«Hombre con pie sobre una espalda de niño», con intensidad de butoh y palabras
Amalá Saint-Pierre, con su colectivo Mákina Dos, en el que trabaja con el actor-director Francisco Paco López, da una versión concentrada de la pieza de Juan Claudio Burgos, HOMBREconpieSOBREunaespaldadeNIÑO. En el texto original seleccionado para la Muestra de Dramaturgia Nacional del año 2005, la acción se desarrolla en una iglesia con mármoles y flores, y si bien es un monólogo, otros personajes aparecen esporádicamente junto al protagonista. Esta versión es ascética, se ubica en un lugar indeterminado, un pequeño cuadrado fuera del cual hay arena blanca; algunas murallas irregulares de maderas bastas lo circundan. La acción se centra en el cuerpo del actor, semi desnudo, pintado de blanco, que con movimientos y técnica de danza-teatro butoh, expresa el texto con fuerte intensidad.
La imagen central es la de un niño que está con su cabeza pegada al piso. No se ve la bota, pero por lo que dice, entendemos que oprime su cabeza. Está sometido a gran presión, todo para él es difícil y habla para que su cabeza no estalle. Es la presión que un soldado ejerce sobre un ser indefenso. La imagen es aplicable a pasados cercanos de España y Chile.
El texto de Juan Carlos Burgos se refiere a la violencia que se ejerce sobre un cuerpo de niño. A partir de allí, se abre la posibilidad de emplear las técnicas del butoh porque en la desnudez, en el silencio y en la tensión interna que fluye de sus movimientos, se expresa un dolor indecible con palabras. Rictus de la cara, boca abierta en un grito silencioso, torsión de las piernas y los brazos, ojos desorbitados o que miran hacia adentro, cuerpos que se arrastran en el piso, son gestos característicos del butoh que en este caso pasan a ser el lenguaje que expresa el dolor de la opresión, que puede ser de una bota, pero que es también todo otro tipo de presión ejercida sobre seres indefensos.
El monólogo es de un niño, pero sus pensamientos son los de un hombre que mira a quienes no son violentados y les dice que son libres, que se pueden ir a otros sitios, pero él no. No ve quien lo pisa, en realidad pueden ser muchos que se cambian, el de hoy es uno más. Con lo que parece ironía, el niño agradece que le permitan respirar, pero luego vemos que es con ese soplo de aire con lo que puede hablar sobre ese peso que lo parte en dos. El sentido fundamental de la obra es la brutal presión que se ejerce sobre un ser indefenso, a partir de allí, las interpretaciones pueden ser múltiples, en el ayer y ahora. Porque el niño ya vio antes ese mal en los grupos de tres o cuatro que se reunían en la esquina de su barrio y planeaban estrategias de ataque. Callaban cuando lo venían venir, le sonreían si se acercaba, pero todo era triste confabulación. Sienten placer en golpear, en romper huesos, en eliminar. Es la violencia de la bota, pero es también la violencia de los grupos que atacan a quienes sienten como distintos o enemigos. Es la violencia al homosexual, al discapacitado, a la prostituta, al indigente. El dolor se acentúa hacia el final cuando este niño, cuya cabeza oprime una bota, ve que sus padres, que están ahí, a su lado, no lo ven ni lo escuchan, no se ven ni a ellos mismos y están aislados en su pequeña y cotidiana tragedia. Es el dolor de la soledad, el abandono.
La actuación de Francisco Paco López es una coreografía de danza butoh a la que él le otorga intensidad.
La escenografía e iluminación de Rodrigo Ruiz, no cierra sino más bien abre el escenario con trozos de murallas de maderas ya usadas que contribuyen a ese clima de desamparo y deterioro que sufre el protagonista. La iluminación juega con las intensidades, lo que vemos como un techo inclinado para mejorar la acústica, se enciende y aporta transitoria luminosidad.
El clima en que se desarrolla la obra está formado muy centralmente por los sonidos creados por el destacado percusionista y compositor de amplia discografía y participación en orquestas europeas, radicado en Francia, Martin Saint-Pierre, que aportó su música por ser el padre de Amalá, la directora. Leves notas, sonidos ambientales de distintos instrumentos, contribuyen a la intensidad del monólogo. Cuando el niño saca un pie del reducido espacio en que se mueve y lo hunde en la arena blanca que lo rodea, ese movimiento adquiere sonoridad.
Con esta obra se abre un nuevo espacio en Matucana 100, la Microsala 1, pequeño teatro para cuarenta espectadores, bien acondicionado, que permitirá la presentación de obras en pequeño formato.El Guillatún