«Anna Karenina» y la decadencia de la alta sociedad
Jean Renoir fue un director de cine francés de quien se dice fue uno de los cineastas más influyentes en el país galo antes de la «Nouvelle Vague». Lo cierto es que, en vida, Renoir no fue precisamente lo que podríamos llamar un realizador exitoso. Al contrario, nunca fue un buen estudiante, situación que lo llevó a unirse al cuerpo de dragones (algo así como una milicia francesa) para pelear en la I guerra mundial, donde sufrió una herida en su pierna. Esa marca lo hará cojear de por vida.
Su obra maestra, La règle du jeu (La regla del juego) costó el doble de lo presupuestado, se tuvo que reescribir el guión a mitad del rodaje y fue un total fracaso en la taquilla de la época. Poco tiempo después, estallaría la II guerra mundial, el filme sería adaptado al gusto del gobierno alemán, cercenando del original varios diálogos y escenas. Los negativos de la película se extraviaron en medio de la invasión y sólo se pudo reconstruir en la década del 60′, tomando relevancia mucho tiempo después y hoy figura en todas las listas del tipo «mejores películas de la historia» o «películas que hay que ver antes de morir».
El relato de Renoir se desarrolla en un castillo de la época, donde se reúnen miembros de la clase alta francesa quienes viven en la eterna contradicción de dejarse llevar por sus impulsos o mantener el decoro. La principal estrategia para mantener la situación a raya es la hipocresía, siendo de especial categoría la capacidad de reflejar ese doble estándar en los personajes de clase alta dentro de la historia.
Anna Karenina dirigida por Joe Wright es una nueva adaptación a la novela de León Tolstói. La historia narra la vida de Anna (Keira Knightley), quien vive una acomodada vida casada con Alexei Karenin (Jude Law), un alto funcionario del gobierno aristócrata, y su hijo Serhoza (Oskar McNamara). Las circunstancias la llevan a San Petersburgo a tratar de reparar la fractura matrimonial entre su hermano Oblonsky (Matthew MacFadyen) y Dolly (Kelly MacDonald), producto de las constantes infidelidades del marido. En la misma ciudad vive Kitty (Alicia Vikander), quien es cortejada por dos hombres, entre los que toma una decisión: rechaza a Konstantin Levin (Domhall Glesson) y se derrite por la seducción de Alexei Vronsky (Aaron Taylor-Johnson).
Nada al principio de la historia es tan llamativo hasta que se evidencia la natural atracción entre Anna, aburrida de la falta de pasión en su matrimonio, y Vronsky, quien ve en ella un desafío a su inmadura galantería. Anna, aferrada a sus principios y su familia. Él, idealista, la sigue con porfía en su regreso a Moscú. El cruce es inevitable y optan por dejarse guiar por el placer, cuya ruina ya está sentenciada.
La narración la construyen personajes arquetípicos, que se pueden encontrar fácilmente en las personalidades zodiacales o el tarot. Cinematográficamente, existe una valoración a lo teatral. Los planos se concentran en la interpretación de personajes, los planos van del primer plano al plano conjunto. Ni tan allá ni tan acá, nos concentramos en la expresividad de los actores, sus movimientos coreográficos y sus gestos sumamente sentimentales.
El rodaje se lleva a cabo al interior de un teatro, evidenciando la puesta en escena que metafóricamente representa a una alta sociedad rusa llena de máscaras, modales y escenografías ficticias. La coherencia con la dirección de arte es total si añadimos los elementos de ropajes, vestuario y utilería que llevan al espectador a nadar en la época.
La lección del relato no es distinta a la que nos han contado: la pasión desmedida nos lleva irremediablemente a la muerte. Se percibe la influencia de Stendhal —especialmente de su Le rouge et le noir (Rojo y Negro)— en Tolstói, situando eso sí el drama en la sociedad alta, lo que nos habla del sentido contextual de la obra: una Rusia pre-soviética que retrata un Estado resquebrajándose y una clase dirigente en decadencia moral. Por otro lado, se asoman en la obra personajes interesantes, pero no completos, como el obrero arrollado por el tren o el enfermo hermano de Levin.
En Anna Karenina no percibimos ni un guión ni un director creativos. Hay elementos en la forma que son interesantes, pero se aprecian más como experimentos técnicos que narrativos, debido a que son básicos y no denotan una mayor intencionalidad. Al igual que Los Miserables va en rescate de lo clásico, presentando un tema mucho más actual: la vida como un personaje predeterminado, cuyos avatares debemos saber cumplir o, de lo contrario, nos espera el peor de los destinos. Es decir, la vida como una gran mentira, como un gran cuento.El Guillatún