Entretenido paseo por la playa
Tres hermanos chilenos, Champa (Juan Silva), Pilo (Agustín Silva) y Lel (José Silva), deciden viajar al norte del país, a Playa La Virgen, para acompañar a su amigo estadounidense, Jamie (Michael Cera), en la búsqueda del cactus alucinógeno San Pedro. La película comienza la noche anterior al viaje, en una fiesta. Ahí, después de probar la marihuana y la cocaína local, Jamie conoce a la excéntrica Crystal Fairy (Gaby Hoffmann) y la invita a su travesía, en la que ella termina cambiando un poco los planes y alterando el ambiente original.
El director de la película, Sebastián Silva —uno de los cineastas nacionales contemporáneos más reconocidos internacionalmente, junto a Lelio y Larraín— narra una historia mínima, que posee un argumento simple, sin pretensiones discursivas acerca de la muerte y el ocaso de la vida (La vida me mata y Gatos Viejos), ni de retratar alguna práctica social (La Nana). Lo que hay en Crystal Fairy es adolescencia, ocio, sin sentido y tiempos muertos.
Si en toda la filmografía de Silva, éste había decidido grabar en espacios cerrados (casas y departamentos), en este proyecto —que nace producto de la espera del financiamiento de su otra película Magic Magic— los espacios abiertos abundan: la carretera, el desierto, la playa. Y para el nuevo desafío, Cristián Petit-Laurent se encarga de la fotografía, con un resultado bastante bueno. Si en las obras anteriores de Silva los colores, la luz y la exposición de las locaciones no merecían ningún tipo de comentarios, ni positivos ni negativos, en esta película sí, ya que la apuesta fue bien hecha. En ningún momento se intentó comparar Playa La virgen con algún tipo de paraíso tropical, ni retratar la carretera con los lugares comunes de las road movies, sino que se optó por un discurso propio, donde los colores se exaltan en la medida que siguen el patrón de la realidad y el maquillaje de los actores opera de forma mínima, de modo que las imágenes son más cercanas al retrato que a la exaltación.
El guión posee un ritmo, que en ningún sentido es vertiginoso ni ascendente, pero aún así tiene la capacidad de mantener al espectador pendiente de la historia, sabiendo que ésta es lo suficientemente básica al depender de la búsqueda de un cactus y de la experiencia de su consumo. La película tiene sus buenos momentos, como la escena en que los hombres se bañan en el mar, que debe ser uno de los mejores retratos acerca del consumo de drogas que se ha grabado en nuestro país. Esto porque no abusa en la representación de ese estado, no lo glorifica, ni tampoco lo señala como algo maligno. Se muestra como un estado distinto al «normal», con una vitalidad y alegría que funciona de manera espectacular en cámara lenta.
Uno de los problemas que tiene la película es que por mucho que el espectador quiera empatizar con algún personaje, buscar algo en ellos o situarse en la vereda opuesta, resulta muy difícil. Éstos nunca dejan de ser personajes para convertirse en personas. Se quedan en la pantalla como un prototipo de algo. Nunca sabemos que pasa con ellos, que hacen, piensan o sienten. Salvo por Crystal Fairy, que es la única persona que siente, quizás demasiado, y expresa sus deseos, inseguridades y miedos. Pero en general la sensación es de desconocimiento, de asistir a un paseo por la playa durante una hora y media, pasarlo bien, y al término darte cuenta que no conociste a nadie verdaderamente.
Para finalizar, resulta interesante la mirada de ciudad que tiene Sebastián Silva. Una donde los bordes de ésta son representados con travestis (Santiago) y gitanas (Copiapó). Algo que puede resultar común o no llamar la atención en otras personas, sí tiene cabida aquí. Lo que se relaciona con los sectores de la ciudad que conoce y expone el cineasta. Y otra cosa no menor, así como la película se rodó en Chile, ésta podría haber sido grabada en cualquier otro país y el resultado sería más o menos el mismo, ya que no se observan rasgos propios del país.El Guillatún