América
Este viernes 18 de julio, la Orquesta Sinfónica de Chile, dirigida por el alemán Alexander Mickelthwate, interpretó música de compositores americanos. En el primer bloque se tocó El Salón México de Aaron Copland y Variaciones concertantes para orquesta de cámara Op.23 de Alberto Ginastera. En el segundo bloque las siguieron Bachianas brasileras N°9 de Heitor Villa-Lobos y las danzas sinfónicas de West Side Story de Leonard Bernstein.
A Salón México se le notaron dos dificultades. La primera, cuando se identifica la primera melodía en la trompeta, hay un acompañamiento de dos fagotes que la apoya creando una armonía disonante. La segunda, el desafío de interpretar frases musicales sobre un ritmo irregular. Para ambas indicaciones, orquesta y director no consiguieron una ejecución convincente. Las disonancias sonaban a desafinaciones y la estructura rítmica nunca logró estabilizarse. En realidad, la pieza no estuvo muy afinada. Las frases no se escuchaban con facilidad, a pesar de su dificultad agregada, la que debía funcionar como una tensión atractiva para el oyente y no desarmarse, razones que probablemente explicarían el indiferente aplauso del público. Fue el punto más bajo del concierto y en lo que va de la temporada.
La pieza de Ginastera estuvo, por el contrario, mucho más acabada. Una propuesta inédita comparada con las piezas que la acompañaron. Son doce unidades musicales que van enlazadas sin interrupciones, casi todas concertando a uno o dos instrumentos solistas con la orquesta, destacándose especialmente Manuel Jiménez (arpa), Hernán Jara (flauta), Boyka Gotcheva (viola) y Jimena Rey (contrabajo). La música respeta el ámbito emocional de cada segmento y al transitar hacia el siguiente va generando sus respectivos contrastes. Por lo general dominan los ambientes remotos, lo que le da un particular tono romántico. La perpetuidad y el tamaño de los sonidos en ese espacio describen cuán denso puede ser un delicado pedal en el oboe o un toque puro del arpa.
En el segundo bloque, Bachianas brasileras N°9, la última de la bachianas que escribió Villa-Lobos. Dividida en preludio y fuga, el primero más convincente que la segunda, se concatenó con alguna reminiscencia de la pieza anterior. El peso en el tempo del preludio asemejaba a la de algunos momentos de Ginastera. Pero el esquema armónico tiene pasajes de una sensualidad que no poseen las Variaciones, antes por una influencia del posromanticismo alemán que por la intuición de la saudade brasilera. En la fuga, el reparo es por la composición, que juega a comportarse a lo Bach cuando hay escasos detalles que forman parte de su lenguaje: es pobre como fuga por no aventurarse en sus posibilidades. Sin embargo, la pieza resulta encantadora por el encuentro dramático de las voces que se van solapando hacia el desarrollo (cuando deja el contrapunto para convertirse en otra cosa). En esa otra cosa, hipnotiza.
Finalmente, las danzas sinfónicas de West Side Story, el número más popular del evento, cerraron con una interpretación animada que el público gozó intensamente. Los pasajes más destacados fueron la adaptación de la famosa canción Somewhere y la sección mambo que fue literalmente «vacilada» por los músicos. Con mayor argucia que esfuerzo, el director sacó una sonoridad de la orquesta enorme, grandes fuegos artificiales. Las danzas, ordenadas como una suite, ofrecen estilos dinámicos que cambian en poco tiempo y que fortalecen el aspecto visual de la orquesta; verla moverse seducía. La música de Bernstein buscó precisamente eso, que en el concierto se viviera un espectáculo entretenido: el objetivo se logró.El Guillatún