El oficio de hacer para mostrar y mostrar para hacer
En octubre se llevaron a cabo 4 festivales y encuentros de danza en Santiago y uno en Valparaíso, situación que nos debiera enorgullecer pues implica que hay intensiones de congregar obras bajo ciertos criterios, generando discusión y espacios de exhibición.
Me refiero a la IV versión del Ciclo de danza Corpus Alterno organizado por la alianza de la U. Mayor, U. de las Américas y el área de danza del CNCA, que se realiza principalmente en el teatro de la Universidad Mayor; la V versión del Festival Vertientes organizado por Rodrigo Chaverini, Constaza Morales y Karen Schmeisser; la 12ª versión del Festival Danzalborde organizado por Escenalborde; el Festival Escena Doméstica organizado por María José Cifuentes, Jorge Tieffenberg y Simón Pérez, que se realiza desde el 2011 con versiones en cada estación del año; y la segunda versión del Circuito escénico Transforma gestionado y coordinado por Constanza Cordovez y que incluye distintos formatos escénicos.
Todas estas instancias son producto del tesón y visión de sus organizadores, gestores y coordinadores, pues no siempre cuentan con recursos para la realización de dichos proyectos. Es posible que un año reciban algún fondo, pero seguramente se hace insuficiente y al segundo año deben ver cómo continúan. Entonces resultan completamente admirables estos proyectos.
Sin embargo, 4 encuentros en un mes me parece que es también señal de la disgregación que existe en nuestra escena. Ciertamente, cada una de estas instancias persigue un público distinto, pero al estar ocurriendo al mismo tiempo se comienzan a anular o competir, en vez de distribuirse mediante un programa anual que permita que exista un aluvión de danza, performance y experimentación en relación al cuerpo y al movimiento durante todo el año.
Es algo que tiene explicación. Ocurre que los que hemos estado en cartelera con obras sabemos que hay meses que congregan más público que otros y octubre tiene esa ventaja. Hay días más largos y está más templado, lo que hace que la gente salga más de sus casas. Es quizá por eso la decisión de todos de realizar el proyecto en este mes.
Pero insisto, si tuviéramos una institución que velara por la danza, como por ejemplo el Centro Nacional de la Danza que existe en Francia, se podría visualizar más organizadamente la programación de actividades.
Esta situación de fertilidad de festivales pero a la vez de disgregación de esfuerzos comienza a lidiar con una idea que me ha dado vueltas desde hace tiempo, y que tiene que ver con el valor que se le da al solo hecho de hacer y mostrar. Hacer y mostrar, así desprovisto de contenido particular, se impone como un deber para los artistas y bajo esos términos empieza a generarse la competencia por los tiempos y los espacios, dejando muchas veces en un plano menoscabado el valor de la creación en sí.
Según mi punto de vista, esto responde a varias razones que no siempre son positivas, pues no tienen como primera motivación el querer trabajar decididamente sobre un tema que mueve artísticamente en un nivel profundo. Imperando el ritmo, lo que se establece y termina valorando es la idea de oficio como una práctica de generación recursiva de un trabajo artístico que está a un paso de ser artesanía. Y si bien pienso efectivamente que el bailarín y el coreógrafo deben estar en un proceso creativo constante —el bailarín para poder practicar la manera de ser un aporte al proceso y en el caso del coreógrafo o director para reflexionar sobre su obra artística— ese proceso no necesariamente, y muchas veces no deseablemente, se debe traducir en una obra o espectáculo para otros.
Y estos festivales o instancias propician un poco lo anterior. Tenemos por un lado gestores de festivales creativos que intentan hacer una curatoría (o curadoría) ad hoc a lo que les interesa, lo que muchas veces empuja la creación de obras particulares que de otro modo no habrían nacido, y por otro lado creadores ávidos de espacios que toman estos festivales como grandes instancias y terminan calzando sus motivaciones con las de quienes les ofrecen un lugar, en una relación asimétrica, por lo pronto. ¿No sería más lógico hacer festivales con curatorías que reconozcan y recojan las obras que nacen naturalmente desde los artistas?
Sin duda ambas pueden convivir, pero cualquier festival que se presente conceptualmente como co-creador, debe asumir la importancia de ese rol, y reflexionar acerca del valor que agrega a la disciplina, y observando con humildad como hay muchos buenos festivales que no tienen apuestas tan ambiciosas, pero sí alto impacto, como Escena1, Vertientes, Escenalborde y Santiago a Mil.
No es que estos festivales estén exentos de defectos. Por ejemplo, me cuesta entender la decisión del jurado de Santiago a Mil de seleccionar sólo una obra de danza nacional en el Festival. ¿No había más obras que merecieran ser parte de un encuentro de carácter internacional? Pienso que ahí, la gente de danza se equivocó y dejó perder visibilidad a la disciplina, pues no se ha comprendido que debemos respaldarnos y valorarnos, sino difícilmente lo harán otras personas. Y no es un gremialismo barato, pues aunque haya años menos creativos que otros, siempre se puede apelar al profesionalismo de nuestros coreógrafos y bailarines más que al gusto, al seleccionar una obra.
Lo anterior es de algún modo harina de otro costal, pero de todos modos da cuenta de los grados de precariedad como disciplina en que nos encontramos en la danza, aun cuando creo que estamos mejor que antes, pues, justamente porque existen estas instancias sobre las cuales discutir.
Ya desde la perspectiva del artista propongo una reflexión acerca de ser prolífico. Sin dudas es algo bueno, pero no necesariamente en sí. Es algo bueno cuando la cantidad tiene un correlato con la necesidad y la intensidad de una búsqueda. De lo contrario, sin que la necesidad azuce la intensidad, ser prolífico es poco más que un aspaviento.El Guillatún