Un deporte no tan blanco
«Borg McEnroe» de Janus Metz
Cine e Historia (sí, con mayúscula, porque es la historia de los grandes sucesos). Una relación que a menudo da como resultado producciones cinematográficas que indudablemente llaman la atención del mundo. Jackie (2016) de Pablo Larraín hizo lo suyo al retratar las dificultades que atravesó la esposa de John F. Kennedy luego de su asesinato. Patricio Guzmán, por su parte, desde la vereda del género documental registró las heridas aún abiertas que dejó la dictadura en Chile en su multipremiada Nostalgia de la luz (2010). Ahora bien, qué sucedería si a esta dupla de disciplinas le agregáramos una tercera: el deporte. Quizás el resultado sería algo como Borg McEnroe (2017), película sueca que esta semana se estrena en los cines nacionales.
El largometraje aborda el mítico duelo final entre Björn Borg y John McEnroe durante el torneo de Wimbledon de 1980. El primero, ícono del tenis mundial con cuatro torneos ganados en esa misma arena, deberá hacerle frente al segundo, quien se caracteriza por su temperamento rebelde dentro de la cancha de tenis. Ambos deberán afrontar tanto sus inseguridades como la presión de la prensa deportiva y el público asistente, situación que pondrá a prueba sus respectivas formas de juego y los llevará a quedar por siempre en la historia del tenis.
Bajo la dirección de Janus Metz, Borg McEnroe se encarga de desmitificar este mal llamado «deporte de caballeros». A partir de una serie de flashbacks que son alternados con los preparativos al gran duelo final, el director danés articula un relato que avanza calculadamente hacia el enfrentamiento de estas dos personalidades, atravesando con gran destreza diversos aspectos asociados a esta disciplina deportiva y que muchas veces pasan desapercibidos para el resto de los mortales. La presión o la ausencia de apoyo del núcleo familiar más cercano al jugador, el permanente hostigamiento de la prensa, la insistencia de los patrocinadores en determinar las acciones del tenista, las inseguridades y obsesiones que rodean a este mismo, etc. ayudan a construir una historia que va más allá del simple acontecimiento.
En este sentido, destacan las correctas interpretaciones de Sverrir Gudnason en el rol de Borg y Shia LaBeouf como McEnroe. El sueco, impasible desde afuera, esconde en su interior una serie de actitudes que revelan su lado más vulnerable. El estadounidense, por su parte, siempre inquieto e irascible, logra mantener la compostura en el momento de mayor presión durante el partido final. No obstante, es el debut de Leo Borg, hijo del verdadero Björn Borg, el que resalta de sobremanera cuando es el encargado de interpretar al personaje de su padre durante su etapa como un adolescente prodigio del tenis sueco.
Por otro lado, tanto la composición musical como el ritmo del montaje son funcionales a la historia que se nos va contando, sin suponer esto alguna innovación notoria. A pesar de ello existen varios momentos dentro del largometraje, sobre todo aquellos más cercanos al final, en que la edición se vuelve fundamental para generar una gran expectación acerca del juego entre ambos tenistas, momento en que la banda sonora lograr aportar en gran medida a la emoción contenida en aquel instante de la narración.
Borg McEnroe es una película que cumple con la expectativa de entretener y profundizar en un pasaje famoso de la historia reciente del tenis. Tiene un guion que funciona perfectamente, pero que no implica gran riesgo. Entendible si quien dirige tiene una gran experiencia en el género documental antes que en ficción. La sensación que queda es la de haber contemplado un deporte que lejos de ser blanco, es más bien una disciplina plagada de grises.
La excesiva presión ejercida desde el entorno del tenista hacia este último termina muchas veces por quebrantar sus motivaciones más profundas; la alta competitividad arraigada en este deporte, sirve de puente a la prensa para crear conflictos que muchas veces ni siquiera son reales. Esto resulta evidente a posteriori cuando nos enteramos que la rivalidad entre Borg y McEnroe no era más que una farsa inventada por los periodistas deportivos. Si tuvieron roces, probablemente fueron los típicos que surgían durante un acto competitivo. La realidad, por su lado, terminó por sentenciar que ellos fueran grandes amigos luego de un tiempo.El Guillatún