El país del miedo
¿Qué es un país? Se preguntan las extintas. Y la respuesta no puede sino sobrecogernos, pasarnos un hielo por la espalda. Un país es un grupo de gente que le tiene miedo a una misma cosa.
LA OBRA
Pongo este subtítulo para comenzar a referirme a algunos aspectos técnicos constitutivos del montaje de Andrés Cárdenas, pero no puedo dejar de anotar, en un paréntesis que ahora se convierte en puerta de entrada, la cruel coincidencia semántica del vocablo. Los adeptos a la dictadura militar se refieren así al modelo económico y político que instaló a sangre y fuego Pinochet. La obra. Le pido excusas al lector y cierro el paréntesis, aunque presumo que volveremos sobre él.
La obra de la que hablo es, ya se sabe, Las extintas, y lo que incluso antes de tomar asiento en el GAM me tenía perturbado de antemano, es la anécdota. La historia detrás, o la excusa. El argumento. Una crónica roja menor en ese periódico que fue el período 73-89, y que más parece una mortaja. Un hecho noticioso que podría haber pasado perfectamente desapercibido en la oscuridad de aquellos años, los albores de la dictadura. El suicidio de las 3 hermanas Quispe en un ritual tan macabro como misterioso, ya se había convertido en obra de la magistral mano de don Juan Radrigán. Eso es lo que me inquietaba desde el principio. La dificultad de volver sobre un argumento que ya fue convertido en obra.
Claro, el código de la danza es otro que el del teatro. Y más si se atiende a que el teatro de Radrigán, lejos de ser teatro físico, descansa en los textos, en el diálogo simple pero de una potencia incuestionable que sostienen las hermanas. Para marcar distancia, para constituirse autónomamente, el montaje de la «Compañía de papel», pensé, debía prescindir en la mayor medida posible, de textos, de palabras. Debía concentrarse en construir su dramaturgia desde el lenguaje propio de la danza. Cuerpos en movimiento. Transmitir lo que se tenga que transmitir exclusiva y principalmente desde los cuerpos en movimiento.
Vuelvo a la escena. Antes de comenzar a desplazarse y a llenar el espacio con sus cuerpos, las bailarinas se entregan en la oscuridad al sonido. El espectador escucha. Si no leyó nada antes de entrar, si no sabe ni por qué se llama Las extintas, y no tiene idea del caso de las hermanas Quispe, entonces ahora ya no tiene excusas. La obra ha comenzado y se oyen los testimonios de personas que conocieron la historia de las 3 hermanas: explican, contextualizan, entregan datos, echan luz sobre el misterio. Se nos dice básicamente que nadie entiende qué les pasó, por qué se suicidaron, por qué se colgaron junto a sus perros. Cuando las voces se apagan comienza la danza. Sólo una vez más volverá a escena la palabra. Y serán entonces las propias bailarinas quienes se preguntarán ¿qué es un país? para responderse que un país es un grupo de gente que le tiene miedo a una misma cosa. Esa frase quedará suspendida en el aire y la obra comenzará la escalada hacia su tenebroso clímax.
EL CÓDIGO DE LA DANZA
Te cambio la puerta de entrada, lector. Lo que pasa es que el código de la danza es exigente. Tú lees estos grafemas y tienes las competencias mínimas para entender qué es un grafema. Pero con la danza, ¿cómo se hace eso? ¿Cómo se decodifica, cómo se interpreta, cómo se lee? ¿Qué significa ese movimiento con las manos que hace la bailarina? ¿Por qué se desploma contra el suelo como si en el salto previo hubiera sido fulminada por un rayo? El gesto abstrae y condensa. Su contenido no es literal, opera desde las pulsiones. El texto es convertido en un tipo de mensaje si se quiere más bien energético. ¿Qué operaciones neurológicas son las que nos llevan a una emoción ante la mera contemplación de un gesto? Hay algo de misterio, de magia en todo esto. Y yo me reconozco aún lego en esta materia, lo cual me emparenta con la gran mayoría probablemente de los chilenos. No estoy seguro de que se sepa en este país ver danza. Pero ciertamente usted y yo somos lectores bastante calificados: sabemos quién es Radrigán, sabemos que hubo una etnia llamada colla. Toda obra contemporánea enfrenta esa dificultad: saber que estamos hablando para una elite. La elite que va al GAM a ver danza, ni más ni menos.
Sin embargo tengo la plena certeza de que la obra, allí donde se la exhiba, lo va a lograr. Va a ser obra, va a constituir experiencia estética. Eso pasa con las obras buenas. Más allá del hermetismo de sus referencias o de la dificultad de su código, si la obra es buena, el mensaje llega al espectador. Y en el caso de esta obra, el mensaje llega claro como el agua.
¿Cuál es el mensaje, de qué se trata la obra?
EL MIEDO
Las intérpretes de la «Compañía de papel» transmiten con sus movimientos un miedo terrible, escalofriante, pero que nada tiene que ver con una película de terror. Es un miedo más bien doloroso, atávico, siniestro. Un miedo oscuro pero al mismo tiempo conocido, que como ellas mismas dicen con todas sus letras, nos une como país.
Pasa que una vez que es pronunciada en la obra, esta definición del miedo queda dando vueltas sin disiparse, inundando en la escena, en la sala entera, como un gas lacrimógeno. Unidas por el miedo. Metáfora cruda de la situación de un país geográfica y diríase incluso psicológicamente situado-sitiado al borde de una falla geológica. Unidas por el miedo, tres hermanas en una soledad que de tan larga, de tan prolongada, se ha vuelto amenaza. Como una calma de la que sólo se puede esperar sea presagio de tormenta.
¿Cómo transmiten este miedo las tres bailarinas?
Hemos dicho que no es un miedo cualquiera: proviene de fuerzas oscuras, incomprensibles. Un miedo atávico, es decir heredado insospechadamente de los antepasados. Un miedo propio de una etnia que fue avasallada. Las hermanas se sienten como los últimos especímenes de una especie en vías de extinción, temen por lo tanto a cuanto las rodea. Es un miedo a lo desconocido, cuando lo desconocido abarca casi todo, incluso lo que alguna vez fuera conocido.
Un miedo de este tipo, en un animal en peligro, también provoca lo que se conoce como catástrofe. Ese tipo de miedo hace que aparezca asociada a él, la rabia. La catástrofe es la acción inesperada, el ataque. Y esto en la naturaleza tiene un ejemplo clásico: el perro que asustado y a la defensiva, mientras llora y aúlla, la cola entre las piernas, de pronto muerde.
Bien: pues entonces las bailarinas se reparten estas distintas cargas pulsionales del miedo. Así se mueven en escena: una de ellas quiere espantar el miedo, encarna la rabia. Descarga con energía golpes de palos al aire, al suelo, a la nada. Muestra los dientes y casi diría que le ladra. Otra bailarina es la energía opuesta: estertores, calambres, saltos huidizos. Un animalito asustado cuyo hábitat mismo parece haberse convertido en una trampa, que huele peligro hasta en su sombra: se mueve a sobresaltos. La tercera bailarina clama al cielo, a los dioses, pide luz a su entendimiento, quiere hablar con sus fantasmas, con sus antepasados, los llama, los invoca. Su cuerpo es una rogativa andina.
Son 3 mujeres paralizadas, que se desintegran, se deshacen tratando de entender las fuerzas que las rodean, fuerzas de la naturaleza combinadas con fuerzas humanas. Se desviven tratando de elaborar conjuros para espantar ese miedo, ese pavor que se les ha metido bajo la piel, que se adivina hecho lo mismo del ruido jamás oído de un helicóptero que del cotidiano y conocido silencio. Entendemos que hay una ritualidad propia de su etnia, construyen distintas macumbas, arman mandalas de piedra, levantan espantapájaros tratando de ahuyentar algo intangible. Es el miedo genuino del que vive en la ignorancia, del que nada sabe. Nunca como en este caso fue tan mentira aquello de que el que nada sabe nada teme. Ese proverbio habla de la culpa y acá no hay culpa posible. Acá hay, genuinamente, catástrofe. Porque así como el miedo desquicia y lleva a la rabia al perro, al escorpión lo lleva al suicidio. La única, la última, la ceremonia definitiva.
EL PAÍS
Lejos de situarnos en el contexto específico, como lo hiciera Radrigán apuntando a la ignorancia como responsable del suicidio colectivo (por algo su obra se llama Las brutas, con todo el peso de la ironía que ello conlleva), la mirada de Andrés Cárdenas es compasiva, y en su reflexión más bien invita a pensar en cuánto miedo es posible soportar.
No nos olvidemos que estamos en un país que el 2011 dijo haber perdido el miedo. Un país que a 40 años de un golpe militar sangriento, dejó en claro que «la obra» de aquel régimen, fue no sólo una astuta seguidilla de amarres legales y económicos para perpetuar los privilegios de unos por sobre otros, sino que de manera más grave, profunda y oscura, grabó en las conciencias de las personas, el miedo. Y así es como se hereda lo atávico.
Entonces uno sale de ver una excelente obra y no sin cierta congoja, se pone a meditar sobre el miedo. El miedo que sintieron los antepasados ante un eclipse. El que sintieron nuestros padres ante los apagones en los años 80. El de nuestras madres a la delincuencia, a las drogas, al transantiago. El miedo a quedarnos solos. El miedo al otro. ¿A qué le teme usted?El Guillatún