Solos en la oscuridad
«Los Solitarios» («Samotári»)
Desde que somos pequeños, la vida nos recuerda constantemente que al parecer no estamos solos. Y es que tanto el núcleo familiar como los momentos cotidianos que vivimos se pueblan de una gran cantidad de personas con las que solemos chocar, transformándose esta acción en un ayuda memoria de que más allá del borde de nuestra piel, existen otros seres con los cuales se puede entrar en contacto. Este salto al vacío que supone el salir de uno mismo para conocer lo que nos rodea, con los riesgos que esto pueda traer, es una motivación inherente en el ser humano y trae consigo, en palabras de Humberto Maturana (destacado pensador y biólogo chileno), consecuencias de carácter infinito, sobretodo si hablamos de relaciones humanas.
El cine, como buen espejo de todo lo que nos rodea, es capaz de rescatar esta experiencia tan humana, teniendo interesantes resultados como los que se ven en Los Solitarios (Samotári), largometraje de ficción checo del año 2000, exhibido con motivo del 17º Festival de Cine Europeo en el Instituto Italiano de Cultura de Santiago la semana recién pasada. En éste se narra la historia de siete personas cuya vida cambiará debido a los choques que tendrán entre sí a lo largo de toda la película y cuyo eje articulador es la separación de Petr, moderador de una radio, y Hanka, una bella chica que atormentada por esto volverá a casa de sus padres.
A partir de este momento fundacional es que David Ondrícek, director del film, establece una narrativa coral que retrata el ir y venir que poseen las relaciones humanas, donde el conflicto principal radica en la inseguridad y el anhelo que tiene cada uno de los personajes en decidir estar solo o estar con alguien. Con una austeridad que sorprende, somos capaces de ver una búsqueda genuina por parte del director en este tema que a todos en algún momento de la vida nos remece emocionalmente. Gracias a este tratamiento honesto de una materia no menor a nivel sociocultural, entendemos cómo una película tan simple en su factura, pero altamente compleja en su guión, fue capaz de ganar diez premios de las doce nominaciones que tuvo en festivales alrededor el mundo.
La historia, a nivel narrativo no es fácil de seguir e incluso hay momentos en que llega a ser confusa, sin embargo, la vida ya es así ¿podríamos culpar a una película por serlo? Robert logra separar a Petr de Hanka. Hanka decepcionada se muda a casa de sus padres. En el camino entabla una amena conversación con el encargado de la mudanza, Jakub, quien es un adicto a la marihuana y del cual termina enamorándose. Ondrej, un antiguo compañero de universidad de Hanka, viendo que está soltera, la acosa incansablemente a pesar de estar casado y tener dos hijas con Lenka, quien trabaja a su vez con Robert en una empresa de turismo. Este último, casanova con experiencia y amigo de Petr, enamora a la tierna Vesna, una joven mujer que viene de Macedonia a Praga a probar suerte y cuyo único amigo en la ciudad es Jakub. Estos siete personajes se enlazan durante varios días en diversas situaciones dramáticas que rayan en lo absurdo, lo cual termina por calificar esta obra audiovisual como una gran comedia.
En cuanto a los aspectos más formales que componen la película, vemos una fotografía arriesgada y llena de apuestas en cuanto a cómo la cámara hace uso del espacio de la ciudad de Praga como un lugar de encuentro entre los personajes; tiros y movimientos de cámaras impensados que sacan el máximo provecho a las situaciones absurdas que se van sucediendo; un montaje sumado a una banda sonora que nos recuerda nuestra propia vida enriquecen los momentos cómicos y dramáticos que se van sucediendo a lo largo de la historia.
Y es que el poco cine checo que llega a nuestro país se ha caracterizado por mostrar un tipo de relato franco y ameno, donde todo se conjuga para que el espectador sea partícipe de una narración sin mayor pretensión que mostrarle la vida tal cual puede ser. Terminar enamorada de un adicto a la marihuana que no recuerda ni siquiera tu nombre; un amigo obsesivo que no para de conquistarte; un mujeriego que engatusa a una ingenua extranjera que viene a nuestro país en búsqueda de vida extraterrestre; un locutor de radio que sólo es capaz de superar su frustración amorosa con una prostituta y una mujer, esposa de un distinguido doctor, que guarda silencio ante la sabida infidelidad de éste son elementos que nos demuestran que el cine es capaz de hablarnos de mundos posibles y este film, hace honor a ello.
A esta altura, no sería extraño que recordáramos la película ganadora del Oscar a mejor guión y mejor película, que cuatro años más tarde vendría a refrescar un poco la cartelera. Crash (2004) de Paul Haggis, cuyo relato refiere a algo similar, nos muestra un discurso audiovisual sobrecargado de drama y desesperanza donde la ciudad de Los Ángeles (Estados Unidos) es un gran telón de fondo. Los Solitarios, por su parte, propone una serie de actantes en función de un tema mucho más trascendental: la soledad.
Y ya a partir de la traducción del título al inglés se puede sacar algo en limpio, pues Samotári es loners en inglés, cuya traducción literal es «persona que quiere estar sola». Este «querer estar solo» y el conflicto que esto supone, es el que vemos construido de manera consciente o inconsciente por los personajes de la película. No es poco relevante si pensamos que fue hecha hace 15 años atrás, ya que en ella vemos los atisbos de una sociedad hiperconectada, incapaz de dejar al individuo disfrutar de su soledad. Desde la tradición más enraizada de estar emparejado hasta aquella que va de la mano con buscar vida más allá en el universo, Los Solitarios es una apología a aquel ejercicio revelador que implica estar solo y de igual forma, cómo la sociedad en la que vivimos ahora, tanto a partir de sus costumbres como de las dinámicas tecnológicas que en ella se dan, ya no lo permite o simplemente lo castiga.
Sin embargo, para aquel de espíritu rebelde que quiera darse una oportunidad de estar aislado frente a una pantalla a oscuras, este film puede ser un bello y desolador recordatorio de lo solo que está cada uno en este mundo y, que a pesar de gastar gran parte de nuestra vida buscando a aquella persona o proyecto que llene este vacío, siempre existirá una sensación de soledad, es decir, aquel espacio que nadie puede abarcar más que uno, pues es en éste donde nuestros anhelos más profundos cobran mayor sentido frente a cualquier adversidad; cuando por fin cada cual tome consciencia de que, en palabras de Ana Tijoux, «yo no estoy solo, estoy conmigo».El Guillatún
Daniela
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Buena por la columna, gracias!. Difícil aprender estar solo, disfrutar de la soledad y de la relación de sí consigo mismo en la contingencia de una cultura que se espanta con los placeres que no necesitan de consumos. Veré a oscuras Los Solitarios
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