Hasta los juegos tienen reglas
«Neruda» de Pablo Larraín
Retratar parte de la vida de una enigmática figura como Pablo Neruda ha de ser una empresa difícil. Neruda (2016) de Pablo Larraín se embarca en este desafío, desarrollando una obra audiovisual que lejos de ser un fiel reflejo de lo que vivió el poeta durante la persecución declarada por el gobierno de Gabriel González Videla, apuesta por articular un relato histórico-poético sobre el vate nacional.
El senador Neruda (interpretado por Luis Gnecco) aparece entre la multitud para luego confundirse en un baño de alta alcurnia, donde los poderosos discuten acaloradamente sobre el futuro del país. Luego estará rodeado por sus amigos de izquierda, en una desenfrenada fiesta realizada en su casa junto a su esposa Delia del Carril. Por otro lado, el detective Óscar Peluchonneau (Gael García Bernal) a través de una voz en off, nos devela sus más profundos anhelos en torno a la figura del poeta nacional y su afán por capturarlo. Con este inicio, la película va sorteando con mayor o menor soltura los obstáculos que supone una narración ficticia de carácter poético, en la que un sinfín de elementos se conjugan para sostener la historia que se quiere contar.
En general, el largometraje de Larraín posee varios aciertos que ayudan a construir un puente entre la visión del autor y lo que vivió Neruda durante su persecución. Por un lado, una cuidada dirección de arte logra transformar los espacios en verdaderos retratos de una época pasada. Por otro, la dirección de fotografía de Sergio Armstrong, repleta de movimientos de cámara, objetivos angulares y reflejos en los lentes (lens flare), nos traslada a un tiempo de permanente ensoñación política y poética. Además, el uso de la retroproyección como técnica fílmica nos habla de un juego que está planteando el director, el que podemos ver también en la relación entre Neruda y el detective que lo acecha.
Ahora bien, estos juegos presentes en Neruda pierden fuerza cuando el guion no resulta claro acerca de las motivaciones que tienen los personajes protagónicos para llevar a cabo ciertas acciones, al mismo tiempo que olvida recurrentemente que estamos frente a una persecución de corte policial, donde los engaños, las mentiras, las equivocaciones y el manejo de la información por parte del espectador son esenciales para mantener la tensión en la trama. Incluso los dos personajes que articulan el relato, pasan a segundo plano debido a las destacables actuaciones de algunos secundarios, entre ellos el talentoso actor de El Club (2015), Roberto Farías, quien interpreta a un travesti admirador de Neruda y la notable escena en la que participa Amparo Noguera, donde encara al poeta y compañero comunista. Ambos son ejemplos de un extraño juego donde el mundo que rodea la persecución tiene más importancia que esta misma, gracias al excepcional reparto que lo compone. Por otro lado, el papel de Gael García Bernal cargado de reflexiones superfluas no tiene un complemento de peso en pantalla, convirtiéndose en un personaje a ratos inverosímil.
Estamos frente a un guion ambicioso (escrito por Guillermo Calderón), que en su anhelo por contar un cuento histórico-poético, no resulta ser más que una mezcla de varios artificios cinematográficos que no cuajan bien juntos, sufriendo problemas de focalización de la historia. En este sentido, la experimentación audiovisual es totalmente válida (se agradece en un contexto cargado de cine comercial o de género), no obstante, en la Neruda de Larraín todos los juegos llevados a cabo parecieran quedar en el aire al no haber un juego mayor que permita enlazarlos dentro de una historia. Es una película que no toma riesgos con los juegos que ella misma plantea y tan sólo se limita a sumarlos uno tras otro, radicando en eso su principal flaqueza.
Todo juego tiene sus reglas. El cine también. ¿Se pueden romper? Por supuesto, bienvenida sea la insolencia creativa. Sin embargo, cuando se es insolente, hay que serlo con todo, morir con las botas puestas y establecer nuevas reglas. El juego cinematográfico son muchos juegos jugándose a la vez. Raúl Ruiz, director coterráneo y referente de Pablo Larraín, tenía plena conciencia de esto y en su obra es posible ver una apuesta por colocar en juego algo y crear nuevas reglas a partir de ello: los actores, la narrativa, la puesta en escena, la cámara, el guion, al espectador, etc. Neruda, por su parte, pareciera quedarse en el terreno de la experimentación, en la que plantea ciertas hipótesis, pero no cree en ninguna de ellas; una película hecha sin atrevimiento, sin llevar al máximo su lenguaje poético o su género de persecución policial para proponer algo nuevo.
Neruda es una película que de todas maneras hay que ver. Lo que se pueda escribir acerca de ella, es sólo poesía.El Guillatún