«Los Croods» y el siglo de las luces
El crítico literario Terry Eagleton se preguntaba en su libro Razón, Fe, Revolución (2012) qué era lo que le debíamos a ese proceso histórico que se conoce como Ilustración. La respuesta pareciera ser obvia: le debemos el desarrollo científico, tanto de las ciencias sociales como naturales, así como la libertad de pensamiento que permitió que emergieran las ideas de anticolonialismo, feminismo o incluso el socialismo. Demás está decir que estructuraron toda la tradición democrática y republicana de occidente.
Pero el pensamiento liberal y moderno no sólo se trata de bondades: «La modernidad significa tanto los anticonceptivos como Hiroshima, y engloba tanto los movimientos de liberación como la guerra biológica. Hay quienes consideran etnocéntrico señalar que Europa fue la cuna histórica de la modernidad, pero olvidan con ello que eso significa también que fue igualmente el hogar del Holocausto. La respuesta radical a la pregunta de si la modernidad es un fenómeno positivo o negativo es un sí y un no igualmente categóricos».
Es decir, podemos afirmar una cosa y al mismo tiempo estar afirmando su contrario.
Los Croods es una película animada dirigida por Chris Sanders y Kirk De Micco que relata más o menos lo que estamos hablando en un largometraje para niños. El relato nos cuenta la prehistórica vida de Eep y su familia en una cueva de la cual salen sólo de día. El tedio de la cotidianidad tiene a la joven cavernícola en un estado de aburrimiento constante, hasta que una noche ve una extraña luz merodeando afuera de la caverna. Se trata de Guy, un homo sapiens que conoce el fuego. El impactante encuentro termina con Guy advirtiéndole a Eep la pronta llegada de «el fin»: una serie de cambios geológicos y climáticos que está viviendo el planeta, provocando erupciones volcánicas y terremotos que van modificando el curso natural de las cosas.
La única forma de sobrevivir, según Guy, es tratando de llegar a terrenos altos y decide ir hacia una montaña. La historia tiene su primer punto de giro: la cueva se destruye y los Croods están forzados a acompañar al extraño en un periplo que será el máximo desafío que ha tenido esta familia en su existencia.
La película está cargada de un intenso sentido simbólico, alejada de argumentos similares del tipo «Los Picapiedras». El caso más evidente es el paso de la oscuridad a la luz, la cual primero se advierte con una puesta en escena que no acepta improvisaciones, sino que da paso a una intencionalidad que ya habíamos visto en los guiones de Sanders (en películas como El Rey León, Mulan o La Bella y la Bestia) y las otras dos películas que dirigió (Lilo y Stitch en 2002 y Cómo entrenar a tu dragón en 2010).
Esa intencionalidad que se imprime en la película logra especial síntesis en la historia, puesto que si bien el paso de la oscuridad a la luz no es una expresión nueva (es más, podemos rastrear explícitas pautas en «El mito de la caverna» de Platón), la historia goza de un atractivo relato creativo, mostrando lo mejor del género de la ficción: la creatividad.
La similitud con Platón no acaba allí. Si la vida se sostiene en un por qué (principio) y un para qué (fin), son precisamente estos dos elementos los que sostienen el estilo de vida de los Croods, que a la larga son sus principales cadenas. Los cavernícolas tienen el claro objetivo de sobrevivir en este mundo hostil y una explicación clara de por qué actúan como actúan: todos sus vecinos han tenido un fatal destino debido a su «curiosidad». Esto no acaba, puesto que ese mismo estilo de vida se va reproduciendo gracias al didáctico mecanismo de enseñanza que tiene Grug (padre de Eep y jefe familiar): cuentos, historias, fábulas, quizá el sistema de educación más primitivo de las sociedades humanas.
La cinta tiene un ritmo dinámico. Las escenas se van comiendo una tras otra, debido a que los hechos son vertiginosos y de una naturaleza terrible (hablamos del éxodo de una familia por la pérdida de su hogar). No obstante, el guión se inclina por divertidos diálogos y situaciones memorables por su ingenioso humor.
La mejor arma del guión está en el absurdo de su caricatura: los seres humanos no son «tabulas rasas» a las cuales se les puede escribir el conocimiento en sus cabezas (la tesis epistemológica más primitiva sobre educación). Pero en este caso, los Croods si parecieran ser la personificación de esas tablas, puesto que han sido condenados a la oscuridad por su propia experiencia. Esa misma característica los vuelve verdaderas esponjitas que absorben el conocimiento proporcionado por Guy, un cuasi emprendedor de la época.
Los Croods puede tomarse como una entretenida y emotiva película que retrata gran parte de las cosas que se vivieron en el siglo XVIII —también conocido como el siglo de las luces— en sus aspectos buenos y malos (más buenos que malos en el film). Es también un llamado de atención necesario para las universidades de hoy, cuyo acento no está puesto en generar un conocimiento útil, sino en mantener el negocio educativo a través de la venta de títulos e investigaciones. Claro que con personajes lúdicos, animales sumamente extraños (hasta irreconocibles) y una moraleja digna de cualquier cientista social: el ser humano puede transformar su cultura, su realidad.El Guillatún