La historia privada de la música
Seguiré hablando de canciones y de los Beatles en la presente columna, porque son la mejor banda de la historia, aunque parezca cool negarlo y reírse de eso.
De cuando yo era niño, o ya menos niño, recuerdo con cariño un programa en la entonces nueva radio Rock & Pop llamado «Ruido de Liverpool», conducido por Rolando Ramos, el cual tenía la intención de ser una aproximación amplia y definitiva a la obra del cuarteto. Su mayor especialidad fue incluir en la selección de canciones versiones demo, mezclas alternativas e incluso canciones inéditas, mucho antes de que la EMI oficializara este material a través de la edición de la serie Anthology, un muy buen negocio en la previa a la caída de la industria discográfica en décadas posteriores.
Fue entonces cuando recién pude intuir todo el proceso por el que puede llegar a pasar una canción para llegar a su resultado final —aparente, nadie dice que la primera grabación publicada no sea susceptible de modificaciones con el paso del tiempo, las canciones pueden tener una vida y vigencia infinita—, lo que años más tarde supe que se llamaba «producción musical». Fascinado descubría como esas precarias versiones de lo que después serían alabadas obras de la música occidental del siglo XX, a veces tenían mayor encanto que la música que estaba en mis cassettes. Las risas de los Beatles al terminar una grabación, las equivocaciones, acordes distintos que después fueron reemplazados o eliminados, e incluso cambios en el tempo, hacían de esta arqueología musical una nueva ciencia que después me di cuenta que nos convocaba a pocos… no veo que el escuchar demos de artistas sea aún una religión muy popular, como sí lo es escuchar conciertos.
Si bien eso será materia para columnas siguientes (la producción musical, los demos), me gustaría introducirlo con una canción en particular: Strawberry Fields Forever. Editada en 1967 como single previo a la edición del sobrevalorado LP Sgt Pepper’s Lonely Hearts Club Band, la canción tomó semanas para su grabación, como nunca antes le había pasado a la banda que grabó su primer disco en tan solo una jornada. En una de las primeras versiones registradas por Lennon en su grabador podemos advertir una canción folk de tipo dylaniana con un pulso ligeramente más rápido que la versión que todos conocemos; así como el orden de las estrofas y su repetición es distinto. Pasan los meses y ya en Abbey Road la canción es registrada probando diversas instrumentaciones, como en ésta su primera toma, la cual adoro, en especial su coda final, en lo que me parece una lamentable pérdida para la historia de la humanidad que haya quedado fuera de la evolución de la canción.
A Lennon le costaba quedar conforme con Strawberry Fields Forever, e incluso cuenta la leyenda que pocos días antes de ser asesinado alcanzó a confesarle a George Martin que regrabaría muchas canciones de los Beatles, en especial la que estamos comentando. Sucesivas tomas a lo largo del invierno de 1967 terminaron con versiones como ésta, y ésta; a primera escuchada casi canciones distintas, pero geniales al fin y al cabo. ¿Cuál fue la solución a la que llegó su compositor? Le pidió al productor que creara un híbrido entre ambas y las uniera, es decir, lo mejor de ambos mundos. La solución no se veía nada fácil pues ambas versiones estaban en distinto tiempo y tono. Aquí es donde viene la magia de lo análogo, la cinta y el por qué no hay comparación con las actuales técnicas de producción digital: con la ayuda del ingeniero de sonido Geoff Emerick y dos máquinas reproductoras cambiaron la velocidad de éstas, subiendo velocidad y tono de la primera versión y bajando la segunda, hasta lograr empalmarlas en un corte casi imperceptible en el minuto 00:59 de la versión por todos conocida, es decir, en la palabra «going»; algo que jamás hubiese podido imaginar a mis 13 años. Y eso que en esa época yo ya jugaba con tijeras y cassettes haciendo injertos sonoros.
La historia es la que se escribe, se imprime y se promociona, pero debajo de eso está la otra historia, la historia privada. Si me preguntan, o si yo hubiese sido George Martin, me quedaría para siempre con la inocencia de la toma 1 de esta canción (mejorada técnicamente, claro) y no hubiese ahondado más allá.El Guillatún