El deber ser de la información
El editor del diario inglés The Guardian le pide unos minutos más a la gente del The New York Times antes de publicar la noticia en sus respectivos sitios web. La sala de redacción inglesa no sabe cómo reaccionar ante tanto material que debe verificar antes de subirlo a la red. Mientras intentan resolverlo, en Estados Unidos ya subieron la noticia y se ven obligados a hacer lo mismo en Inglaterra: publicar la mayor cantidad de información confidencial de la historia.
Bajo este ritmo intenso es que se mueve El quinto poder, de Bill Condon, película que narra parte importante de la historia del sitio web Wikileaks, creado por Julian Assange (Benedict Cumberbatch). Todo esto basado en tres libros, uno de ellos escrito por Daniel Berg (Daniel Brühl), su colaborador más importante.
En El quinto poder los cafés, los hoteles, las ciudades y los conflictos se suceden unos a otros de manera frenética. Vuelos en avión y cambios de países mochila al hombro con notebooks en su interior. Conversaciones sobre el conflicto en Kenia, los bancos suizos, las petroleras en Perú y chistes sobre el Chile de Pinochet inundan los diálogos al punto de hacerlos inabordables, pues es más un gusto por la cantidad que por la calidad o el análisis. Acá hay un intento por retratar la sociedad hiperconectada y ultraglobalizada, lo que es bastante lógico al querer contar las consecuencias mundiales provocadas por las filtraciones hechas a través de Wikileaks, pero resulta muy difícil disfrutar un guión que dispara hacia todos lados y no se detiene casi nunca.
Por otro lado, las actuaciones principales son las que sostienen la obra. Benedict Cumberbatch encarna a un Assange que se sitúa principalmente en el egocentrismo, la manipulación y la soledad. Pero con la capacidad de llegar a emocionarse en ciertos momentos, insinuando un lado más humano. Podría haber fallado esta interpretación si se hubiera adoptado el camino de Ashton Kutcher en Jobs, donde se privilegia más la imitación de las características del ser representado, pero se opta finalmente por algo más parecido a lo hecho por Jesse Eisenberg en Social Network, donde se construye a partir del personaje. El problema es que Bill Condon no tiene la capacidad para crear el mundo complejo para que éste se desarrolle, a diferencia de David Fincher.
Daniel Brühl no brilla, pero hace su trabajo y lo resuelve de buena manera. Él es la contención, el cable a tierra, la conexión de los deseos de Assange con las posibilidades y las responsabilidades de la comunicación y la información. Brühl encarna a Daniel Berg con la sobriedad que exige la historia, sin caer en un histrionismo innecesario. Del resto del elenco, cabe destacar los secundarios de Laura Linney y Stanley Tucci, que interpretan a dos empleados gubernamentales capaces de otorgar la consistencia política a la película, con una claridad y sencillez inmejorables para los minutos que aparecen.
De la mitad del filme en adelante comienza a salir un deber ser ético que resulta fundamental en las facultades de comunicación y periodismo, pero que no tiene sentido inculcar en la película. Y no sucede una, ni dos veces, sino que hay escenas que no tienen otra justificación que no sea el imperativo moral. Lo que finalmente funciona como una triste metáfora de los temores sobre la parcialidad y la edición en los medios de comunicación que pregona Assange.El Guillatún