de libros, y es un tópico en sí mismo, pasada incluso la era de la meta-referencia. Lo cierto es que no pude dejar de pensar en estas cosas cuando leí los conjuntos de cuentos de dos colegas que zapatean con fuerza y buen tino en la escena local.
La pesadilla del mundo de Simón Soto (Editorial Montacerdos, 2015) reúne 7 relatos en los que se puede ver nítidamente la influencia del código audiovisual en el oficio de su autor. Quiero decir que uno sabe porque en la solapa del libro la reseña misma dice que Simón Soto trabaja como guionista en televisión, pero acaso si ese dato no se consignara, lo mismo un lector mínimamente atento lo sospecharía. El primer cuento, «Madre», y el último, que da nombre al conjunto, son contundentes y evidentes en ese sentido: al leerlos entramos ipso facto en el mundo y lenguaje de la pantalla grande y chica. Más claro echarle agua: en «Madre» se nos presenta la historia de un guionista de televisión que se convierte en tal por la presión de su mamá. Es un caso arquetípico, un potencial Norman Bates. Y tal como lo han señalado ampliamente esos sujetos sin rostro que conforman la crítica literaria nacional, en el cuento «La pesadilla del mundo» la alusión o el espejeo con Apocalipsis now de Coppola no puede ser más directa. Un militar que en el cumplimiento de una misión termina aislado y convertido en el delirante líder de una secta sangrienta. Libros y películas son acá ecos de ecos. Como se sabe, el film que protagonizó Marlon Brando se basa en El corazón en las tinieblas novela de Joseph Conrad. Entonces podríamos decir que el argumento no hizo sino cambiar de escenario, el Congo Belga de Conrad se convirtió en Vietnam cuando pasó por Hollywood, y de la mano de Soto ahora es el extremo sur chileno.
Digamos además que es el segundo libro de cuentos de Simón Soto, y que ya en el primero (Cielo negro, Editorial La Calabaza del Diablo, 2011) había exhibido no sólo su habilidad técnica sino la predilección por estos personajes de una singular complejidad sicológica. El cuento más breve de esta nueva entrega, que para mi personal gusto es el mejor, se llama «Matar a los niños» y es apenas una escena protagonizada por dos criminales y narrada en primera persona, así Soto nos enfrenta a la naturalidad del asesino. Pero al trabajo de construcción de personajes se suma la exposición de relaciones afectadas, por eso la mirada se dirige al interior de la familia, como en el ya mencionado cuento «Madre», o como en «Felicidad conyugal», en el que la voz es asumida por la cuñada del matrimonio protagonista. Soto administra el morbo, camina por esa delgada línea roja (para seguir con las alusiones cinéfilas); es un autor que ha leído bien a los rusos y sabe que en la intimidad pueden vivirse infiernos de dimensiones equivalentes al peor Vietnam.
Otro elemento insoslayable es el ritmo. Porque Soto maneja una progresión, un in crescendo, de modo que hacia el final, en los 2 últimos cuentos, se salta hacia el delirio. El lado B. «Las flores del espacio» es un cuento que me hace pensar en la convivencia o confluencia de referentes concretos: Bolaño, Baradit, Bisama. A la cita concurren personajes exóticos, de ocupaciones insólitas, como puede serlo una ilusionista que se hace llamar la Hija de Houdini. Un aire post-punk que llega al clímax en el ya mentado cuento que corona y bautiza el volumen, «La pesadilla del mundo», un texto que prácticamente se puede encender con un fósforo, así de escrito con parafina parece. Nada ha sido casual. El libro abre y cierra con una contundente voluntad de narrar, de contar historias. Provoca una extraña sensación de satisfacción y lo digo en un sentido estomacal, quedamos llenos, como cuando se ha comido demasiado. Creo que si hubiese tenido más páginas, Soto nos seguiría contando cuentos. Es de esperar que así sea.
Ahora vayamos al otro autor convocado. Aunque con menos repercusión en la crítica, Playa Panteón de Juan José Podestá (Narrativa Punto Aparte, 2015) tiene igualmente mucho de lo que hasta aquí he dicho de Simón Soto. La omnipresencia del cine, de muy distintas maneras. Hay un cuento titulado «Diario de un rodaje» en el que obviamente accedemos a las bambalinas, a la tensión que se desata al interior de un equipo que debe filmar una película. Es un texto hermanado directamente con otro, «Apuntes rudimentarios para un relato», que independiente de su (des)estructura de notas sueltas, también transcurre mientras se está filmando un documental. Y aún hay otro cuento, «El improbable destino de dos gringos», que es una ficción protagonizada por Al Pacino y Jack Nicholson. Risas aparte, éste me hizo recordar al notable Osvaldo Soriano de Triste, solitario y final por ese acto irreverente de tomar a un par de famosos de Hollywood y convertirlos en cualquier otra cosa.
Hay que consignar además que este es también el segundo libro de cuentos de Podestá. Y si uno hace la progresión respecto del anterior compendio (El tema es complicado, Narrativa Punto Aparte, 2013), es distinguible lo que constituye una búsqueda o un tenor propio: una combinación de crónica roja, humor y cine negro. En ese sentido podríamos encontrar una vez más la huella, la sombra del Bolaño más siniestro de 2666, y no estaríamos tan lejos. Pero así mismo, en cuentos como «Bajo monte» o «Un pueblo», Podestá logra que uno evoque al «Diles que no me maten» de Rulfo, y aún a «El muerto» de Borges. Manso piropo. Abundan los forajidos arquetípicos en Playa Panteón. Abunda también la sequedad del desierto como una atmósfera común, la locación elegida la mayoría de las veces.
Podestá narra con soltura, a ratos parece incluso demasiado tranquilo, ensayando trabajos a medio camino, por ejemplo con los relatos titulados «Díptico rojo/negro I» y «Díptico rojo/negro II», con lo que nos queda la sensación de que en definitiva hay una novela no confesada en proceso. Son relatos imbricados uno con el otro, en que aparece un periodista que a todas luces es un alter-ego del autor, hay por supuesto un crimen, y el bajo fondo del actual norte chileno, lleno de prostitutas colombianas y de una mafia compuesta por civiles y militares con poder económico, buenas redes de relaciones políticas y pasados tenebrosos. Esa relación entre unos cuentos y otros, el hecho de que haya lugares comunes como la Isla Podestá y la Playa Panteón, hacen que uno se pregunte por qué el autor no se decidió finalmente por la construcción de una novela. Concedamos eso sí, que semejante disquisición es por cierto subjetiva, y que no todo lector tendría por qué asomarse a ella. Pruritos personales. Otro podría decir por ejemplo que he ahí una de las chorezas de Podestá. May be.
Si quisiéramos señalar un punto débil, válido tanto en La pesadilla del mundo de Soto como en Playa Panteón de Podestá, tendríamos que referirnos a los intentos que ambos hacen por que aparezca, acaso con disimulo o timidez y por eso para mi gusto fracasando, la historia local reciente, la dictadura. Hablo de personajes que se sustentarían perfectamente en su perversión sin necesidad de sugerir que fueron agentes del régimen asesino. O de imposibles lugares en los que la depravación llegó a tal nivel que nadie nunca los señaló como centros de tortura, por temor a represalias o a despertar los propios fantasmas internos. Ese tipo de alusiones le restan credibilidad a relatos ante los que uno como lector hizo previamente la concesión de no exigir una verosimilitud anclada en la realidad histórica. No sé si me explico. Son innecesarias. Y la demostración mejor es que cuando ni Soto ni Podestá ceden a esa tentación de insinuar conexiones con la dictadura, y simplemente exhiben a sus víctimas y victimarios pelados, así sin señalarlos como tales, es cuando mejor resulta. Uno como lector, si quiere, completa el relato y dice ah mira, este tipo podría ser, por ejemplo, un Corbalán o un Romo. Acaso sea nuevamente el influjo de Bolaño, que tenía esa capacidad de hablar del tiempo oscuro desde una ficción radicalmente extrema. Pero uno tiene la sensación de estar viendo otro tipo de cine con Soto y Podestá, algo a medio camino entre el western, el pulp y el post-punk. O cine clásico de acción, o drama derechamente. No un documental de Pato Guzmán.
Cerremos entonces. El cine entonces, y su omnipresencia en este par de colegas. Tanto Soto como Podestá presentan conjuntos que más de alguien considerará tienen sus altibajos, cuentos mejor armados unos que otros. Ambos ensayan exitosamente por ejemplo narrar en segunda persona, usando el apelativo directo. Ambos transitan la cuerda de los héroes fracasados, de las psiquis criminales, de las relaciones tormentosas. De Hitchcock o Coppola a Tarantino o Cormac McCarthy. Ese espectro. A mí por lo menos me cabe finalmente la pregunta de por qué. Qué es lo que tanto gusta. Ya hace unas cuántas décadas que vivimos en el imperio de esa forma de narrar, abusando del punto seguido, como en un guión audiovisual. Que no se malinterprete: a mí me encantan Tarantino, Coppola, etc. Quizás esa es la respuesta, simple y llana, y el resto es que uno le sigue buscando la quinta pata al gato de puro ocioso, o de romántico. Pero no deja de ser sintomático que haya tanto escritor con personajes del mundo de la televisión, o del cine. Digo yo, ¿o no?
En cualquier caso, leer estos dos libros provoca, como ante un buen film, la sensación de no haber perdido el tiempo. Tienes lector la plena garantía de que vas a pasar un grato momento, un muy buen rato. Y a bajo costo además, lo que no es malo.El Guillatún