Platée: Barroco revitalizado
Las ciudades de Rancagua y Buenos Aires se unieron para un tremendo estreno latinoamericano de un repertorio al que las temporadas chilenas no están acostumbradas: ópera barroca, que llega en gloria y majestad, encantando con la música, seduciendo con la danza y haciendo reír con la producción.
Platée o Juno celosa, de Jean-Philippe Rameau (1683-1764) es una sátira mitológica que se estrenó en 1745 con motivo del matrimonio del Delfín de Francia, lo que no deja de ser relevante, dado que la trama de esta comedia se desarrolla alrededor de otra boda, demostrando ya en su contexto que gira totalmente en torno a la burla. Rameau fue teórico musical y compositor francés del barroco tardío, heredero de la Ilustración y racionalista. Especialmente en sus «ópera-ballet», como la que nos convoca, se hace cargo de libretos más ligeros que las tragedias líricas de la ópera francesa de su época, lo que le permitía licencias musicales.
En el preludio es donde se enuncia qué es lo que el espectador verá: criaturas míticas hablan de la comedia y la burla generalizada y, Momo, dios de la sátira, les recuerda de la «casi boda» de Júpiter y Platée. ¿Por qué «casi boda»? Porque los tres actos que siguen son una farsa para que Júpiter cele a su mujer, Juno, cuyos vientos azotan a los humanos. El rey Citerón y Mercurio planean esta broma, a la que se suman Momo y la Locura, para que Júpiter haga reaccionar a Juno, con quien finalmente se reconcilia y de la que Platée es la gran víctima, jurando venganza. La idea anterior anuncia solo crueldad, lo que no deja de ser cierto, pero lo que rodea al relato es lo que da la gracia. Platée es una ninfa del pantano, enamoradiza y que cree ser encantadora, aunque la realidad es que resalta sobre todo por su fealdad.
En la música, Rameau escribió el papel de Platée para un tenor: el personaje principal es travestido desde su origen, algo distinto con lo que ocurre con las representaciones por cantantes mujeres de roles de castrati. Esta particularidad permite que la obra en sí tenga atrevimiento y permita puestas en escena originales, que en este caso fue fascinante y podría acercar el género y Platée en particular a cualquier espectador, sea experto, un aficionado o alguien que recién comienza a escuchar ópera.
En esta nueva producción, la orquesta se componía de dos agrupaciones: La Orquesta Barroca NuevoMundo, chilena y la Orquesta Compañía de las Luces, proveniente de Argentina, ambas dirigidas por Marcelo Birman. El sonido respondió a la búsqueda de fidelidad a la música antigua a través del uso de instrumentos de época, entonación adecuada y tempi más acelerados. El resultado, lograr apreciar todas las capas de la música, especialmente en las cuerdas.
En las voces, los solistas, tanto chilenos como argentinos, estuvieron a la altura en partituras exigentes y adornadas. El chileno Ezequiel Sánchez en el papel principal de la ninfa deslumbró, demostró facilidad en el agudo y solo en momentos pareció estar demasiado agitado. Patricia Cifuentes fue dulce en el breve rol de Clarine y luego soberbia como la Locura, llevándose probablemente la mayor parte de los aplausos en el segundo acto. Sus coloraturas fueron seguras y en el centro mantuvo su fuerza. Pablo Pollitzer destacó y se demostró cómodo en el repertorio, siendo un punto alto de la noche. Norberto Marcos, Evelyn Ramírez y Patricio Sabaté cantaron roles más pequeños en su duración, pero esenciales en la trama: Júpiter, Juno y el rey Citerón, respectivamente. Constantes y con gran presencia escénica. Cabe destacar que el ya mencionado tenor Pablo Pollitzer, el barítono Sergio Carlevaris y la soprano Soledad Molina, todos argentinos, son los que más dedicación tienen en roles barrocos o clásicos.
El coro y el ballet de la Compañía de las Luces fueron protagonistas más. Podría pensarse de este último que es solo un acompañamiento para partes instrumentales, pero no fue el caso y, con una coreografía sensual, constituyó parte del drama.
Platée fue un montaje para los oídos, pero también un goce visual porque la puesta en escena fue espectacular. La parodia pudo traspasarse a una clase alta que rechaza a Platée, bastante vulgar, recién llegada y que no «encaja» entre ellos. La acción se implanta en una especie de centro vacacional y, más adelante, en una alfombra roja que cubre el compromiso. Las demás ninfas —Clarine y el ballet—, hacen juego con la protagonista: transformistas, provocadores y en contraste con los huéspedes del resort. Los vientos mitológicos y carros alados de los dioses fueron reemplazados por ventiladores, secadores de pelo y un carro de golf, de manera tal que todos los recursos reforzaron el elemento cómico y de burla.
El vestuario y maquillaje fueron, en su mayoría, sencillos y cotidianos. La Locura, por su parte, no era una extravagante, sino que una figura más bien fantasmagórica que ha perdido la razón: ropa, cabello y piel blanca. La caracterización de Ezequiel Sánchez como Platée parece tener en su maquillaje una reminiscencia al ícono transformista «Divine», con las cejas en medio de la frente, color exagerado rodeando los ojos, labios pintados y delineados y un lunar falso. Rellenos, vestidos y accesorios acentuaban lo cómico del personaje.
En lo actoral, el trabajo se notó en profundidad. Solistas, coro y bailarines todo el tiempo se mantuvieron en sus personajes sobre el escenario ayudando a hacer la farsa más creíble. Sánchez, Cifuentes y Pollitzer sobresalieron: conservando gestos femeninos, la mirada perdida y el rol de un hombre de negocios, respectivamente.
En resumen, un estreno grandioso que promete con el redescubrimiento de obras poco conocidas o prácticamente olvidadas, dándoles nuevas lecturas que las revitalizan y no solo nos dan la oportunidad de tener un goce estético en el arte, sino también de reflexionar con humor sobre la crueldad, brechas sociales o género, arriesgándose a perpetuar estereotipos, pero siendo lo suficientemente inteligentes como para mantenerse fieles a la obra original y, a la vez, actualizarla. La ópera renace fuera de Santiago y, esperamos, para quedarse.El Guillatún