El fin de la inocencia
Los años pasan cada vez más rápido. Y aquí estamos de nuevo para cumplir el deber sagrado, o la mala costumbre, de hacer recuentos y balances, de leer y analizar el pasado a fin de archivarlo y poder empezar de cero un nuevo folio.
Decir que fue un año raro no basta. Decir que fue un año en que como sociedad nos expulsaron de la adolescencia tardía, tal vez. Lo cierto es que fue un año en que aprendimos que estamos solos, que nadie nos cuida (¿alguna vez alguien lo hizo?), que papá y mamá se fueron de casa y debemos aprender a defendernos por nuestra propia cuenta. Nadie lo hará por nosotros. Lo supimos cuando comenzaron a caer las máscaras y vimos el verdadero rostro de nuestros gobernantes, los artilugios de los poderosos para mantener sus privilegios y la impunidad que protege a algunos. De ahora en adelante es nuestra responsabilidad cambiar las cosas, enmendar el rumbo, reconstruir lo destruido, hacerse cargo de lo bueno y de lo malo.
¿Nada de esto tiene que ver con la ilustración o la historieta? Por fortuna, sí y mucho.
Este año la escena gráfica chilena dio sus primeros pasos hacia la adultez. La cantidad y calidad de las publicaciones, los buenos resultados de ventas de algunos títulos (Los años de Allende de Carlos Reyes y Rodrigo Elgueta, Boleta o Factura de Malaimagen y Quiero ser flaca y feliz ilustrado por Maliki, por dar algunos ejemplos), los reconocimientos internacionales (como el Eisner para los chilenos Gabriel Rodríguez y Nelson Daniel), el interés de grandes editoriales por el género, la apertura de nuevas editoriales (Vasalisa y Anfibia) y de espacios especializados, la creciente presencia en librerías y bibliotecas, ediciones chilenas cada vez más logradas y ambiciosas como la saga Locke & Key de Arcano IV y Las armas del Metabarón de Accióncomics, o las 5000 personas que llegaron a la feria de ilustración organizada en el marco de Festilus en el Centro Cultural Palacio la Moneda, demostraron que la época del boom y los pañales quedaron atrás, que ya no se trata de un fenómeno pasajero o de nicho, sino de una escena que se pone de pie por sus propios medios.
Era algo que tarde o temprano debía pasar. Pero el 2015 resulta especial porque junto a esta consolidación del medio hubo también un cambio en los contenidos. Insertos en una época particular y en sintonía con el ánimo general, varios autores decidieron cuestionar nuestra historia y presente. Algunos se abocaron a desentrañar sucesos sangrientos del pasado (la opresión contra los trabajadores en Santa María. 1907, de Pedro Prado, y Lota, 1960, editado por Claudio Romo), otros a hablar de procesos sociales vigentes y urgentes como la reforma educacional en Al sur de la Alameda, el libro más premiado del año, o a recordarnos que hay temas que seguirán siendo dolorosos y dividiendo al país mientras no los enfrentemos y no exista justicia, como en Los años de Allende y Un diamante en el fondo de la tierra, de Jairo Buitrago y Daniel Blanco.
Esta apertura a nuevas problemáticas se observó también en el libro ilustrado para niños, espacio en que hasta ahora la realidad había estado prohibida con el fin, supuestamente, de proteger a los pequeños lectores de su entorno. La muerte de un ser querido en libros como Hermana, de Luz Valdivieso y Florencia Olivos, o Cuando los peces se fueron volando, de Sara Bertrand y Francisco Javier Olea, los sentimientos que todos sentimos pero nadie se atreve a confesar en Mi lista de envidias, de Irene Bostelmann y Cata Silva, la pobreza en Luchín, versión del tema de Víctor Jara realizado por Raquel Echenique, el Holocausto en Ana, reimaginando el diario de Ana Frank, de Marjorie Agosín y Francisca Yáñez. Todas ellas publicaciones que agregan riqueza al panorama chileno. E incluso que saludablemente ponen en tensión la etiqueta de literatura infantil y juvenil, como fue el caso de Pajarario, de Alejandra Acosta, y Niños, de María José Ferrada y Jorge Quien, dos libros que este año fueron incluidos en la Lista de Honor de la Organización Internacional para el Libro Juvenil IBBY Chile a pesar de que tanto su temática como estética se aleja de los cánones clásicos del género.
Tampoco se trata de que todos los libros ilustrados y de historieta en Chile deban tomar temáticas similares. Se trata más bien de fomentar espacios para voces diversas, nuevas formas de narrar y publicaciones dirigidas a públicos con inquietudes diversas. Y eso fue lo que pasó el 2015.
A la par de esta renovación en el área de la ficción llegó un refrescante contingente de libros de no ficción, conocidos como libros informativos. Son publicaciones que también miran hacia afuera y se inspiran en la realidad para reflexionar sobre el entorno, pero en base a hechos y datos. «Son libros que generan nuevas preguntas… y es justamente lo que los chicos necesitan: cuestionarse el mundo», señala acertadamente la especialista Ana Garralón, quien estuvo en Chile durante el 2015.
Junto al trabajo de editoriales especializadas como Confín y Letra Capital, este año se sumaron títulos de Amanuta (Animales americanos a mano, Abc Étnico, La ballena jorobada), Pehuén (Chile es mar, La ciudadanía también es mía, Los hijos de la tierra), Hueders (Animales americanos) y Grafito (Reina Palta), mostrando una abundante cosecha que promete seguir dando nuevos frutos el 2016.
De hecho la visita de Ana Garralón fue uno de los hitos notables del año y un verdadero aliciente, y desafío, para autores y editores de libro informativo. Pero no fue la única presencia destacable. La participación de ilustradores consagrados como Javier Zabala y Luis Scafati en Festilus, y la llegada de Jorge González a la Feria del Libro de Santiago permitieron conocer la experiencia de autores que exploran lenguajes gráficos complejos con discursos visuales dirigidos a un público principalmente adulto. A este conjunto se sumó el historiador e investigador Miguel Rojas Mix, cuyo libro América imaginaria fue magníficamente editado por Erdosain, quien desde su sencillez y lucidez nos habló de la enorme carga simbólica de las imágenes, incluyendo la ilustración y la historieta, y la necesidad de leerlas de forma crítica y consciente.
Por fortuna, las palabras de Rojas Mix no se perderán en el vacío, ya que este año surgieron nuevas instancias que proponen una mirada reflexiva en torno a las publicaciones ilustradas: Troquel, centro de estudios de la Fundación La Fuente dedicado a la LIJ, el seminario Dibujos que hablan organizado en la Usach que promete una segunda versión, y las revistas Umbral, adscrita al CIEL, y Rayaísmo de Valparaíso.
Es de esperar que este impulso posibilite el desarrollo de una crítica especializada de libro ilustrado e historieta, un área que salvo los esfuerzos emprendidos por Vicente Plaza en su blog dibujaryescribir.wordpress.com y algunos sitios dedicados al cómic, aún está en construcción en nuestro país y se vuelve fundamental para seguir creciendo. Porque de eso se trata, ¿no? Seguir creciendo, cada día un poco más, a pesar de que los años se hagan cada vez más cortos.El Guillatún