La cámara invisible
Queridos lectores y auditores,
¿Ya se han sentido observados por alguien que no alcanzan a identificar? ¿Una entidad que los mira desde el cielo? ¿Una cámara de vigilancia en el techo del metro, un Dios todo poderoso, un satélite que lo retransmite todo, un Ojo de Caín en la tumba? Ya es un hecho bien conocido que Big Brother está omnipresente: sabe lo que consumimos, lo que hablamos por teléfono, lo que tecleamos y hasta nuestros recorridos. O sea, él que quiere planificar un crimen, desaparecer de la superficie de la tierra o meramente hacer cosas poco católicas, tiene que volver a la Edad Media. Sin embargo, es extraño darse cuenta que el complot internacional de Rupert Murdoch y la NSA, cuya sombra ronda sobre nuestra libertad, no nos hace cambiar tanto nuestro modo de vivir: son un par de ermitaños marginales los que renunciaron ya al celular, Facebook y a la veneración al Dios Apple. Ahora bien, existe una mirada que todos experimentamos, algo aún más difuso que Big Brother, pero quizás más potente ya que sí para complacer aquella mirada estamos dispuestos a orientar nuestra acción.
Queremos hablar, queridos lectores, de la mirada del público, que sea un público bien real, aplaudiendo ante el escenario, o un público hipotético o fantasmagórico, que visualizamos antes de iniciar cualquier acción. Ciertos filósofos suelen decir que la mera idea de la mirada ajena es una garante de la buena moral del hombre, de su anhelo a mejorarse, de crear bellas obras de arte y de tener hasta la energía de ir a descolgar la luna. Claro, ¿pero en qué momento, aquella mirada se vuelve tiránica al punto de enajenarnos de nosotros mismos? ¿Cómo llegamos, al momento de crear, a sentirnos obligados a sonreír a la cámara invisible?
En su artículo El miedo y la inspiración en la creación coreográfica en nuestra columna Problematizando la Danza, la creadora y coreógrafa Mabel Olea citó al autor Milan Kundera en su libro La Inmortalidad: «Lo que a todos les importa es la admiración y no el placer. La apariencia y no la realidad. La realidad ya no significa nada para nadie». Mabel Olea introdujo más matices al evocar el caso particular del artista que cae en la constante creación de obras «con el único objeto de crecer en pretensión». Y puede que sea justamente aquella hipotética mirada ajena la que a veces transforma la creación en un bello ejercicio de diplomacia, autocensura, adopción de posturas y seducción. Quizás sea aquella cámara invisible la que paraliza al creador en el momento en que necesita sentir la inspiración, porque nos recuerda que siempre que vamos a querer sacar a la luz algo que nació de lo profundo del alma, estará el mundo para juzgarlo. Hace falta un coraje extraordinario para atreverse a sentirse solo en el universo y poder expresar su animalidad, su rabia y su euforia sin ningún miedo.
Aquel coraje fue alentado en unos versos que probablemente ya habrán escuchado: «Los locos, los marginales, los rebeldes, los anti conformistas, los disidentes, todos aquellos que ven las cosas distintas, que no respetan las reglas… Los pueden admirar o desaprobar, glorificar o denigrar, pero no los pueden ignorar porque cambian las cosas… Inventan, imaginan, exploran, crean, inspiran, hacen avanzar la humanidad. Aquí donde algunos no ven nada más que locos, nosotros reconocemos a genios… Think different». ¿Los recuerdan? Estas edificantes palabras fueron un eslogan publicitario de Apple. El hecho de que tal ideal de integridad haya sido ocupado por una empresa cuyo marketing se construyó sobre una identidad cool, nos hace recordar que incluso la figura del creador anti conformista puede ser una mera postura para sentirse bien mirado. Todo es tema de elección, ¿crear para ser visto como creador, o crear por el profundo placer de crear?
Amigos de El Guillatún, les invitamos a una pequeña experiencia, un pequeño placer egoísta: dejarse creer, por un lapso de tiempo razonable, que están solos en el mundo. Quizás de aquella autosugestión salga algo extraordinario… ¿Quién sabe?
¡Hasta la vista!El Guillatún