Sin escapatoria, un espacio tras las rejas
Jardín de reos, reescritura de Severa Vigilancia (Jean Genet), a cargo del destacado dramaturgo nacional Luis Barrales, nos sitúa en medio de una celda carcelaria donde tres reos intentan encontrar al autor de unas misteriosas cartas supuestamente escritas por los presos a sus esposas confesando todos sus crímenes, por lo que, éstas dejan de ir a visitarlos. El texto original, escrito en 1949, da cuenta de una serie de problemáticas sociales que aún se pueden definir como tabúes o temas evitados por gran parte de la población, donde la estructura del sistema nos impone una forma de vida que conlleva a la violencia, la marginalidad y el abuso de poder. La homosexualidad, el crimen, la cárcel y lo que sucede dentro de ella, son los tópicos principales de esta obra que, al ser tratados de manera explícita y cuestionando la moral de la época, provocaron su censura y prohibición en algunos países.
Una interesante apuesta logra Sebastián Jaña, director de Jardín de reos, al contextualizar aquellas temáticas en el Chile actual, proponiendo una puesta en escena atractiva y simple, con un espacio que se va abriendo hacia el espectador, simulando el encierro que viven los personajes y la mínima libertad que poseen. De esta manera, utiliza el lenguaje como única forma de identidad propia y de salvación, permitiendo la comunicación mediante la jerga coa. El diseño escénico logra cautivar estéticamente, además de aportar en la construcción y el desarrollo dramático del montaje, integrándose a una planta de iluminación interesante, con significados múltiples y que continuamente interviene de manera positiva. Sin embargo, por momentos se observa un uso efectista, al ser usada con la intención de permitir la entrada y salida de personajes. Los efectos sonoros y la música pueden desentonar y alejar al público debido a su excentricidad y al alto volumen, pero, a la vez, se entiende que es la consecuencia del estilo propuesto y va acorde a esa línea, aunque, definitivamente, no se logra el engranaje adecuado. Por otro lado, existe un juego en la entrega de estímulos al espectador, ya que por partes suelen provocarse varios focos sensoriales y en otras, toda la atención está completamente dirigida a una mínima acción de un solo personaje, lo que genera un viaje maravilloso entre la calma y la agitación que puede llegar a sentir el espectador al ser parte de esta obra. De esta manera, los tiempos, las pausas y los silencios logran ser uno de los puntos más altos de este trabajo artístico, muy bien trabajados, con precisión y sutileza. Por último, cierra este conjunto de mecanismos una aceptable labor actoral del elenco, con profundas caracterizaciones, en especial la que encarna a Jorguito (Moisés Angulo), un ser desesperado y arrinconado en un lugar expuesto constantemente al peligro y que se ve enfrentado a una difícil situación: «desde ahora serás la flor del jardín, donde antes sólo eras la maleza».
Jardín de reos se construye bajo una idea de crítica social, de mostrar aquello que ignoramos, que las personas intentamos ocultar, separar o evitar de nuestra vida cotidiana. Un texto magnífico, que difícilmente se le pueden encontrar grandes equivocaciones, que lleva la acción de buena manera y construye una realidad sincera. Una obra que da espacio a la reflexión, al análisis personal y social, que invita a cuestionar (nos) los actos de represión e involucrarnos en este mundo desconocido.El Guillatún