Música clásica: ¿La entrada liberada como incentivo, costumbre o necesidad?
Usualmente los conciertos de música clásica son gratuitos o con «entrada liberada». Ya sea en las salas de conservatorio, iglesias, o incluso salas relacionadas a instituciones gubernamentales, el público tiene la opción de asistir a los conciertos sin pagar. Sin embargo en muchas ocasiones el concepto de entrada liberada está asociado al hecho de que los ejecutantes tampoco reciben remuneración por su actuación, o en ocasiones debido a que el financiamiento está ya dado por un fondo concursable o por la institución organizadora. No obstante, la aplicación del concepto no tiene una lógica establecida, ya que es posible encontrar conciertos con entrada liberada en sectores de escasos recursos y en sectores acomodados; en instituciones gubernamentales y en instituciones privadas. En ocasiones, se entiende que los conciertos realizados por estudiantes sean gratuitos, ya que ellos lo hacen como parte de su formación, pero cuando la práctica ya se extiende a músicos profesionales, acarrea complicaciones mayores. ¿Es la entrada liberada una forma de fomentar la audiencia? ¿Debe ser entendida como un subsidio? ¿O simplemente es una costumbre que no posee una lógica de fomento a la audiencia, sino que se utiliza por un prejuicio asociado al hecho de que el público no está dispuesto a pagar por un concierto de música clásica?
En primer lugar, podemos confrontar las razones de la entrada liberada como forma de fomentar la audiencia. En este sentido, se asume la idea de que la gente no asiste a los conciertos porque no está dispuesta a pagar por un espectáculo de música clásica. Sin embargo, instituciones como el Teatro Municipal y otras similares cobran por cada uno de sus espectáculos, por lo que el principio de «fomento a la audiencia» no tiene relación sólo con el precio. En el fondo, un concierto con entrada liberada es un concierto en el cual la entrada vale «0», lo que implica, en términos económicos, que el auditor puede elegir entre dos conciertos que se realizan al mismo tiempo, y potencialmente, opte por el más barato. Sin embargo, el auditor que está dispuesto a pagar asume que un espectáculo de mayor calidad implica un mayor valor, razón por la que temporadas con músicos internacionales tienden a seguir esta práctica; por ende no extraña el alto valor para los ciclos de músicos internacionales que se realizan en Santiago. Por lo tanto, el mensaje que se termina dando al auditor es el hecho de que los conciertos con entrada liberada tienden a ser más baratos, con el riesgo de que se entregue una menor calidad. Si a esto se suma de que dichos conciertos son realizados en zonas donde la gente tiene acceso a espectáculos pagados de similares características, el principio de la entrada liberada como herramienta de fomento pierde fuerza.
Pero no sólo basta este ejemplo. Si pensamos en una actividad similar, el teatro, nos daremos cuenta de que este no sigue el principio de la entrada liberada que sí sigue la música clásica, pese a que detrás de ambos hay preparación, horas de estudio, ensayo, y un evidente campo profesional muy competitivo. Más aún, las entradas a las obras de teatro tienden a ser proporcionalmente más costosas que la música clásica. Y justamente en este punto el valor de la entrada funciona como vehículo de transmisión de la calidad de la actuación, inclinando la balanza hacia la obra más costosa, en lugar de la más económica. Incluso más, muchas obras poseen financiamientos gubernamentales para el período de preparación y ensayos, además de cobrar entradas durante el ciclo que se encuentren en cartelera. Pese que la razón podría ser la mayor cantidad de personas involucradas en el proceso en comparación a un proceso de preparación de un concierto, no existen razones aparentes por las cuales uno privilegia la entrada liberada y el otro tiende a tener entradas de mayor valor.
¿Quiere esto decir que la entrada liberada no funciona como incentivo? No; la entrada liberada funciona como incentivo si ésta es utilizada en el contexto indicado. Una de los grandes problemas de la música clásica es su dependencia a teatros y salas que tradicionalmente han albergado esta manifestación. Sin embargo, estas salas tienden a estar en lugares céntricos y en zonas más acomodadas, dejando a gran parte de la población de menos recursos ajenas a éstas. En este sentido, la entrada liberada puede constituir un factor fundamental en el acceso a la cultura de muchas personas que no están familiarizadas con la música clásica. De esta manera la entrada liberada a través de conciertos que son realizados en zonas donde no hay salas especiales para conciertos, pero sí hay gimnasios, iglesias o lugares similares, constituye un vehículo de fomento importantísimo. Y la generación de estos de parte de los músicos puede ser diversa; pueden estar financiados por una institución en particular, o simplemente realizan esa labor con un énfasis social, donde la entrada liberada sí tiene un propósito económico y social determinado.
Distinto es un espectáculo con entrada liberada en zonas donde co-existen distintas alternativas. Porque una entrada gratuita puesta en el lugar equivocado genera exactamente el efecto contrario, desmotivando al espectáculo debido a una probable «menor calidad» del concierto, frente a otro que sí parece ser remunerado y parcialmente financiado a través de las entradas. Esto se afianza más con la simple comparación del valor con espectáculos de música popular que poseen cifras de mucho mayor valor. ¿O asumimos simplemente que la música clásica es menos entretenida o llamativa que la popular? Esto sería un error; este argumento que fue sostenido durante años anteriores ha perdido fuerza en la medida que la gente sí está dispuesta a invertir dinero en manifestaciones artísticas o deportivas de mayor costo en el acceso, por lo que el costo de la entrada no termina siendo el principal punto de conflicto a la hora de decidir la asistencia a un concierto. No obstante, ¿contribuye la entrada al financiamiento del concierto? Sí, pero difícilmente se convertirá en los honorarios de los músicos a menos que se establezca una especie de temporada al modo de las obras de teatro. Sin embargo, el efecto tiene más relación con el incentivo propiamente tal, y la forma en que ésta puede contribuir a desarrollar audiencia en zonas que poseen menos oportunidades en el acceso.
Por otro lado, si el Estado subsidia a través de fondos gubernamentales espectáculos de música clásica, la entrada liberada debe ser empleada con especial cuidado. Si el evento en cuestión es realizado en zonas de alta demanda y de alto ingreso económico, la entrada liberada provocará el efecto inverso y tampoco se puede señalar que es necesaria. Por el contrario, si el Estado está detrás de eventos, festivales o itinerancias en lugares que no poseen acceso a la música clásica, la entrada liberada se convierte en un punto de inflexión para incentivar la participación cultural. No podemos asumir que los conciertos de música clásica deben ser con entrada liberada, incluso si reciben un financiamiento privado o gubernamental. Ésta debe estar íntimamente relacionada a objetivos de fomento a la audiencia en lugares y para públicos determinados.
Por ende, si la gente está dispuesta a pagar, el punto de incentivo no está determinado por «la entrada liberada» en cuestión, sino que más bien por la publicidad relacionada y las formas de comunicar la existencia del concierto o el evento determinado. Por esta razón, eventos en los cuales la entrada contribuye al financiamiento del concierto, realizan mayores esfuerzos en su divulgación. En cambio conciertos en los cuales la entrada es sólo un aporte tangencial o simplemente es una formalidad, no incentiva a la publicidad del mismo; es casi inexistente, o sólo se da en el mismo recinto. No podemos olvidar que la asistencia al concierto es una experiencia y como tal, debe ser analizada e incentivada en forma multidimensional. Reducir el incentivo sólo a determinar la entrada liberada como factor primordial, es dejar de cuestionar aspectos fundamentales en la realización del concierto mismo que son más importantes: elección de compositores, formato, duración del mismo, publicidad, redes sociales, notas al programa, explicación de las obras, y la calidad de la ejecución misma. Y es fundamental comenzar a fomentar eso desde la formación de los estudiantes a través de los múltiples recitales que dan durante su formación en los conservatorios, que paradojalmente tienen muy poca divulgación.
Si queremos de verdad fomentar el desarrollo de la música clásica, debemos dejar de pensar que el precio de la entrada es el valor fundamental. Información, divulgación, formato del concierto, elección de compositores y búsqueda de la novedad, son factores más importantes que el primero. El concierto es una experiencia, y por ende la diferencia estará determinada por el resultado que tenga en el auditor. Pensar en la entrada liberada como factor fundamental es la solución más fácil y la de menor trabajo; sí es necesaria en el incentivo, pero sólo cuando queremos llevar la música clásica a zonas que no han tenido esa experiencia; de lo contrario, estaremos dando mensajes en la dirección contraria, restando vitalidad a la experiencia de la música clásica en su formato más natural: el concierto.El Guillatún
Concert in Freeway Park, Seattle, 1979. Seattle Municipal Archives / CC BY 2.0