No son nuestros, son de la vida
«Mommy» de Xavier Dolan
«Los hijos no son de uno, son de la vida», me dijo alguna vez un gran amigo en una conversación pasajera. En un principio no le tomé mucha atención a la frase, pero a medida que pasaba el tiempo comenzó a tener cada vez más peso en mi mente. Y es que en cierta forma es una de esas verdades que solemos pasar por alto hasta que se nos presenta ahí de golpe, tal como a la mamá de Manson en Boyhood (2014), cuando se pregunta «¿y qué viene ahora?» luego de que este último decidiera irse a estudiar a la universidad para empezar a forjar su propia vida.
Durante este mes en Centro Arte Alameda se está presentando la película Mommy (2014) del director canadiense Xavier Dolan, ganadora del Premio del Jurado en Cannes 2014. El film relata la difícil relación entre la viuda Diane Després y su hijo Steve de 16 años, luego de que éste fuera expulsado de un centro de cuidado de menores por estar involucrado en un accidente incendiario en una cafetería. A partir de este incidente, Steve y Diane deben lidiar el uno con el otro en casa, soportando los arrebatos del primero y las inseguridades de esta última. En el camino se encontrarán con Kyla, vecina y profesora con un trastorno del lenguaje, quien permitirá darle un momentáneo equilibrio a esta disfuncional relación entre madre e hijo.
Xavier Dolan es quizás uno de los directores jóvenes más promisorios hoy en día, ya que con sólo 26 años y con seis películas a su haber, ha cosechado una seguidilla de éxitos en distintos festivales del mundo. Con Mommy no fue distinto y es que su capacidad de transformar pequeñas historias en relatos épicos que cuestionan aquellas nociones más utópicas de las relaciones humanas es simplemente notable. Dentro de ellas está el lazo entre madre e hijo, elemento trabajado desde su primer film Yo maté a mi madre (2009), donde se narran las vicisitudes que debe pasar una madre soltera con un hijo problemático que es interpretado por el propio Xavier. El papel de la madre estaba a cargo de la actriz Anne Dorval, quien reaparece en el mismo rol para Mommy.
«¿Quién dijo que tener un hijo es bueno?» es la inquietante pregunta que queda rondando luego de ver esta pieza cinematográfica. En un país como Chile donde recién se está discutiendo la opción de abortar o no, la película de Xavier Dolan es capaz de instalar la reflexión previa que como sociedad debiéramos tener en torno al destino de las futuras generaciones.
Para Diane que su hijo fuera expulsado del centro de cuidados significó un quiebre sustantivo en el estilo de vida independiente que llevaba y, a lo largo del film, se convierte en un conflicto constante debido a la adversa personalidad que posee Steve. Por más discursos moralistas que luego puedan filtrarse a partir de ciertos personajes secundarios, podemos empatizar sinceramente con Diane en su anhelo por llevar las riendas de su propia vida, confiando la crianza de su hijo en manos de otros, ya que ella no se encuentra mentalmente apta para ello. Y es que al parecer, ambas personalidades son incompatibles. De hecho, la aparición de Kyla supone un respiro para ambos, luego de entrar en un conflicto bastante violento, llegando incluso al enfrentamiento físico, pues la vecina aparece para curarle la herida que esto le dejó a Steve en la pierna y a partir de este momento, se genera una especie de paz que les permite a los tres sobrellevar sus propios problemas: Diane la búsqueda de trabajo, Steve rendir los exámenes para poder estudiar y Kyla disminuir el trastorno del lenguaje que padece.
El paso de persistentes momentos de tensión a un estado de tranquilidad también está acompañado en un nivel fotográfico, pues Dolan opta por retratar este ambiente asfixiante a partir de una composición en 4:3 (incluso menos), generando en uno como espectador una sensación de incomodidad constante, ya que no nos permite ver todo lo que está sucediendo en escena, en un extraño símil a lo que sucede en la realidad cuando estamos sumidos en algún problema y no somos capaces de ver más allá de éste mismo. Luego, cuando las cosas se calman entre Diane y Steve, la imagen pasa a la proporción más utilizada en estos tiempos, que es el 16:9. En este pequeño gesto de dirección se juega gran parte de las sensaciones que deja la película, donde lo difícil es entender qué es lo que sustenta esta dispar relación entre madre e hijo. La respuesta más obvia sería la del amor, sin embargo, ni siquiera eso queda del todo claro. De aquí que uno como espectador tenga que elegir.
Steve sufre de un trastorno que lo vuelve violento en determinadas situaciones, escondiendo parte de la personalidad afable que posee, una de un niño que ya sabe lo que quiere hacer con su vida. Por otro lado está Diane, que no sabe cómo manejar a este inquieto chico y prefiere que Kyla, su vecina, pase más tiempo con él mientras ella busca cómo ganarse la vida para sustentar económicamente la de ambos; dos personalidades extremadamente independientes tratando de construir una relación dependiente. Tarea, al parecer, imposible. En esta disyuntiva aparece como por acto de magia la pregunta «¿y por qué queremos tener hijos?».
Nos hemos acostumbrado tanto a tenerlos simplemente, bajo discursos absurdos de amor y pro-vida, que hemos olvidado que los hijos tal como nosotros, son personas y por ende, están entregados a la vida misma, no a las decisiones que otros puedan tomar por ellos. Y es que por más que existan voces que digan que tener un hijo es casi una bendición, lo que se omite es que la vida de los padres junto con sus anhelos y deseos más profundos, es trastocada seriamente por la presencia de un ser que al menos estará 20 años junto a ellos, 20 años en los que tendrán que apoyarlo lo suficiente para que vuele solo, sin ayuda de nadie, probablemente olvidando qué es lo que realmente querían para su propia vida hasta antes que éste llegara al mundo.
Tal como decía Humberto Maturana en una entrevista en 1994 refiriéndose al aborto como un «acto sagrado, es vida por vida», tener un hijo supone lo mismo, desplazar la vida de la madre por ayudar a engendrar otra vida. No es un acto cualquiera y Mommy es evidencia de ello. Cuando Steve declara tener miedo a perder el amor de su madre y ésta más adelante le hace tomar conciencia de que será él quien dejará de amarla para llevar a cabo su propia vida, entendemos por fin, que los hijos no son de uno, sino de la vida, pero que a pesar de ello, el amor de una madre está siempre repleto de esperanza.El Guillatún