Ella es extraña
Una voz frágil, quebradiza, susurrante, casi como de una niña, sobre músicas a menudo sombrías. Un estilo a veces comparado —injustamente— con lo que hace Björk, solo que la cantante islandesa obtuvo rápidamente el reconocimiento y fama mundial, mientras que la sueca Stina Nordenstam permanece en un cómodo anonimato que los periodistas musicales suelen llamar «de culto». En una de las pocas entrevistas que ha concedido a lo largo de su carrera diría: «todo en la industria de la música es tan triste, que me alegra saber que estoy haciendo la diferencia». Así, nuestra artista dejó hace años de tocar en vivo, ha dado contadas entrevistas y muy pocas fotos de su rostro pueden encontrarse en Internet.
Nacida en Estocolmo en 1969 como Kristina Marianne Nordenstam, inició su trayectoria discográfica en 1991 con la publicación de Memories of a color, un álbum cargado de sonoridades jazzeras en los teclados, guitarras acústicas, contrabajo, cuerdas y una limpieza en el sonido que contrastaría con lo que desarrollaría más adelante. Destacando canciones como His song o la propia Memories of a color, éste es el único trabajo que la compositora interpretó en vivo. Posteriormente se recluiría en un encierro mediático y creativo que dura hasta hoy.
And She Closed Her Eyes (1994) se llama el disco que le siguió, y contiene su canción más conocida (debido a su inclusión en la banda sonora de una película, generalmente el punto de más visibilidad al que llegan los artistas de culto): Little star. Sin embargo el cambio más radical en el sonido está en su tercer trabajo, Dynamite (1996), un álbum oscuro, minimalista, que marca un punto de inflexión y profundiza en su ostracismo musical. Si bien su voz mantiene el mismo tono infantil y calmo, ésta se encuentra procesada y ubicada en diferentes tipos de reverberancias, bajo un colchón de guitarras y percusiones distorsionadas, como podemos apreciar en la canción que le da título: Dynamite. Es tan poca la información que puede encontrarse en Internet sobre Stina, que desconozco qué colaboradores musicales o productores han estado en la gestación de sus siguientes discos. Probablemente sea ella misma, pues la estética sonora sugiere una manufactura casera e íntima. El uso creativo de distintos planos sonoros y espacios ha sido la constante en sus tres últimas publicaciones, como el disco de covers People are strange (1998), que incluye sorprendentes versiones de Prince y Leonard Cohen, entre otros artistas.
Esta libertad en criterios de producción musical —que generalmente se da en artistas que no tienen que responderle a nadie— llega a su cumbre en el disco This is Stina Nordenstam (2002), donde cuenta con la participación estelar del vocalista de la banda Suede, Brett Anderson, en la canción Trainsurfing, y prueba con pulsos más rápidos y pequeños guiños al glam de los setentas en Lori glory. Toda una clase de buen gusto en lo que es mezcla y claridad en los recursos utilizados al servicio de una canción pop, espíritu que también se mantiene en su último disco publicado a la fecha: The world is saved (2004).
Entremedio de su carrera solista, numerosas colaboraciones como vocalista —destacando las que hizo con David Sylvian (su proyecto Nine Horses) y Vangelis— han mantenido activa a Stina Nordestam en el panorama musical. Seguramente el cambio en la forma de consumir música que ha traído Internet desde la década pasada ha aumentado su legión de fans (cuando la conocí, escuché toda su discografía en una semana); pero aún así ya son 10 años sin un nuevo disco de material original. Esperemos que «el secreto mejor guardado de Suecia», utilizando uno de los clichés favoritos de la prensa musical, no se haya guardado para siempre.El Guillatún