Rescatando el patrimonio de la danza
Este 2015 el área de danza del Consejo de la Cultura y las Artes (CNCA) continuó con su programa de Patrimonio Coreográfico remontando El cuerpo que mancha y Sótano, obras que nos llevan a un 1992 difícil para la danza y la cultura, pero fértil en cuanto prefigurará los años venideros.
Al terminar de ver el remontaje de Sótano de Luis Eduardo Araneda, no pude evitar emocionarme. La obra logró transportarme al remoto 1992, cuando yo, una liceana interesada en las artes, estaba considerando la danza como profesión.
Eran años difíciles de leer. Había acabado la dictadura, pero hace muy poco, por lo que el optimismo parecía una mueca. Era la época en que Iron Maiden no pudo tocar en Chile por el lobby de algunos obispos y sonaba en la Rock and Pop Papel floreado de los Parkinson.
De tal modo Sótano vino a remecer las consciencias complacientes de los artistas que poco a poco se adaptaban a la corte concertacionista. Claro, visto a la distancia, esta obra luce un tanto anticuada y con referentes a Pina Bausch demasiado explícitos, pero en 1992 era una bomba. En esa época la gente de teatro la aplaudió y la premió a rabiar (mejor dirección, mejor montaje, mejor banda sonora y mejor diseño en Festival de Nuevas Tendencias Teatrales). En la danza también se construyó en un referente de inmediato.
En palabras de su director en artículo del CNCA, «espero que la audiencia reciba la obra y se conecte con sus propias vivencias, la disfrute, participe de una experiencia emocional, reflexione que la danza es intensa en expresividad y contenido, y no salga de la sala indiferente».
La otra obra remontada, El cuerpo que mancha de Paulina Mellado, es también otro referente ineludible. Provista de una reflexión teórica y artística de un nivel desacostumbrado, tanto en esa época como hoy, la obra encuentra sus fundamentos en textos de Ronald Kay, esposo de Pina Bausch, abordando un discurso feminista desde su corporeidad primaria y orgánica; desde los fluidos.
En 1993, un año después de su estreno, el montaje había llamado la atención de tal forma, que era invitado a presentarse en distintos escenarios, convirtiéndose en uno de los principales referentes de la creación nacional de danza. En una entrevista publicada por el diario El Mercurio, Paulina Mellado describía su trabajo como un tratamiento subversivo de la danza, en el sentido de querer cuestionar los principios tradicionales de la técnica: «El fuerte de mi discurso tiene que ver con el cuerpo enfrentado de forma real. Me gusta todo lo que hable del cuerpo porque para mí es un todo al que llega todo y de donde sale todo».
Si bien ambas obras tuvieron un impacto inmediato en la escena chilena, es interesante ver su impacto en el largo plazo. A veces es difícil ser capaces de observar la importancia de una obra siendo espectadores en los años en que acontece. El impacto de una pieza de danza, obra o coreografía, a veces es posterior. Incluso el impacto puede radicar en que para su autor será el inicio de un trabajo sostenido para encontrar su manera y lenguaje.
Por eso resulta curioso el puntaje dedicado a impacto en las evaluaciones de Fondart, pues no necesariamente tendrá que ver con la cantidad de gente que asiste a la obra o en cuántos medios masivos salieron publicados o si fueron invitados y seleccionados a festivales. El impacto artístico puede ser a veces subliminal.
Otra arista interesante es la reflexión sobre el paso del tiempo. En la versión actual de El cuerpo que mancha, la pieza se remonta con la mayor parte de su elenco original, lo que también será un testimonio vivo de la constancia de esta disciplina y un incentivo para las nuevas generaciones que inician el camino de la danza. Una propuesta muy interesante, pues el remontaje deja la huella del tiempo, el que es vívido en la comparación del recuerdo del tiempo anterior, joven, con el presente dulcemente envejecido.
En cambio, Araneda optó por renovar completamente el elenco, lo que también tiene valor, pues permite reflexionar sobre el papel autoral de los intérpretes. Sin duda la versión de 1992 es diferente a la de 2015, en mucho mayor medida que en la obra de Paulina Mellado. Después de todo, en Sótano se ve y subyace el esfuerzo de un elenco veinteañero de visitar un patrimonio que no es de su generación, dejando ahí su propia huella. Al respecto, pienso que en Chile tenemos que reflexionar sobre las autorías de las obras de danza. En mi opinión los intérpretes son tan autores como los coreógrafos.
Una buena idea
La idea de patrimonio coreográfico promovida por Francisca Las Heras, coordinadora del área de danza del CNCA, es excelente y resulta tremendamente necesaria en un país con una memoria deficiente. En el caso de la danza, desafortunadamente por su fugacidad y la poca difusión olvidamos a grandes artistas que forjaron y trazaron las líneas para que hoy exista un circuito de danza y podamos tener, por ejemplo, tantos interesados en estudiar danza.
El programa remontará y volverá a vivenciar otras obras emblemáticas de la historia de la danza, piezas que además se han destacado por contribuir en el desarrollo de lenguajes, imaginarios y discursos escénicos. «Cuando expresamos a través del cuerpo, recurrimos a la memoria de ciertos movimientos que han podido dar cuenta de procesos de cambio social, de un discurso político o de una simple propuesta estética. El remontaje de estas obras es una búsqueda por esa memoria corporal y colectiva en torno al legado de la danza, que hoy forma parte de un patrimonio artístico que hoy queremos destacar», indicó el Ministro de Cultura, Ernesto Ottone.
Francisca Las Heras agregó que el remontaje de estas obras es relevante «no sólo por la puesta en valor y la visibilidad que esto le otorgará a nuestro patrimonio coreográfico, sino también porque de alguna manera es volver al origen, revisar nuestra bibliografía corporal y relevar a nuestros referentes».
Una excelente noticia, además, es para quienes trabajamos en esta disciplina, pues nos brinda la esperanza de que nuestro quehacer no pasará desapercibido en el futuro.El Guillatún