Esa canción objeto del deseo
De niño recuerdo que, sin aún tocar un instrumento musical o incluso pensar esa posibilidad, desarrollé la capacidad de recordar melodías, retenerlas y después re-elaborarlas, casi como tener una radio o un software de grabación en la cabeza. Ya entrado en la adolescencia y convertido en un melómano e incipiente guitarrista, uno de mis pasatiempos favoritos era ir a disquerías a escuchar discos, y como no tenía plata para comprarlos, la única manera de disfrutar esas canciones que deseaba tener era escucharlas una y otra vez hasta memorizarlas. Después en el camino a casa estas melodías se iban deformando un poco hasta que pasaban los días y me volvía a encontrar con una canción ligeramente distinta a la que conocí, o bien en mi cabeza se iba creando un especie de remix.
Cuento esto porque sucedía en los noventas, donde la única manera de tener estas canciones que deseaba era grabándolas de la radio, copiando el cassette si tenía la suerte de que me lo prestaran, o bien comprándolo. Ahora que han pasado casi 20 años y los discos nuevos están a un clic de distancia por internet y las bondades de la antiguamente llamada «piratería», tuve la sorpresa de verme en la misma situación: encontrarme con una canción deseada e imposible que retuve por casi 6 meses.
Estaba yo en Buenos Aires este último verano y asistí a un show de la cantante mexicana Natalia Lafourcade, realizado en formato íntimo en un teatro para 80 personas. Durante la previa del concierto y también a la salida sonó por los parlantes lo que parecía ser una banda de reggae en español y algo más… fue ese «algo más» lo que me dejó prendado y en particular una canción que sonó por lo menos dos veces y no pude parar de tararear. Fui a preguntarle al sonidista del teatro de qué se trataba y así me presentó a la banda argentina Sig Ragga, oriundos de Santa Fe, que ya contaban con un disco publicado (homónimo, año 2009) y lo que sonaba por lo parlantes era el próximo, aún sin fecha de publicación. Finalizado el concierto me enteré de que el sonidista con quién conversé era Eduardo Bergallo, antiguo colaborador de Gustavo Cerati, la propia Natalia Lafourcade y actualmente Sig Ragga. O sea, la recomendación venía de muy cerca.
Llegando a conectarme a internet al día siguiente me puse a explorar más de la banda en cuestión y así me encontré con muchas canciones de su primer disco en Youtube. Una interesante mixtura entre roots reggae, rock progresivo y elegantes armonías jazzeras; y una voz principal a cargo de Gustavo Cortés, dueña de un privilegiado falsete heredero de la mejor tradición de rock argentino. En particular amé las canciones Continuidad de lo indecible y Lo que has hecho siempre: Quererme.
Mi entrada al mundo de Sig Ragga fue lenta. A medida que pasaron los meses iba apreciando cada vez más su original propuesta (que combina también una puesta en escena teatral que incluye disfraces y maquillaje), pero aún resonaba en mi cabeza ESA canción en particular que escuché en la previa del concierto de Natalia Lafourcade. Una canción imposible de conseguir pues se trataba de un disco inédito, y que se fue deformando en mi memoria auditiva como un puzzle.
Ya convertido en un fan y siempre atento a las noticias de la banda a través de las redes sociales (que incluyeron un par de actuaciones en Chile en mayo que por motivos laborales me perdí), llegó el momento más esperado: el nuevo disco titulado Aquelarre estaba a punto de ser publicado. Hecho que ocurrió en el presente mes de julio. Y así, ansioso por encontrarme con mi canción-obsesión favorita, fui preparando mis oídos para sorprenderme (y ojalá no desilusionarme) por segunda vez. El encuentro ocurrió finalmente hace un par de semanas. Tuve en mi reproductor el disco Aquelarre y la canción en particular se llama Escalera y barco.
A casi 6 meses de la primera escucha se mantuvieron muchos detalles que recordaba nítidamente: su estructura que incluía dos secciones (estrofa y coro) y una intro al doble de velocidad que también cierra el tema, en la cual encontré algunas reminiscencias del sonido de Sting en su disco Ten summoner’s tales. La atractiva melodía vocal en la que se basa la canción resultó ser más sencilla de lo que había llegado a elaborar en mis recuerdos y su enigmática letra vino a completar el puzzle («Quedaré en un barco al sur, quién dirige el ascensor a Noé?»). Así Sig Ragga por un poco tiempo me regresó a la niñez y me recordó lo lindo que era desear tener canciones y discos cuando no existía internet y había que esperar tiempo para encontrarlos o llegar a tener los ahorros.
Para mi gusto, lo mejor que ha ocurrido en la música argentina de los últimos años. El estupendo disco Aquelarre viene a confirmar una sonoridad única y una propuesta de peso que espero dé mucho más que hablar en los años que vienen y en toda Latinoamérica.El Guillatún