Doble punto de quiebre
«La batalla de los sexos» de Valerie Faris y Jonathan Dayton
Toda opresión crea un estado de guerra.
—Simone de Beauvoir
El feminismo se ha instalado como una de las luchas sociales más importantes del último tiempo. Las artimañas bajo las que este sistema patriarcal construye su aversión hacia la mujer cada día se hacen más evidentes en el cotidiano, haciendo que hombres y sobre todo mujeres tomen consciencia de su disminuida condición comparada a la cantidad de privilegios asociados al género masculino. Con este telón de fondo, aparece en las carteleras nacionales La batalla de los sexos (2017), película dirigida por Jonathan Dayton y Valerie Faris, la pareja de directores que estuvo a cargo de la realización de la entrañable Little Miss Sunshine (2006).
El largometraje aborda el famoso duelo tenístico que enfrentó a Billie Jean King y Bobby Riggs en 1973, cuya antesala estuvo marcada por una serie de conflictos que tuvo la deportista con la Federación de Tenis por el solo hecho de ser mujer.
Emma Stone, la ganadora del Oscar por su rol en La la land (2016), vuelve a la pantalla grande con una notable encarnación de Billie Jean King, una menuda tenista estadounidense, que ocupando unos llamativos lentes ópticos, se hizo con más de 30 títulos de Grand Slam a lo largo de su carrera. En el bando rival está Bobby Riggs, quien en esta oportunidad es interpretado por el multifacético actor Steve Carell. En esta entrega cinematográfica personifica a un longevo tenista con un serio problema de ludopatía que lo ha llevado a experimentar una importante crisis familiar. Es en esta espiral de dificultades con las apuestas que Riggs desafía a King en un duelo llamado por la prensa como una «batalla de los sexos», cuyo premio es una abultada suma de dinero.
Lo que no sabe Riggs (y de lo que sí estamos enterados como espectadores) es que King, antes de llevar a cabo este bullado enfrentamiento, deberá afrontar una serie de obstáculos personales vinculados a la relación que mantiene con su esposo Larry, pues sin buscarlo aparece Marilyn Barnett en su vida, una estilista que acompaña al grupo de mujeres deportistas en el torneo que ellas mismas organizaron con el fin de boicotear a la Federación de Tenis. La peluquera desatará en ella una inusitada atracción homosexual que la obligará a replantearse sus sentimientos, aflorando en la deportista una gran cantidad de inseguridades.
En este sentido, La batalla de los sexos más allá de traer al presente un suceso histórico que significó un gran logro para el feminismo dentro del tenis, también es capaz de profundizar en los matices que supone una lucha social como ésta, en la que pueden adscribirse aquellos relacionados con la comunidad LGBT.
Así, el personaje de Billie Jean King plantea un doble punto de quiebre dentro de la historia. Por un lado, asistimos a la batalla interna de un personaje por entender a quién verdaderamente ama y, por otro, atendemos a un conflicto externo a éste y que pone de manifiesto la subestimación que existe de una sociedad entera contra las mujeres. La primera situación reluce por la bella e íntima escena en la que King y Marilyn se conocen mientras esta última le corta el pelo; miradas, roces y sonrisas se hacen parte de un momento que desestabiliza a la tenista ya disminuida por su reciente expulsión de la Federación de Tenis al exigir un pago igual al que reciben los hombres.
Sin embargo, todo aquello relacionado con el duelo en sí mismo es quizás el aspecto más débil del film, ya que la forma en que está abordado el partido de tenis final contrasta con todo el proceso detrás del mismo, volviéndolo tedioso y de una duración innecesaria en pantalla. Es un partido que aspira a ser épico, pero que gracias a los dispositivos audiovisuales puestos en juego no logra serlo. Borg McEnroe (2017) es quizás un buen ejemplo de cómo abordar un partido de tenis importante en la historia de esta disciplina sin perder de vista las oportunidades ofrecidas por el cine.
La batalla de los sexos llega en un tiempo convulsionado, donde las mujeres están luchando en varios flancos de la sociedad para recuperar aquel espacio robado por el mundo de los hombres, articulando un gran contrapeso en esta balanza que por siglos ha favorecido un sistema patriarcal. Y aunque este film intente instalar la idea de que si no hubiese sido por este hecho en particular el movimiento feminista no sería lo que es ahora (muy clásico de toda la cinematografía que viene del país del norte, donde su sed de protagonismo se expande incluso por lo extra fílmico), es un válido intento por visibilizar un aspecto de la realidad pocas veces cuestionado, donde la mujer siempre es menoscabada o relegada a aquello que la cultura ha decidido en nombre de ella; una opresión que, en palabras de Simone Beauvoir, indudablemente genera la guerra.El Guillatún