Lo mejor de dos mundos
Norteamericano de nacimiento y brasileño por adopción y privilegio —pasó una buena parte de su adolescencia en el Brasil del movimiento tropicalista, a fines de los años 60—, el guitarrista Arto Lindsay es un músico complejo e inquieto como pocos. La enumeración y suma de sus colaboraciones y proyectos a lo largo de su carrera bastaría para llenar esta columna de datos que quizás están de más. Yo me quiero centrar en su discreta y pequeña carrera como solista, la cual abarcó tan solo 8 años y 6 discos, pues inexplicablemente después de la publicación de Salt (2004) no hubo más lanzamientos, pese a que sigue dando conciertos en distintas partes del mundo, además de envolverse en numerosos proyectos artísticos multidisciplinarios.
Tanto su crianza en Brasil, la cual lo influenció musicalmente a partir del proyecto Ambitious Lovers —dúo pop que formó en los ochentas junto al tecladista Peter Scherer—, como su pasado ruidista en la escena avant garde neoyorquina, confluyeron en la creación de estos discos: O Corpo Sutil (1996), Mundo Civilizado (1997), Noon Chill (1998), Prize (1999), Invoke (2002), y el ya mencionado Salt (2004). Trabajos en los que conviven una pequeña voz (al borde del susurro y la desafinación a veces) y bellas canciones con influencia del samba, la bossa nova, el pop (Kamo) e incluso la electrónica, como es el caso de Over/run. A esto se le suman las sutiles intervenciones de inexplicables ruidos salidos de su guitarra eléctrica «preparada», casi como una segunda voz que escupe sin hacer acordes ni nada parecido, cosa que pude comprobar al verlo en vivo en Santiago el año 2004. Se trata de algo similar a esta toma en vivo de la canción Simply are, donde los músicos acompañantes siguen un patrón regular de una canción que perfectamente podría haber sido de Caetano Veloso, mientras que el solista se maneja por el carril del riesgo y lo impredecible, logrando una mezcla provocadora sonoramente y desconcertante a ratos para el auditor promedio (lo pude observar también en el concierto al que asistí).
No es casual la mención de Caetano Veloso, ya que Arto Lindsay fue productor de dos de sus mejores discos (Estrangeiro, 1989; y Circulado, 1991), así como también se dio el gusto de producir discos de otros héroes de su adolescencia (Tom Zé, Gal Costa), además de contemporáneos como Carlinhos Brown, Adriana Calcanhotto y Marisa Monte (por este último disco, Memórias, Crônicas e Declarações de Amor, llegó a ganar un premio Grammy Latino). Nuevamente en esta serie de columnas se da el caso de un músico que quizás llega a ser más conocido por su labor asociada a importantes nombres de la música, como fue el caso de hace unas semanas con el canadiense Daniel Lanois, que por su trabajo personal.
Pese a ser un artista angloparlante, la relación de Lindsay con Brasil no se queda sólo en la admiración y asimilación de las influencias: varias canciones de su discografía solista incluyen letras cantadas en un perfecto portugués, como es el caso de la tradicional Mulata fuzarqueira, la enigmática Ex-Preguiça; o la carnavalesca Personagem. Lo mismo se puede decir del uso de los códigos y percusiones del universo musical brasileño, Arto Lindsay todo lo procesa con absoluta naturalidad, la misma que da el hecho de haber sido testigo en los sesenta de cómo el movimiento tropicalista quería cambiar el mundo y derribar los prejuicios que sostenían la vieja música brasileña; más a su vez también la ventaja que da el desarrollar una carrera artística en la ciudad vanguardista por excelencia: New York, punto de encuentro de muchas culturas y mentes inquietas.
En mi historia personal como músico, la mezcla entre lo mejor de ambos mundos (lo experimental y lo melódico) me llegó fuerte cuando conocí la música de Arto Lindsay, hace ya 10 años; y me ayudó a sintetizar y marcar un rumbo que hasta el día de hoy sigo: respetar la esencia de la canción pero sin perder el riesgo, el oído también está hecho para ser provocado, no siempre para su complacencia.El Guillatún