Oda a lo imprevisible
Queridos lectores y auditores,
¿Por qué nos asustan los viejos locos que deambulan por la calle? Aquellas personas que hablan solas, que se ríen a carcajadas y que actúan de forma irracional… En la Europa del Renacimiento, solían expulsar a los insensatos de las ciudades. Andaban como almas en pena por el campo, siguiendo a los peregrinos y viajeros. Hasta existió un barco cargado de lunáticos que iba de puerto en puerto, manteniendo, al margen de la tierra, la locura que traía. Para la pequeña historia, aquella nave se llamaba el Narrenschiff. En ciertas sociedades, dicen que a los locos les hablan los ángeles, pero en nuestra sociedad, es imperativo recluirlos. Quién sabe, nos podrían contagiar… Es extraño, ¿no? Aquel miedo al loco. Al loco que fascina a los artistas, al loco genial, al loco poseído por un fuego sagrado, libre y poeta. Pero, el loco de carne y hueso, éste sí que nos altera. ¿Qué va a hacer? ¿Qué le está pasando por la mente? Lo imprevisible… eso es lo que nos hace temer al loco.
Queridos lectores, ¿qué estamos dispuestos a hacer para que no nos tomen por locos? Si han leído la columna Sin movimiento: conflictos en la normalización del cuerpo de Isabel Plaza Lizama del mes de septiembre, han podido confirmar aquella intuición: el caminar por la calle impone al cuerpo numerosos códigos. No se debe hablar solo, no se debe bailar alrededor de los faroles, no nos debemos detener a explorar un rinconcito poco alumbrado. Numerosos gestos, por más inofensivos que sean, son algo tabúes. Sagrado Orden Social… para encarnarte, no hace falta desfilar al compás ante las banderas de algún partido totalitario. Basta con incorporar los gestos previsibles del cotidiano. Basta con caminar en los senderos trillados. Basta con mirar donde se supone que tenemos que mirar y responder lo que tenemos que responder a las preguntas que nos tienen que hacer. Siguiendo aquel manual de supervivencia, nunca pasaremos la frontera de la locura, ni tampoco la de la subversión.
Nos preguntarán: ¿Qué tiene que ver eso con el arte?
¿Quién compondrá un temazo de rock psicodélico de 20 minutos si sabe de antemano que nadie tomará el tiempo de escucharlo por la radio? ¿Quién escribirá una novela al revés si los estudios de mercado pueden asegurar que un lector previsible nunca se interesará por leerla?
Como lo explica Javier Barria en su columna La secuencia ganadora, en la era del santo mercado libre, hay un arte que especula sobre los gustos de la gente previsible, y a ese arte le va muy bien. Hay un arte que sabe perfectamente lo que tiene que crear si quiere sobrevivir en la jungla de la oferta y la demanda.
Queridos lectores, El Guillatún tiene la profunda convicción de que la creación no tiene mucho que ver con lo previsible. Para crear algo novedoso o sorprendente, algo que maravilla o que es capaz de quitar uno de los sinfines de velos que tapan la realidad, se necesita un grado de locura. Por lo tanto, queridos lectores, si queremos que nuestros artistas sean creadores, seamos un público capaz de introducir un poco de aleatorio y de imprevisible en sus aplausos.
¡Hasta la vista!El Guillatún