Sobre un pájaro negro, viajes, enciclopedias, el Chile no horroroso y el que sí
Entrevista al poeta Diego Alfaro Palma
Diego Alfaro Palma (Limache, 1984) es poeta, traductor, editor y librero. Pero prefiere definirse como «un curioso de la cultura», una persona a quien le gusta indagar sobre la forma en que se arma un mueble, viven las medusas o escriben poetas nuevos. Su curiosidad es quizás lo que lo ha llevado a construir su interesante trayectoria en el mundo de las letras. Se encargó de Antología de Ezra Pound en Chile (Universitaria, 2011) y Poesía reunida de Cecilia Casanova (U. de Valparaíso Ed., 2014); tradujo El pensamiento zorro, de Ted Hughes (Limache250, 2013); publicó diversos ensayos sobre la figura política de Enrique Lihn y, en 2013, creó el sello editorial Limache250, junto al escritor Fernando Correa. Además, parte de sus poemas aparecieron en Entrada en Materia. Antología de la poesía chilena nueva (Altazor, 2014).
Sobre su creación poética, ha publicado los libros Paseantes (Ed. Temple, 2010) y, recientemente, Tordo (Ed. Cuneta, 2015). El segundo fue lanzado hace pocas semanas en Valparaíso y Santiago; mientras que se escribió entre la capital chilena y Buenos Aires, ciudad donde Diego Alfaro reside hoy en día, y en la cual nos reunimos un jueves de mayo para realizar esta entrevista.
—¿Cómo voló Tordo hasta Chile?
—El nido originalmente está en Chile. El pájaro en que me baso es el Curaeus curaeus, que es el nombre científico del tordo chileno patagónico, y que era el que siempre veía en la casa de mis viejos en Limache. O cuando salía a almorzar, por ejemplo, después de mi trabajo en Santiago. Es parte de mi imaginario y del de mucha gente. Así que siempre estuvo volando en Chile.
—Toda la primera parte fue escrita en Chile: corregida, re-corregida, comentada. Y toda la segunda parte, acá. De la primera parte se hizo una plaquette —con el proyecto Limache250 que armamos con Fernando Correa, quien publicó antes El guardián de la casa— y, cuando ya nos había ido más o menos bien, y yo tenía que viajar a Chile, llevé algunos ejemplares. Y tuvo súper buena recepción. Y en uno de esos movimientos se lo envié a Editorial Cuneta en PDF, con la primera y la segunda parte, y ahí vino algo súper potente: Galo Ghigliotto, el director de Cuneta, se entusiasmó muchísimo con el libro y me dijo: «bueno, va el libro, y yo voy a Buenos Aires en estos días». Nos reunimos, conversamos. Fue una conversación muy rápida, pero álgida. Él me dio, como editor, a Lucas Costa. Un poeta con el que yo solamente había hablado por teléfono por una cosa de librerías en Santiago y con quien estuve carteándome todo un año sin verle la cara, hasta el día del lanzamiento. Y fue súper profesional el trabajo, me gustó mucho.
—Ahora, presentarlo en Chile tiene esa cosa de, primero, re-encontrarse con los amigos y de conversar, y también de tratar de situar la obra que uno hizo y que está casi toda pensada en ciertos lugares como Valparaíso, como Limache, como Santiago. Tordo tiene mucha crítica de Chile, mucho elemento crítico al país. Era importante que se presentara allí. Y estuvo muy bueno.
—¿Esperas las críticas literarias de Tordo?
—No, la verdad que no. Si me quedo pegado en eso no podría seguir en los otros proyectos que tengo. Me tupe, me tapa, me topa. No me deja traspasar el espacio de la escritura si me quedo pensando en lo que se está diciendo o escribiendo sobre mí. Me gusta, sí, cuando un amigo me escribe un correo y puedo conversar y dialogar y ellos me envían sus cosas. Y es parte como del ejercicio del oficio. Como dos carpinteros que se juntan a hablar de cómo arreglar una mesa. Y ahí está lo lindo: que te encuentras, conversas, hay intercambios de ideas. Hay toda una política de cómo hacer las cosas. Hay toda una ética. Eso es interesante. Las críticas, no.
—Cuando dices que entre sus amigos se forma una ética sobre los trabajos que están realizando, ¿significa que eres o te sientes parte de un grupo, o de una generación?
—Yo me siento cercano a gente que en su propia poesía aúna distintos discursos de manera crítica: discursos políticos, discursos sociales. Gente que ha podido ver la cultura chilena, sus identidades, se ha metido ahí en los orígenes, incluso, del provincianismo, de trabajo con la imagen. Y también un trabajo de incluir otras formas de arte dentro de la obra. Es decir, hemos pasado por toda la tradición chilena y no hemos dicho que éste era bueno, éste era malo, éste era un cobarde, como lo hizo la otra generación. Me parece que tratamos de traer todo un poquito más adelante, porque la historia de Chile ya es muy fragmentada.
—¿A qué poetas te refieres cuando hablas en un «nosotros»?
—Yo siempre me sentí identificado con la Cecilia Casanova, que tiene 80 años más que yo. Y con la Cecilia tuve unas conversaciones hermosas. Ella fue mi maestra. Yo iba a su casa, me hacía un taller, así como estamos nosotros: en una mesa, tomando té, con unas galletitas. Y me hacía pedazos los poemas. Yo sentía que ella era una persona de mi generación. Y siempre me hablaba de Enrique Lihn. Y a mí me encantaba la poesía de Enrique Lihn, a quien también siento parte de mi generación.
—Pero de los que están vivos, siento que Juan Santander es un poeta que tiene una muy buena poesía, es un poeta que vale mucho la pena lo que está haciendo. Víctor López, también. La Gladys González, que ella como que en un momento la figuraban dentro de una generación particular, pero supo trabajar muy bien su proyecto poético y desligarse de cualquier «escuelita»… Porque yo no digo que nosotros seamos un grupo, sino más bien hablo de filiaciones: Natalia Rojas, Ismael Gavilán, Jorge Polanco, Jaime Pinos…
«LA POESÍA ES ACERCARSE AL OTRO»
—¿Desde cuándo escribes poesía?
—La poesía nunca me interesó mucho. Cuando era chico no me gustaba, tampoco me gustaba mucho leer novelas o cuentos. Me gustaban los cómics. Me gustaban las enciclopedias. Me encantaba llegar a la casa de mis abuelos y sacar un tomo de una enciclopedia y ver barcos vikingos; ver las imágenes, las leyendas. Siempre fui un cabro chico curioso. Me encantan los libros sobre animales, todavía los tengo. Los atlas todavía los tengo. Me encantaba estudiar los lugares, los países, las fronteras.
—La verdad es que la poesía nunca fue importante, salvo porque mi mamá me recitaba algunos poemas cuando yo era chico. Me recitaba cosas de José Martí, por ejemplo. Algo fue quedando. Ella también escribía poesía. Dice que cuando chico (yo no me acuerdo mucho) ella tenía un cuaderno de los poemas que había escrito y me los leía. Que eran poemas de amor, o poemas para hacerme dormir o poemas donde ella escribía lo que pensaba, su vida, me imagino… Y creo que de ahí viene una veta.
—Y, de verdad, empecé a escribir cuando tenía como 15 o 16 años, porque me gustaba mucho el inglés y me ponía a traducir letras de canciones de bandas y ahí me di cuenta de que yo podía hacer versiones de esas canciones. Y de ahí empecé. Pero como una cosa bien natural, nunca me dije «voy a ser poeta, voy a escribir un libro». Después cuando fui aprendiendo, cuando me fui metiendo en la poesía, cuando fui comprando otros libros que no eran cómics ni atlas, ahí sí como que vino un tema más de autoconsciencia. De «esto tiene un sentido», de «esto puede ir para un lado», de «¿La poesía qué es?». Todas esas preguntas que uno se empieza a hacer. Los problemas vienen cuando viene la maduración y te das cuenta que lo que estás haciendo tiene cierto sentido, que vale la pena seguir haciéndolo. Porque uno no sabe hacer ninguna otra cosa mejor [se ríe].
—¿Qué crees que debe ser la poesía?
—Una bazuca [se ríe]. Creo que la poesía, y el poeta, deben mantener ese estatuto del oficiante. De alguien que está trabajando diariamente en algo que no es de él, que es comunitario, y en cuanto que es comunitario, participa de una construcción. Como también la puede criticar, como la puede desrealizar, como puede hacer mezclas… Puede ser una especie de DJ de la cultura. La poesía debiera de ser una especie de salto del hombre sobre su propia realidad. Un salto para ver las cosas de manera patente y, al mismo tiempo, ver que eso patente es tan fugaz y que sobre eso tenemos que construir.
—¿Construir qué exactamente?
—Construir como sociedad, construir como trabajadores, construir como oficiantes. Si la poesía se vuelve únicamente sobre la poesía, no hay un camino que haga un contacto directo con el no-lector. Queda herméticamente cerrada, como un cofre. Si la poesía es únicamente política, no cumple el sentido político, porque las estructuras políticas nunca van a querer ese tipo de discurso, las estructuras políticas trabajan de otra manera. La política tampoco puede ser únicamente histórica, tiene que aunar todo.
—Es una especie de antiespecialidad. Lihn también habla sobre esto. Uno no es especialista en nada, uno sabe de todo cuando escribe poesía. Es como ser librero también. Tienes que saber un poco de todo y, desde ahí, desde esa curiosidad, ir escribiendo, ir armando proyecto, ir elucubrando, ver cuál es el punto álgido en donde la palabra no ha estado y situarlo ahí, pero no únicamente por lanzarlo, sino con una conciencia mayor, un compromiso con el otro. Porque también la poesía es acercarse al otro.
«BUENOS AIRES NO TE ENGAÑA»
—¿Por qué te viniste a Buenos Aires?
—Bueno, en el libro dice que me vine para acá escapando de mí mismo [se ríe].
—¿Y fue así?
—En parte sí. O sea, estaba en unas situaciones incómodas en Chile, digamos, personalmente no me sentía muy logrado. No porque no me dieran pelota ni nada, sino porque sentía que me tenía que ir. En mi familia también está esa cosa muy de viajar. Mi papá es marino, es capitán de barco. Parte de mi mundo visual, audiovisual está sintetizado a través de esos elementos marinos. Yo viajé mucho con mi papá cuando era chico y el gusto por viajar no se me quitó nunca.
—¿Eres de los chilenos que, como Enrique Lihn, se refiere al país como el «Horroroso Chile»?
—No. Chile nunca va a ser algo horroroso porque Chile no es solamente su gente [se ríe]. Es broma. Yo crecí en el idioma de los colegios de curas. Y Chile es un colegio de curas. Muy reglamentario, muy ordenado, pero dentro de ese aparente orden hay un desorden terrible, mental, hay un caos, hay historias no cerradas, hay memoria no transcrita, hay hundimientos de barcos que nunca se supo qué pasó, hay historias mínimas de gente que emigró. Hay mucho. Pero todo está escondido en una corbata. En una corbata y en una camisa.
—Pero Chile no me parece que sea un lugar horroroso. Hay un Chile profundo —que es como casi decir hay un chile chileno… Es una obviedad, pero que es real— que es la cultura más de raíz chilena, más de roble, que es ahí donde se genera los terremotos. Para mí los terremotos se generan en la garganta de los cantores, o alfareros, de los poetas, los terremotos están ahí… todos los que trabajan, de alguna manera, esa cultura popular, o esa sabiduría —que también puede pasar por el academicismo, en ciertos momentos— tienen esa sintonía, han logrado darse cuenta de esa dimensión que tiene Chile. Eso quizás es lo que más nos cuesta entender. Que toda esa cultura nace en un tremendo mar que se viene encima, de una montaña que se quiere arrojar arriba de nosotros y, mientras tanto, la tierra se mueve, los padres se van y las mujeres cantan. Eso me parece que es. Toda la mitología personal, grande, de Chile.
—Y en relación a la creación y difusión de la poesía, ¿Te ha parecido más llevadero o, quizás, más cómodo hacerlo acá o en Chile?
—No hay comodidad. Cuando uno escribe, si se siente cómodo, está mal. Como que cuando te empezaste a sentir cómodo, es cuando las cosas empiezan a encajar. Y, quizás me arrepienta de decir esto cuando tenga 70 años —si es que llego a los 70—, pero la poesía tiene que estar en el riesgo de no sentirse que encaje. Que tenga sus espacios modelados, que se pueda llegar a repetir. Entonces no, para mí me representa un desafío estar acá.
—De repente hay palabras que se me meten, o acentos, o tonalidades, o imágenes, que quizás no son «traducibles» al «acento chileno», o representan una dificultad. Hay tantas palabras que ocupan los argentinos, el lunfardo, el ritmo de Buenos Aires es muy distinto al ritmo de Santiago. Hay una cosa más pausada, que a la vez también es más erótica, que es una ciudad que es desordenada, pero que en ese desorden es muy clara; que extrañamente todos nos conocemos, todos nos encontramos, es como un pueblo chico, pero agitado por pasiones, que son los barrios. Hay muchos árboles, hay muchos niños en la calle [en este preciso momento de la entrevista, un niño nos deja un calendario en la mesa], hay mucha locura. Locura real. No estoy diciendo que la gente sea desaforada. Hay locura. Y se ve patente. Buenos Aires tiene algo que no tiene Santiago: que es súper transparente. No hay doble discurso. Nunca te engaña. No te dice que es el paraíso de los negocios, o el paraíso de la educación, o el paraíso del orden, no.
—¿Y cómo es ser poeta chileno en Argentina?, ¿Sientes el prestigio de la poesía chilena en el trato aquí?
—Sí, tiene un prestigio la poesía chilena. Pero no es una tabla sobre la que uno pudiera surfear. Porque la ola de la poesía chilena es bien grande y es bien difícil. Es una especie de tsunami que no tiene mucha contemplación. A veces está lleno de cosas que también se conocen fuera: de nihilismo, de derrotismo, complicidades, de traiciones… Es bien patente eso.
—Lo interesante no es ser un poeta chileno en Buenos Aires, lo interesante es ser un lector de poesía chilena en Buenos Aires porque, en un momento, uno pierde el apellido chileno. Quizás uno es una especie de vínculo, un médium. Lo interesante es terminar una lectura y que alguien te diga: «Yo leía a Pablo de Rokha, a Carlos Cociña, a Elvira Hernández»… Ahí, cuando uno comienza a hacer esos vínculos, es interesante. Me parece que el canon chileno no existe, como lo quisieron algunos teóricos decimonónicos o del siglo XX. No hay una idea muy armada de qué es la poesía chilena. Se sabe que son más que unos nombres grandes.
—¿Cuáles son tus nuevos proyectos?
—Mis nuevos proyectos son descansar un año [se ríe]. No, dejar volar Tordo. Y estoy trabajando en una especie de poema largo, cortado en partes, que se llama Litoral central y que tiene que ver con el litoral central de Chile. Con la zona de Maitencillo, Algarrobo, Papudo. Esas zonas, esos pueblos, que son interesantes porque ahí hay un núcleo de la historia que nunca se resolvió y que tiene muchas resonancias con mi infancia, y que siento me estoy metiendo en un terreno un poquito más lírico, más metafísico a ratos.
—He entrado un poco también con la religión, me he religado con cosas. Y ahí estoy indagando historias. Por ejemplo, el tiempo de la Guerra Civil de 1891; los tipos de industrias que se están instalando y destruyendo esa zona. Hay como un núcleo de lo que es Chile que, me parece, ahí se da como muy patente. O por lo menos yo lo veo de una manera muy patente. Y, en esa dimensión, es en la que estoy entrando. Y es la continuación de otro trabajo que estoy haciendo, que es un libro sobre una película sobre la cotidianidad, sobre cómo uno establece una cotidianidad con otro. Ahí también las metáforas son muy marinas, muy del litoral. Voy a ver cómo se unen esos dos trabajos.
—Vuelves mucho a tu infancia, al mar…
—El mar es algo que no se aleja. El mar es parte de mi escritura. Hay algo que siempre a mí me quedó grabado de cuando era chico: era el 21 de mayo y nosotros teníamos que hacer un cuadrito en el colegio sobre el mes del mar. Y era bien particular, uno iba juntando cosas muy distintas. Podría haber sido una especie de instalación, si uno lo piensa ahora… Todos los años uno repetía ese ritual: tratar de encontrarse con el mar. Y podían ser pueblos que estaban metidos en el desierto, y estaban haciendo lo mismo. Para mí es muy importante toda esa figura. Tiene mucho que ver con mi infancia, con la relación con mi papá, con los viajes que hice (Europa, Brasil, Estados Unidos) viajando por el mar.
—Por último: Librero, profesor, escritor, poeta, traductor, inmigrante, chileno. Si tuvieras que presentarte en una palabra…
—Curioso. Yo soy un curioso de la cultura. Me encanta. Me encanta saber cómo se hacen las cosas, cómo se arma un mueble, cómo se hace un avión, cómo viven las medusas… Todo el tiempo ando buscando poetas, cosas, papeles, fotos. Yo me siento más una persona curiosa. Espero que no se me pase. ElGuillatún
Extractos de «Tordo»
Diego Alfaro Palma
I
Pequeña Jeanne de Montreal
este comienzo nunca fue bueno
¿Qué hacer? ¿Cómo devolver la marcha de las cosas?
¿Cómo encontrarse en otra parte que no sea esta pobreza
nuestros dobles sueltos por el mundo? Lo que debí o no hacer
o lo que pudimos o debimos está en el vagón de un tren
deja pasar el paisaje tras la ventana
finge que se vive otra forma que no sea esta
la ficción de cada cual atravesando Buenos Aires
la llovizna sobre tu bicicleta pequeña Jeanne
lo que aquí dejaste te esperará intacto
en Uganda en Praga o en todos esos lugares
de los que me hablaste en el bar y en donde nunca he estado
tu cara al despedirme en la puerta
y lo hubiéramos dado todo y nada por una novela
¿has llegado a Montreal? ¿Quién te recibió?
Nunca seré un juguete que quepa en una maleta
nada merece ser guardado
y en fin qué punto somos dentro del diseño infinito de las cosas
qué objeto nos define al ser puestos en una sala en blanco
a baja luz como el museo donde trabajabas
la gente buscando fémures de dinosaurios
los perros de mi barrio fuera de la carnicería
ser actor sobre un escenario desértico
trabajar los domingos y perder la luz de los parques
el sonido de los vagones al entrar en la provincia
nos faltó cuerpo para entrar a esas dimensiones
mientras las playas se sacuden al viento
las ciudades arden y toda promesa es una revolución posible
he estado en menos de la mitad de los lugares que nombro
y me hubiera gustado esto o aquello
con tal de haber nacido en otro ángulo de este diagrama
lo que alcanzas a llevar de ti a otro sitio
donde un lenguaje distinto hace funcionar el alumbrado público
te preguntas cuál es el fin de todo encuentro azaroso
el olvido de cualquier anterior la máscara de una comedia
veneciana
la pobreza de la traducción o cómo decir lo que se debe en el momento justo
la noche es una maestra cuando soñar es una mala sinopsis
sobrevivir las mañanas de té con especias
con un séquito de niños hambrientos siguiendo tus pasos
te digo los antiguos pueblos normandos
doblaban las ramas de ciertos arbustos
para medir con la sombra el movimiento del tiempo
una rosa sobre la última mirada que hechas a tu habitación
tu amigo que quiso dibujar un árbol en la pared
al extrañar la forma salvaje de la naturaleza
¿Has llegado a Montreal pequeña Jeanne?
¿Quién sustituirá el espacio que dejan los muertos?
Me he dedicado a recoger fotografías antes de conocerte
pienso que no sirvo para nada más que eso
una es de un tiburón en una pecera sostenido en un líquido
denso
la monstruosidad de reproducir el pasado en el presente
te dije debimos de habernos conocido antes esto es tuyo estaba
en el mesón
y tienes el rostro de esas muñecas de porcelana
lo mejor sería no consultar las cartas del tarot
otra imagen es el mapa de un barco para el transporte de esclavos
te pregunto ¿existe el amor en esas circunstancias
puede la fractura de toda dignidad ser el punto ideal?
me hablaste de pueblos en donde la gente no elige vivir
veo el post de un exalumno del liceo donde fui profesor
decepcionado de quien resultó ser no sé si mi vida es tan de perro o una farsa
te ayudo a sacar la bicicleta nos reímos en cualquier momento
llueve
en las noticias hablan de Egipto Siria Brasil
merde ben tant pis je viens quand même
Pequeña Jeanne y tu vestido de gitana en otra vida en otra parte
esto no es el viaje en el transiberiano ¿Cuánto falta para Montreal?
Y si te digo que una vez pensé en tener una casa hijos un trabajo estable
que me vine a esta ciudad escapando de mi mismo
que nadie puede escribir algo decente si no ha pasado hambre
frío calle
ver una generación apostando sus mejores años por el poder y la
avaricia
te llevas un tordo a Montreal
nos vimos solo cuatro veces y esto podrá parecer una escusa
para decir un puñado de cosas sobre un plano.
II
La garganta raspa
como quien raspa el dinero que no tiene
un cupón de la loteria
la ciudad es cruzada por un río
a esa altura la luz se despoja
hay carros donde venden postres
y parrilladas por donde pasan cartoneros
un mundo de papel en las espaldas
posibles cajas que embalarán posibles objetos
posibles chinos en fábricas miniatura
las máquinas cantan al atardecer
sus rodillas tiemblan el metal brilla al caer
los pájaros se dispersan por el hemisferio
amansan el aire hasta volverlo lento
él los mira formar una V
piensa en sus lugares de descanso
los causes erosionados por el ruido
sus luces intermitentes chimeneas
y al final se vuelve inútil extender el sonido sobre las cosas
todo se vuelve aburrido como para un japonés
que ha olvidado el nombre de sus ancestros
la entonación de las palabras
pasa el fantasma de un avión
las cabezas giran en su búsqueda
mientras una mujer blanquea las piedras de un templo en ruinas
los sermones se dispersan hasta volverse arena
las cabezas giran
los pulmones tosen
me respondes vivo en una caja de cartón
donde no puedo descubrir si mi corazón está vivo o muerto
no me preguntes tanto
El mar necesita sacrificios.
III
el cadáver tantea la humedad
arrojado a un lugar que desconoce
desde una araucaria la noche en forma de pájaro
ninguno de nosotros estuvo ahí o fue arrestado
la bala adentro borbotea al pasar del río
su figura se pierde entre la niebla
como una sombra que asoma entre los hielos
el primero en descubrirla fue nuestro vigía
la voz y solo la voz de su crujido
el barco cercado como han cercado los barrios
y no quedó más que un país o un teatro pobre
el telón montado por quienes traicionaron al hambre
para acabar con la gravedad de las cosas
el lenguaje queda corto para hablar de la miseria
y yo te pregunto Jeanne si alguna vez supiste
de una historia más triste que la nuestra
si alguna vez supiste de una generación más cómoda
en la ignorancia del que nunca se contentó con nada
al final los poetas se preguntan
si este es el tono ostensible de las cosas
en el océano las algas se sacuden lentas
y peces sin color se pasean a falta de destino
arriba las olas se agitan revolcándose
la poesía es inútil ante el poder de un muerto
que reclama volver a hablar su idioma
subir la montaña donde vio espumar el mar
vestir al chico bajo la lluvia hacia la escuela
el mejor alumno en el peor de los empleos posibles
y la bala sale del cuerpo y da en otro
mientras un cura se pone entre los hombres
ándate a la mierda si no sabes escuchar
les grita como un terremoto al pasar bajo tierra
fue en Santiago la misma ciudad donde ejercí de profe
esa bala pudo ser mía tuya o de un estudiante
o del último espécimen de un animal que cae lento
con todo su pellejo el hocico roto
allanan su casa el rocío avanza.
IV
A mi abuelo los pacos le sacaron un auto
se lo devolvieron a los seis meses
pero a él no le pasó nada
Mi mamá fue a una protesta a los días
un tío la rescató de entre la multitud
pero a ella no le pasó nada
Mi papá era tercer piloto mercante
supo que habían arrojado cuerpos al mar
pero a él no le pasó nada
Un amigo desenterró libros de su casa
casi veinte años atrapados en la humedad
pero a ellos no les pasó nada
Fuimos afortunados pequeña Jeanne
y pensé en lo distinto
una llovizna como la de esa noche en el bar
las fuerzas especiales cerrando el liceo
con los chicos nos sentamos en la plaza
tenían hambre frío no tenían donde ir
jugamos a hacer mímica adivinando películas
conversamos con unas galletas
de a poco se me fueron acercando
una ballena con crustáceos en la espalda
rimando sonidos en esa densidad
cómo y dónde duermen me pregunté
por qué varan en playas desiertas
y las niñas que desaparecían para prostituirse
y la otra que fue violada por el papá
la chica golpeada por la madre
el que vivía en un parque cerca de mi casa
o el punk que nació para vivir en un hospital
los que nunca tuvieron infancia obligados a trabajar
mi mejor alumna se suicidó
escribía poemas obras de teatro enormes
terminaba antes que todos
nunca entré en su mundo
la excusa de las cuarenta y cuatro horas no es suficiente
esa tarde Jeanne la lloré entera pensando que pude ser yo
y si me quiero acordar de su nombre no puedo
y si quiero ser un hombre ejemplar
recuerdo sólo esa mañana en Peñalolén
los tordos picoteando semillas
nubes de gas lacrimógeno
surcando la ciudad.
IX
Aunque no pudiera y puedo pero me canso
de estar y sentir la época de las máquinas inútiles
tú y yo entramos al bar de las viejas utopías donde los fantasmas
saludan a los que han perdido la luz para allegarse
sillas unas sobre otras el escenario desmantelado de vino y soda
me explicas este es aún un barrio en combate
del que yo crecí poco queda solo el peladero de atrás
antes los tordos se pasaban a masticar la tarde
hoy toda una vida de clase media se desenlaza
las campanas repiquetean y su sonido da en la estación
ese año que estuve cesante estudié las ventanas de los trenes
creyéndolas una especie de pantalla o proyección de algo lejano
la realidad es la única película que nos quita el sueño
la humedad de los cuerpos trabajados es la primera escena
la segunda el descascararse de la pintura del viejo emporio
a Valparaíso lo quisieron sacrificar como un perro
la tercera es el perro vomitando sangre y pedazos de vidrio
por la mañana la ciudad yace limpia el orín se evapora de las murallas
aunque nosotros hemos entrado a ese bar a conseguir cerveza
los hombres hablan sobre la forma en que me revolviste el pelo
en una cajita de metal tienes cartas del tarot
pero es muy temprano para hablar de la piel
y los viejos se han ido a sus casas a besar la espalda de sus mujeres
la tuya está poblada de lunares que me doy el trabajo de unir
parece una noche en Valparaíso la noche en Valparaíso es un cerro invertido
mi abuela lo dijo una vez mientras cruzábamos la bahía
ellos estuvieron por sesenta años juntos hasta someter cada uno el corazón del otro
¿Es aún posible que las personas desaparezcan así en el otro?
mis viejos se conocieron tras treinta años de casados
los cuerpos son sometidos a ideas
los fantasmas sobrevuelan el antiguo valor de las cosas
en el Tai chi hay un primer movimiento para reconocer que la energía es una
del aire hasta los pies y eres uno y todo y el todo avanza dentro de ti para ser conducido.
X
Pequeña Jeanne de Montreal este gesto se ha vuelto inútil
las casas se han vaciado y un bosque crece dentro de ellas
entre los visillos se asoma un zorro levantando polvo hacia la luz
y aunque se acumulen estas imágenes unas sobre otras
no podrían dibujar el lugar de nuestra nostalgia
ahora mismo tú podrías llegar de una fiesta
decodificar los signos para despertar en el mejor de los mundos posibles
solo así llegaríamos a entender que esto no es ni un tren ni tú una figura de porcelana
extrañamente desaparecen las tiendas de revelado
nuestros recuerdos cada vez más intangibles
y mientras pensamos en esto un grupo de máquinas crea una ciudad
levantan tierra redirigen el curso del río
las fuentes de energía son instaladas en un punto visible
se asfalta un camino llueve los obreros mojan sus overoles
en su casa un hombre mueve las manos imitando las corrientes subterráneas
las cortinas se sacuden al viento y con el tiempo ha aprendido a quedarse solo
es lo que todos debiéramos de llegar a aprender
robar el dinero al dinero que debíamos
sentarse sobre el pasto a ver los últimos enjambres
porque Jeanne llegó la hora que te deje aquí y no le dé más vueltas al asunto
arriba del tren están tus maletas
tratas de acomodar en tus bolsillos un montón de cosas que no sirven para nada
no puedo despedirme sino como alguien que ya antes arruinó otras cosas que no
sirven para nada
ya antes destruimos los bosques y ciudades que crecían dentro de otros
nunca nos prometimos Buenos Aires
y sin embargo ella me esperó unas cuantas veces después del trabajo
están todos los tratos cerrados Jeanne
Montreal entenderá tu ausencia
hay algo bello y terrible en el desarmarse de un diente de dragón
mañana habrá algo que reemplace lo que existió y no nos percataremos
ahora cierra los ojos y piensa que estás nuevamente en casa
ningún objeto o punto está dispuesto a su destrucción definitiva
que los tordos se apoyan en el muro saltando sobre las cañas
el mundo se imita a sí mismo cuando se abre una llave y el agua corre
una excusa para decir un puñado de cosas sobre un plano.
Tordo
Hay veinte maneras
de sorprender a un tordo en un bar
botando su sueldo miserable
en bolsitas de alpiste
y cañas de aguardiente
aleteando entre nubes de humo
desaparecen en los jardines de la noche
silban algo triste al aire y tornean
como un bus fuera de recorrido.
Salmón
En el trayecto que va
de la farmacia al restorán chino
no temas olvidar
quién fuiste
aquella vez en un río del sur
la corriente helada entre las piernas
los restos de alerce varados
o esas tres toninas que te siguieron el paso
porque más terrible aún sería volver a ese lugar
sin reconocer las señas
de quien has llegado a ser
cuántos mares bogaste
para desovar estas orillas.