¿Qué estamos dispuestos a hacer por nuestras ambiciones?
Eduardo Pavez Goye se centra en Ricardo III de William Shakespeare para dar rienda suelta a su discurso creativo como dramaturgo y director en la nueva propuesta de la Compañía ProfetaParanoia. Agarrándose de la ambición, el poder, la envidia, el abuso y la injusticia construye una reescritura libre del texto antes citado, intitulándola Que no quede ni un rescoldo. En las actuaciones nos encontramos con cinco actores (Lorena Bosch, Francisca Walker, Francisco Gormaz, Nicolás Pavez, Elvis Fuentes) que interpretan a quince personajes que se van alternando en tres historias con contextos temporales y espaciales distintos, las cuales con el desarrollo de la trama se cruzan y entretejen para contar un relato común.
La obra se presenta de manera dinámica y ágil, debido especialmente al juego constante de pasar de una historia a la otra sin cambios bruscos o notorios, obligando al actor a una tarea interpretativa de gran complejidad, sustentada en gran parte por el habla y los dialectos geográficos, es decir, las diferentes acentuaciones características de un país, cultura o etnia. Los cinco actores permanecen en todo momento en el escenario, pero no activamente. La escena se divide claramente en un espacio de acción y uno de inacción. En el primero suceden todos los acontecimientos importantes para el desarrollo dramático de la historia, donde transcurren los personajes. Al salir de éste, a excepción de unas cuantas veces, se diluye el personaje, dando paso a un «descanso», donde el actor «espera» su próximo turno. El personaje ubicado en el espacio de acción proyecta, dentro de su realidad, este espacio más allá de donde corresponde según los límites del espectador, pero los actores ubicados en el espacio de inacción no responden a estos estímulos entendiendo la convención utilizada. Es como si éstos estuvieran tras bambalinas, pero, en este caso, se encuentran siempre bajo el ojo crítico del público.
El montaje fluye rápidamente y los juegos intelectuales por entender el cruce de las historias puede generar en el asistente una verdadera metamorfosis mental, un espasmo cerebral que lo va a hacer detenerse varios minutos antes de cenar para poder configurar correctamente sus reflexiones. O tal vez, su elevada inteligencia le ahorre de este trámite. En mi caso, tendré que disponerme a ser más ahorrativo.
La idea principal de la puesta en escena da sentido a la constante presencia de los actores «acechando» para entrar en el campo de acción e intervenir a los personajes que ahí se encuentran: la posibilidad de que algo impida lo que se desea hacer (o ser), o más bien, que alguien o algo recuerde aquello que no queremos recordar pone en un limbo constante a estos quince personajes que se la juegan para que no quede ni un rescoldo, para borrar de nuestras memorias y de nuestras vidas todo aquello que nos obstaculiza.
Un pequeño grano de arena que se mueve puede significar que el reloj se ha completado. Ese mismo grano de arena puede develar aquello que ha sido escondido.
Que no quede ni un rescoldo es una apuesta interesante, sobretodo por el profundo y complejo texto que se decide trabajar y por el rol interpretativo que cumplen los actores con su continuo vaivén de emociones logrando muy buenos resultados y a la vez muy parejos, sin desequilibrios. Asimismo, la dirección impone un trato sutil y muy «polifónico», donde el humor negro se deja vislumbrar sólo a ratos, pero siempre se oculta tras un manto de tela que se puede volver transparente si el espectador descubre los códigos de la brujería. Brujería, por cierto, me refiero a la magia del teatro.El Guillatún
Que no quede ni un rescoldo se presenta en Matucana 100 hasta el 27 de octubre, de jueves a sábado a las 21:00 horas y los domingos a las 20:30 horas. Valores de entradas: $4.000 general, $3.000 estudiantes, $2.000 jueves popular.
Que no quede ni un rescoldo (©Imay Véliz)