Demasiadas vueltas
El iraní Ahmad (Ali Mosaffa) vuelve a Francia después de cuatro años de ausencia. En el aeropuerto lo recibe Marie (Bérénice Bejo), su esposa legal, quien lo deja quedarse en su casa. Ya instalado y después de saludar a la pequeña Lea, hija de Marie, y a Fouad, un niño que no conoce, con pocas palabras, pero con la intensidad de los silencios, las miradas y preguntas a los menores, Ahmad se da cuenta que Marie vive con otro hombre en la que un tiempo atrás fue su casa. Ella le dice que es cierto, que por eso le pidió que viajara para firmar los papeles del divorcio, y además, para que le ayude a saber por qué su hija mayor no aprueba su nueva relación con Samir (Tahar Rahim).
Desplegada la historia en los primeros minutos, El pasado se presenta como un drama alojado en el núcleo familiar, pero no de una familia «convencional», sino que aquí se mezcla la inmigración (como una práctica instalada y normalizada), la maternidad —y la paternidad también, pero sin verla— no planificada y las relaciones de pareja (con divorcios, padrastros, etc). Y desde ahí se desarrolla este drama, con las responsabilidades en el intento de sucidio de la esposa de Samir —que permanece en coma— como detonante.
La cámara en mano del director Asghar Farhadi, que no se aleja de los personajes en ningún momento, sino que siempre está por encima o pegado a su espalda, le da un ritmo visual a la película que resulta bien enganchador. Pero no sólo eso, sino que funciona como un excelente contrapunto con el carácter poco confrontacional que mantienen los personajes (salvo por Fouad) durante la mayoría de la película. Si bien aquí también hay gritos y discusiones fuertes, no existe un abuso de esas secuencias para subir la intensidad del relato, sino que se apuesta por los díalogos y los giros del guión, los que lamentablemente se vuelven excesivos hacia el final del relato, enredándose todo de forma innecesaria, considerando el cuidado con que se trató la historia en la primera mitad.
Otro punto importante relacionado con el ritmo que transmite visualmente la película es el montaje, que deja poco espacio a los tiempos muertos —que no es lo mismo que la contemplación, que se da bastante—, corta y pega las escenas de manera que los personajes siempre estén moviéndose hacia alguna parte o en el interior de un lugar, como sujetos que están constantemente en tránsito.
Anteriormente había mencionado que se apuesta por los díalogos más que por el griterio gratuito, y eso no solo es responsabilidad del guión, sino que quienes lo interpretan son igual de importantes en el resultado. Un gusto ver a Bérénice Bejo actuando en una obra de influencia artística y no como en El artista, que estaba hecha para ganar cuanto premio y plata se le pusiera en el camino. Ahora sí que se disfruta su talento al ser exigido. Ali Mosaffa es un grande, con esa tranquilidad y sentido del tiempo para moverse en las escenas, y en general todo el elenco (incluidos los niños) van con muy buenas interpretaciones.
Aún así El pasado comete un gravísimo error. Pese a tener una buena historia, personajes convincentes, diálogos certeros y estar bien filmada, se termina enredando sola al final, dándose tanta vuelta que se pisa los talones y cae en el mismo lugar. Eso se siente, que la película recorre más tiempo pero no una distancia. Los conceptos y los sentimientos estaban completamente expuestos y entregados, dando una sensación de búsqueda del descenlace, pero Farhadi —vaya uno a saber por qué— quiere un poco más, una vuelta de tuerca adicional, y otra y otra más. Esa parte se siente pesada, rasposa y baja todo el buen trabajo visto hasta ese momento. Pese a eso, El pasado es una muy buena razón para pasar la tarde en algún cine.El Guillatún