Un lujo de película
Jorge (Daniel Candia), cargado de una torta de cumpleaños, camina por una calle que no alcanza a ser iluminada por los focos del sector. La cancha de fútbol que bordea al pasar tampoco está con suficiente luz y apenas se logran ver las sombras de los improvisados jugadores que le piden a Jorge que les tire el balón. Lo molestan, le impiden el paso un rato, pero finalmente lo dejan pasar.
Jorge llega a su casa, deja las cosas y vuelve a salir a comprar. Los maleantes, guiados por el «Kalule» (Daniel Antivilo), lo encaran, le roban los pocos billetes que lleva y su bolsito con las inyecciones para controlar su diabetes. Vuelve a casa y junto a su señora, Marta (Alejandra Yañez), y su hija Nicole (Jennifer Salas), le cantan el cumpleaños a Jorgito (Ariel Mateluna). La noche debía terminar ahí, con la celebración, pero Jorgito sale a comprar el bolsito de su padre y termina tirado en las escaleras de unos blocks producto de un balazo. El «Kalule» también se dispara para enredarle el asunto a la policía, pero finalmente termina en la cárcel por un año y medio.
Esos son los primeros intensos minutos de Matar a un hombre, son los antecedentes para el desarrollo de una historia de asedio por parte del «Kalule» después de recobrar su libertad, de la presencia pasiva de las instituciones de orden y de justicia, y del peso real de matar a una persona.
La película comienza a caer en una espiral de violencia en la que el director Alejandro Fernández tiene la gran capacidad de ir entregándola de menos a más, pero con cuidado, sin apurarse ni tampoco detenerse demasiado, va de pequeños eventos como amenazas telefónicas a la casi violación de Nicole. El ritmo que toma la cinta es demoledor, casi no deja espacio al descanso. Aquí hay acciones constantemente, los momentos de contemplación, esos en que los personajes se relajan, son escasos, y lo peor, es que apenas logran satisfacerlos. Así, cuando Jorge se ríe viendo Morandé con compañía y luego toca la armónica, cuando está en el motel y los cigarros que fuma ocasionalmente, son momentos en extremo cortos, que no alcanzan a mostrar un descanso pleno, la escena normalmente se va a negro y lo muestra en la siguiente secuencia haciendo algo o desplazándose para hacerlo.
Los diálogos de Matar a un hombre son secos y cortos. Casi no hay amabilidad en las palabras. La frustración, la rabia contenida y la impotencia son más fuertes y se hacen presentes en el lenguaje. Y los actores, profesionales y autodidactas, todos están en la misma sintonía y son capaces de encajar esas frases con naturalidad, sin ninguna impostura, cuestión que delata la importancia del lenguaje y su forma para el director.
La actuación de Daniel Candia es monumental. Hay momentos en que su cara lo dice todo y no es necesario nada más, así como también tiene esa capacidad de inundar toda la pantalla él solo. Candia puede sostener el peso de una película que lo exige completamente a moverse por los detalles, recuperando la esencia de lo humano en el mundo del cine, que muchas veces apunta al otro lado, al del súper hombre. Él baja todos esos sentimientos y los vuelve a instalar en la persona de Jorge.
Si bien es cierto que Matar a un hombre es menos contemplativa que Sentados frente al fuego y Huacho —anteriores trabajos de Fernández— y que pololea a ratos con el género policial, la película no entra en los códigos del cine comercial. Estéticamente apuesta por un tipo de plano poco convencional, en éste toma a los personajes más arriba de lo normal, situándolos en la parte baja de la pantalla y dejando caer todo el peso del resto de las imágenes sobre ellos, para mostrarlos como sujetos aplastados por las circunstancias. También hay varios planos secuencias, ocupados casi a petición de la historia, que le dan una gran fuerza al relato, dejando al espectador al borde del asiento.
Matar a un hombre viene a coronar el minucioso trabajo de Alejandro Fernández. Es una película feroz que no decae en ningún momento. Tiene el valor de cruzar de buena manera una estética de autor con algunos puntos más convencionales, creer en sus personajes, en los sentimientos de las personas normales, bajando los aires de lo que Hollywood ha hecho creer que es común y tratando la marginalidad sin caer en la porno miseria ni en lo populachero. Un lujo de película que hay que aprovechar de ver en pantalla grande.El Guillatún