Después de la erupción, el drama personal
El documental Vecinos del volcán, de Iván Tziboulka, comienza con la erupción del volcán Chaitén, ubicado a 10 kilómetros del pueblo del mismo nombre, el 2 de mayo de 2008.
El desastre natural es la motivación del director para volver al lugar que ya conocía y moverse entre los escombros, las casas deshabitadas y las cenizas. Esa primera parte es algo confusa ya que no se entrega ningún tipo de información al espectador que no es chileno o que no conoce la historia. Se asumen muchos puntos y se entra de forma directa a la actividad del volcán y la evacuación de los habitantes de Chaitén.
Pero después Tziboulka comienza a entablar conversaciones con algunas personas del pueblo trasladadas a Puerto Montt y Chiloé. El director lleva esos diálogos hasta cuatro años después de ocurrido el hecho. Y ahí están los mejores momentos de este documental. En los que uno ve como las personas se sienten desarraigadas del rincón de tierra que era su mundo. Con los niños adaptándose a los nuevos compañeros de colegio, a no poder salir a la calle en ciertos barrios por los presuntos peligros que caen con la noche, y los adultos acomodándose a los trabajos que se les presentan y a una ciudad que ven como ajena y deshumanizada. Así empiezan, pero los cuadros familiares se van desdibujando y algunos integrantes vuelven a Chaitén pese a la prohibición del gobierno, a habitar un pueblo sin luz ni agua, desarrollando las relaciones a distancia y experimentando dificultades como familia y pareja frente a este nuevo escenario.
Iván Tziboulka, conocido director de programas de televisión como Al sur del mundo y Patiperros, se vale de los recursos utilizados en esos programas de los años 90 que le hace muy mal en el tono del narrador que utiliza, que es bastante lento, de voz casi apagada, que pareciera pedir permiso en cada intervención, pero que logra cierta conexión en el modo de acercarse a las personas, mediante frases cotidianas y amables, más parecida a una conversación que a una entrevista. Y la gente responde a eso, confía en él y se abre a contar qué problemas humanos, es decir más allá de lo económico, les significó la erupción del volcán. Pero el director abusa un poco de ese punto, se da demasiadas vueltas y cae en la repetición en algunas secuencias.
Vecinos del volcán no tiene sutilezas estéticas. Siendo la provincia de Palena heredera de una naturaleza preciosa que se contradice con el deteriorado pueblo de Chaitén, no hay planos memorables, ni una fotografía que valga la pena mencionar. Este documental está más cercano a la televisión, en el sentido de que no aprovecha el valor propio que tienen las imágenes para narrar y apunta directamente a las palabras de los personajes, que en algunos momentos funciona muy bien, pero que en otros se siente un documental desaprovechado.El Guillatún